Epílogo

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El invierno terminó a mediados de marzo, cuando los rastros del manto blanco que llenaba cada rincón fue sustituido por hojas verdes y flores fragantes que adornaban las ramas de los árboles ahora llenos de vida. Lo último que quedaba de nieve se redujo a nada una vez el sol comenzó a calentar más el ambiente.

La despedida de las nubes cargadas de nieve se llevaron consigo la mayor parte del dolor que parecía estar arraigado a los recuerdos más furtivos de una historia creada de cicatrices y nuevos comienzos. En dónde el perdón y el amor salieron victorioso después de tantos años perdidos entre silencios y sentimientos llenos de culpa, de remordimientos sin fundamentos.

De aquella marea que arrastró a dos jóvenes inexpertos a un abismo profundo dentro de un mar turbulento solamente quedó el mal sabor de boca y el recordatorio de que cada decisión tiene su consecuencia.

Días después del funeral de Anthony, nuestra vida siguió su trayecto intentando que los nombres de aquellos que tanto nos hicieron daño no volvieran a ser pronunciados jamás, era un pacto no hablado entre todos los que vivimos aquel infierno que nos causaron aquellos seres egoístas que solamente pensaron en su propio bienestar.

El padre de Edén se encargó de conseguir una casa en los suburbios, algo cerca de la nuestra pero un poco allegada a la zona comercial, para tener un rápido acceso al hospital en dónde se encontraba Elizabeth Miller. Aunque extrañaba tener a Edén tan cerca como los escasos días que estuvo viviendo en mi casa, sabía que era el momento de que aquel nuevo ambiente le diera un respiro.

Cada día que pasaba era mejor al anterior, veía a Edén sonreír más de la cuenta, tanto que me estaba acostumbrando a llevar el conteo de las sonrisas que ella mostraba a diario.

Todas y cada una de ellas eran cautivadoras. Me gustaba aquella linea apenas visible llena quizá de timidez cuando ayudaba a mi madre a preparar algún alimento; me encantaban las carcajadas que mi hermano lograba en ella específicamente a causa de alguna humillación mía, pero sobre todo, me llenaba de dicha poder detallar de manera íntima y minuciosa la expresión en su rostro, de ojos anhelantes y esa tenue sonrisa que adornaba su rostro en un conjunto de rasgos perfectamente trazados, armoniosos, completamente naturales que me remontaban a los recuerdos. Era ella lo que siempre había deseado, lo que más amaba en la vida.
Y las promesas que había roto, quería hacerlas realidad.
Habían pasado algunos años desde que los rayos del sol acariciaron mi piel con la calidez que un sol de primavera puede otorgar a un simple mortal.

Recordaba mis años dentro de prisión, en dónde solía ver al resto de los presos dando un paseo bajo el sol en el patio trasero de aquella jaula de concreto, viviendo la libertad que estaba al alcance de quienes vivían afuera, pero no era lo mismo. No era lo mismo sentir el calor de los rayos del sol en ese lugar, era solamente un recordatorio de que muchos jamás podrían ver algún escenario del exterior con sus propios ojos nuevamente.

Definitivamente era muy diferente a la actualidad. En dónde el clima cálido se combinaba a la perfección con el viento fresco que persistía del cambio de estación. Inclusive, la picazón en mi nariz a causa de los agentes alérgenos que flotaban en mi espacio me resultaba grato.

—Sé que estás impaciente.

Le dije a mi acompañante cuando lo sentí removerse a mi lado ya bastante inquieto, a pesar de las mariposas que volaban con delicadeza de flor en flor en el jardín de mi madre, me resultó impresionante la fuerza de voluntad que mantuvo al quedarse a mi lado, esperando.

—Estoy seguro que no tardará en llegar —aseguré fijando mis ojos en aquel par de canicas bicolor que al principio me costó aceptar.

El timbre en la puerta principal anunció la llegada de un nuevo visitante, el silencio absurdo que se mantenía en la estancia fue interrumpido por los parloteos que no tardaron en hacer brincar mi corazón, acelerándose al instante.

Promesas Silenciosas |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora