Jamás dejó de pertenecerte

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EDÉN

Mi vista estaba obstruida.

El frío golpeaba mi rostro, el miedo a caerme llenaba mi cabeza. Podía escuchar mis respiraciones profundas y sentir el aire calando en mi faringe.

Tenía frío, aquella sensación me estaba llenando de ansiedad.

Recordaba aquella noche en que me habían privado de mi libertad, cuando Rider me ató, amordazó e intentó matarme.

Por instinto me llevé la mano a la altura de aquel lazo que ofuscaba mi visión para poder arrastrarlo hacia abajo. Pero la voz que escuché me dejó solamente con la intención reflejada.

—Aguanta un poco más.

Aquella voz me produjo tranquilidad, mi cuerpo reaccionó al sonido profundo que me envolvía dentro de un escudo de seguridad. Bajé la mano y continúe siendo guiada a través de montículos de nieve, no estaba segura por dónde caminaba, hacia dónde nos dirigíamos pero intentaba poner mi atención en los estímulos ajenos a mi sentido de la vista para no caer en ansiedad.

La mano firme que me mantenía segura.

Los pasos continuos. 

No estaba sola.

No me encontraba perdida.

La persona a quien más amaba en el mundo me guiaba  con cuidado de que no fuera a caer.

Después de caminar durante unos minutos más los pasos de Allen se detuvieron y los míos junto con ellos.

—¿Llegamos? —pregunté todavía sin poder ver. Allen guardó silencio un par de segundos.

—Llegamos —aseguró.

El calor, de la cercanía de su cuerpo se instaló frente a mí. Tenerlo tan cerca me seguía causando un revoloteo incesante en el pecho, mi corazón palpitaba fuertemente cada vez que él se acercaba a mí de esa manera. Todo en él irradiaba seguridad, como una pantera oscura atrapandome con sus movimientos cautelosos.

Sus manos pasaron por detrás de mi cabeza y en un movimiento delicado desenredo aquel pedazo de tela que me obstruía la vista.

Respiré profundo antes de abrir los ojos, poco a poco la imagen de Allen apareció en mi campo de visión.

Se encontraba frente a mí, observandome con tanto amor, sus ojos oscuros no perdían de vista los míos; una pequeña sonrisa se había formado en sus labios.

Desde que las cosas se arreglaron entre nosotros aprovechaba cualquier momento para observarlo sin pudor, para poder detallar cada parte de su rostro.

Me encantaba la forma en que su sonrisa se curvaba, sus labios siempre me incitaban a besarlos. No podía evitar comparar la imagen que recordaba, la del chico de barbilla fina y brazos delgados con ahora a quien tenía frente a mí. Más maduro, increíblemente más apuesto.

Ninguno era mejor, ninguno era peor. Era él, el mismo Allen que conocí hace tres años, aquel que me enamoró con con sus cuidados y ese cinismo que dejaba a los demás aturdidos.

Algunas veces, olvidaba cuánto tiempo había pasado desde que mis ojos se fijaban en los suyos, hasta que recordaba como respirar.

Y como la pequeña niña que había sido besada por primera vez en la habitación de un hospital me sonrojé al darme cuenta de que parecía desesperada, tal vez una hostigadora.

Bajé la cabeza de inmediato intentando esconder mi aturdimiento.

—¿En dónde estamos? —pregunté observando a nuestro alrededor, moviendo mi cabeza de un lado a otro, intentando estirar el cuello para tener una vista más detallada del lugar.

Promesas Silenciosas |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora