No dejes que se hunda

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ALLEN

Mi reflejo en sus ojos acompañado de dolor.

Pasar a su lado fingiendo indiferencia, intentando hacerle creer que ella no me importaba, aunque mi corazón doliera, aunque mi mundo se derrumbar a lentamente.

«Tus ojos devorándome

«El tiempo suspendido.»

Me estaba consumiendo por dentro, deteniendo mis instintos de querer tomarla en mis brazos,  acallar sus sollozos con un beso esperanzado; de decirle que todo estaría bien, que jamás me alejaría de ella.

Pero era imposible.

La culpa me estaba carcomiendo, prefería que me odiara por creer que no la amaba a que alguien volviera a lastimarla nuevamente por mi culpa, a que los fantasmas del pasado nos arrastraran juntos al infierno.

—¡Mentiroso! ¡Nunca dijiste la verdad!

Su acusación no era del todo errónea.

Era un maldito mentiroso.

Por decir que jamás la amé.

Por guardar silencio.

Era un maldito mentiroso.

Por decir que la razón de que antes estuviera interesado en ella era por el lazo con su padre.

¡Era un maldito  mentiroso!

Por lastimarla con mis palabras.

Por decir que era defectuosa.

Ella era más que perfecta...

Aún con sus defectos era el ser más perfecto sobre la faz de la tierra, y yo había terminado con su espíritu desde hace mucho tiempo atrás.

—¡Maldición! —exclamé cayendo de rodillas en la nieve, siendo cubierto por plumas de hielo suaves y ligeras.

Varios gritos de impotencia salieron de mi garganta. El vaho de mi boca escapaba sin misericordia. Mis puños contraídos se enterraban una y otra vez  en aquel manto blanco sin darle cabida al dolor. El frío lastimaba mis nudillos pero nada de eso me importaba, que mi piel se quebrara, que la sangre quedara incrustada en el hielo.

Solo mi pecho desahogandose sintiendo como el aire frío entraba a mis pulmones y los desgarraba en cada inhalación, dejando que la tibieza de mis lágrimas recorrieran mis mejillas para ver si de esa forma podía proporcionarle un poco de calor a mi corazón.

—¡Todo es mentira! —grité como si ella pudiera escucharme, pero ya no estaba, se había marchado porque así lo quise yo —. ¡Nada de lo que he dicho es verdad!, si me mantuve fuerte fue por ti.

Sentía mis palabras fluir a la nada, necesitaba desahogarme, gritar, llorar, golpear algo.

—Perdóname...  Por todo el daño que te hice —susurré en la oscuridad, enterrando mis dedos entre el manto blanco. Tratando de que la sensación del hielo quemando mi piel fuera más intensa que aquel dolor instalado en mi pecho. Pero no sé comparaba. Los árboles secos amortiguaron su nombre en mis labios, llamándola una y otra vez.

Hasta que descargué parte de mi culpa sentí que era momento de regresar a casa.

«Dos y media de la mañana.»

Eso decía la pantalla de mi viejo móvil, la batería se estaba extinguiendo, mis pies se enterraban en la nieve.

Moría por un cigarrillo, aunque fuera solo para entrar en calor; tenía años sin fumar.

Promesas Silenciosas |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora