Capítulo 1. DÉJÀ VU.

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Eran las 6:45h del veintitrés de febrero. Se acostó a las dos de la mañana intentando dar con la melodía perfecta, probando acordes que consiguiesen transportarla al mismo lugar que la llevaban sus pensamientos desde hacía meses. Quería dormir, lo necesitaba. Dicen que el cansancio psicológico puede ser peor que el físico y ella lo sabía bien. Pero no podía, últimamente no conseguía dormir y, cuando sus ojos se cerraban, su cerebro prefería seguir trabajando y crear un baile de miedos, ideas caóticas y deseos inconfesables que terminaban por despertarla, aturdida, de algún sueño incómodo. Si no dormía, pensaba demasiado; si lo hacía, soñaba intensamente. Ya no sabía si le daba más miedo estar despierta, o dormida.

No conseguía coger el sueño y, cansada de removerse entre las sabanas, decidió empezar su día. Era salir de esa cama y como víctima de un impulso, dirigirse hacia su guitarra. Pero era demasiado temprano, su madre tenía que levantarse en poco tiempo para ir a trabajar y decidió respetar sus últimos minutos de sueño. Además, aunque sus vecinos no dejaban de felicitarla cada vez que se cruzaban con ella, sabía que había momentos en los que debían odiar los conciertos que daba para sí misma entre las cuatro paredes de su habitación a cualquier hora del día.

Apartó los ojos de la guitarra, que la noche anterior había dejado apoyada sobre el sofá del salón, y se dirigió a la cocina para empezar la mañana con una buena taza de café solo. Comenzó a prepararlo sin prestar demasiada atención a lo que estaba haciendo. Su taza favorita, una abundante cantidad de café que reposaba en la cafetera, un minuto al microondas y listo. Tomó la taza con sus manos, dispuesta a dar el primer sorbo y... "¡Dios!, ¿cómo puede quemar tanto?". Soltó la taza lo más cuidadosamente que pudo, pero no consiguió evitar que el café se derramara sobre la encimera de la cocina. Le dolían las yemas de los dedos, aunque tardó unos segundos en darse cuenta.

– Joder – se lamentó mientras se dirigía a por servilletas para arreglar el estropicio.

¿Desde cuándo una taza ardiendo se cogía así y no por el asa para evitar acabar con la mano abrasada? Y paró, paró en seco. Dejó sobre la encimera las servilletas, se sentó en una silla frente a la mesita que había en la cocina y se llevó las manos a la cabeza. No podía ser, otra vez, nada más levantarse. Otro déjà vu de esos tres meses en la academia. La bajada de tensión, el sofá, la taza hirviendo... Otro suceso que volvía a transportarla a cualquiera de esos momentos. Y claro, otra vez que su cerebro volvía a traicionarla y a traer a sus pensamientos a...

– Dios mío, Julia, ¿estás bien?

Su madre acababa de entrar en la cocina y ver el desastre.

– ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces ahí sentada? ¿Por qué no recoges todo eso? El café está cayendo al suelo y se están mojando todos los cajones.

– Sí, ya iba a hacerlo. Se me acaba de caer. Me he quemado un poco la mano y no me ha dado tiempo a recogerlo ni a... – no terminó la frase, de hecho, las últimas palabra las dijo tan bajo que era casi imposible que su madre las hubiese oído.

¿Ni a qué? – preguntó Maribel, mirándola. – Da igual, déjalo, sigues medio dormida. A saber a qué hora te acostaste ayer. Tienes que descansar más, cariño. Anda, ve a lavarte la cara a ver si te espabilas un poco, ya recojo yo todo esto y te preparo otro café. Y una tostada bien grade, que ayer apenas cenaste, debes estar hambrienta.

Julia asintió con la cabeza antes de salir de la cocina para dirigirse al baño y seguir los consejos de su madre. La verdad es que no tenía hambre, pero debía comer, su madre tenía razón. Siempre la tenía.

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A pesar de haber empezado el día con el pie izquierdo, fue productivo. Después de tomar su nuevo café y la enorme tostada con aceite de Jerez que le había preparado su madre, repuso fuerzas y se fue un par de horas al gimnasio. Al volver, recogió un poco su habitación y tomó una ensalada que, a decir verdad, le había quedado riquísima. Por la tarde, había estado echando un ojo a las novedades de Netflix, pero no tuvo tiempo de comenzar a ver nada, porque había tenido que atender un par de llamadas de la productora para concretar algunos temas de logística. Ahora eran las ocho de la tarde, acababa de volver del supermercado y sí, ya no había nada ni nadie que le impidiese coger esa prolongación de sí misma hecha de madera y cuerdas.

Estaba sola en casa, así que se sentó en el sofá con las piernas cruzadas y comenzó a deslizar los dedos sin intención de tocar nada en concreto. Dio unas cuantas notas y comenzó a cantar:

"Comienzo a escribir palabras 

Sin saber siquiera si te las leeré.

Con la necesidad amarga

De decirle a un papel que siento...

Y no sé por qué...

Cuando me creía inmune al corazón

Llegaste tú y me quitaste la razón.

Aquella caricia que me desnudó

Y esa mirada que me revolvió...

Y una noche soñé que me besabas,

Que tocabas mi piel, con tantas ganas,

Que al despertar y ver que no estabas,

Mi deseo es dormir por volver a verte en mi cama.

Y esta noche he vuelto a soñar contigo

Y soñé que mis labios rodeaban tu ombligo...

Y esta noche soñaré contigo,

Aunque al despertar, en verdad no estés conmigo."

Del vértigo, tú y yo.   //  Julright.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora