Capítulo 25. CONFESIONES (I)

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Y ese momento no se hizo esperar, ya no más. Llegó esa misma noche.

Habían vuelto del concierto y estaban en el hotel. Algunos habían salido a tomar algo, pero la mayoría se había quedado. Julia y Marilia estaban en la habitación que compartían. Ya se habían puesto cómodas y estaban tumbadas viendo fotos de esa noche. De repente, Julia se levantó y se colocó un poco el pelo frente al espejo del armario.

– Voy a ir a buscar a Carlos. Hemos quedado en hablar y voy a ver si le encuentro.

– Claro. ¿Todo bien?

– Todo bien, nada mal… –  canturreó Julia.

Marilia sonrió mientras esperaba su respuesta.

– Sí, sí. Pero tenemos que hablar de algunas cosas y ahora es buen momento. Iremos a su habitación o donde sea. No creo que tarde en volver.

– No, venid aquí. Le dije a Marta que me pasaría después por su habitación. Así que me voy para allá ahora – dijo Marilia levantándose de la cama –. No tengo prisa en volver, así que tomaos el tiempo que necesitéis, ¿de acuerdo?

– Vale – respondió Julia, agradecida.

Marilia se marchó en busca de su compañera y Julia salió tras ella. Se dirigió a la habitación que Carlos y Dave compartían, pero no había nadie. Escuchó ruido al final del pasillo. Llamó a la puerta del fondo y Miki abrió.

– ¿Vienes sola? – preguntó el de Tarrasa.

– Sí, Marilia se ha ido con Marta.

Cuando entró, vio sentados sobre la cama a María, Joan, Alba y Carlos. La saludaron. Se sentó junto a ellos e intentó pillar la conversación que estaban teniendo; pero realmente no había ido a eso. Sacó el móvil y escribió: ¿Hablamos? 

Carlos lo recibió al instante, el móvil vibró en su bolsillo, pero no lo miró. Dado que no parecía tener intención de ver quién le hablaba, Julia aprovechó un momento en el que cruzaron las miradas para indicarle con los ojos que cogiese el teléfono. Así lo hizo. Sacó el móvil, leyó el mensaje y asintió. 

A los pocos minutos, Carlos se levantó, dijo que tenía hambre y que iba a bajar a buscar algo a las máquinas expendedoras que había en el hall del hotel. No es que quisieran ocultar nada a sus compañeros, pero era un tema de ellos y preferían no dar explicaciones. Julia esperó un poco y también marchó con la excusa de que estaba cansada y le apetecía tumbarse. Cuando salió, Carlos estaba esperándola a pocos metros.

– Vamos a mi habitación, que estaremos solos. Marilia no va a volver de momento.

Caminaron a lo largo del pasillo, entraron y se sentaron uno frente al otro sobre la cama de Julia. ¿Cómo se empieza una conversación así? Ninguno de los dos tenía la respuesta en ese momento. Igual lo más sencillo era comenzar hablando de cualquier cosa y que fuese la propia charla la que les llevase por donde querían. Pero a ellos nunca les gustaron las cosas fáciles. Así que Carlos se decidió y comenzó a hablar:

– No tengo ni idea de por dónde empezar. Quiero decirte muchas cosas pero no sé cómo. Bueno, a ver… – suspiró –. Durante estos cinco meses siempre he pensado que nunca llegamos a tener una conversación cuando terminó OT y saliste de la academia. No creo que fuese por ti ni por mí, supongo que esa conversación nunca se produjo por las circunstancias. Pero desde entonces pienso que nos hemos dedicado a suponer, a interpretar lo que hacía o decía el otro… y al final, se han perdido cosas por el camino. Quiero decir, hay cosas que no sabes y seguro que otras que yo no sé. Y, por mi parte, quiero contarte todo eso que hemos ido dejando a un lado todo este tiempo.

– Sí, ha sido así. Yo también tengo cosas que necesito contarte. Creo que no siempre me explico lo bien que me gustaría, pero quiero intentarlo.

– Bien. Me gustaría empezar a mí porque, antes de nada, quiero pedirte perdón – indicó Carlos.

– ¿Pedirme perdón tú a mí? – preguntó Julia, sorprendida.

– Sí. Creo que fui egoísta contigo al salir de la academia. Bueno, allí dentro pasaron cosas, a veces estuvimos bien, otras no tanto, pero al fin y al cabo, siempre supimos hablar, siempre fuimos capaces de sincerarnos. Sin embargo, cuando salí, eso cambió. Cuando me preguntaban por ti, solo daba largas y hacía como si nunca hubieses sido alguien importante. No me arrepiento de haber negado julright, porque era lo mejor para los dos, pero si me arrepiento de haberte negado a ti, por eso quiero pedirte perdón.

– Pero eso lo entendí perfectamente, Carlos. De hecho, en ese aspecto soy yo la culpable. Entiendo que actuases así, porque no te dejé otra opción. Te ibas de la academia y yo tan solo te dije que te fuese bien. Fui una cobarde, me guardé demasiadas cosas y no podía esperar que tú actuases de otra manera que no fuese esa.

– No, aunque nos despidiésemos así, tú te pasaste un mes recordándome, sé que me tenías presente y no tenías problema en decirlo delante de no sé cuántas cámaras. Y yo, en cambio, hacía casi como si no existieses.

– La verdad es que cuando salí y vi tantos vídeos en los que te nombraba, veía fotos o escuchaba nuestra canción, me dio muchísima vergüenza, pero fue justo ahí cuando fui consciente de todo lo que sentía. Podría haberle echado valor, buscarte y ser sincera contigo. Siempre me he sentido culpable por no hacerlo. Después de todo lo de dentro de la academia, sentía que tú estarías esperando mucho más de mí de lo que yo fui capaz de darte en ese momento. Así que, si alguien tiene que pedir perdón, soy yo.

Se miraron unos segundos y comenzaron a reír. Cuando cada uno vivía su vida, cuando estaba supuestamente claro que eran amigos, tenían menos dificultades para decirse las cosas. Y ahora que todo debería ser más sencillo, les costaba mucho más ser sinceros y encontrar el coraje para confesarse todo lo que habían guardado tanto tiempo. Julia continuó:

– ¿Qué ha pasado para que los dos nos sintamos culpables y con la necesidad de disculparnos?

– Supongo que nada, que más bien es lo que no ha pasado lo que nos ha hecho sentir así. Por eso esta noche voy a contarte todo, bueno, hasta donde tú quieras saber. Puedes preguntar lo que quieras, hoy no habrá temas “intocables”, ¿de acuerdo?

A Julia todo esto le recordó a aquel día en la academia cuando estaban en la terraza y empezaron a hacerse preguntas para conocerse mejor, solo que ahora no querían saber sus comidas favoritas o qué les gustaba hacer en su tiempo libre; ahora se trataba de temas mucho más trascendentales, aquellos que no se habían atrevido a preguntar en este tiempo. Y aceptó.

Del vértigo, tú y yo.   //  Julright.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora