Capítulo 28

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Narra Viktor:

- ¿Estará bien? –preguntaba nervioso Seung-gil mientras el médico realizaba unos apuntes en su libreta.

- Sí, en efecto. Se pondrá mejor en unos días –levantó la hoja de su libreta y observó al omega en la camilla– Dígame, ¿cómo fue que sucedió esto? Su pareja tiene más de tres costillas fracturadas, sin hablar de las lesiones menores y el posible desgarre muscular...

- Él estaba protegiendo a alguien, y terminó siendo violentado hasta este punto –murmuró el coreano, haciendo un puño en señal de impotencia.

- Bien, será mejor que no vuelva a hacer esa clase de cosas; pudo haber muerto si no lo traían de urgencia –sentenció el doctor– Lo más probable es que vaya a despertar en un día, a más tardar. Ahora si me disculpan, tengo que ir a ver a los demás pacientes.

- Muchas gracias –dijimos Seung-gil y yo al unísono.

- No hay de qué –nos dio una leve sonrisa y luego salió de la sala, dejando solo su bata blanca a la vista.

Pichit estaba malherido... Por culpa de mi hermano menor.

¡Y Yuuri! Oh Yuuri... Él estaba en grave peligro.

Me sentía fatal, ¿en serio había hecho tanto para que en un abrir y cerrar de ojos mi felicidad se esfumara como la luz de una vela al apagarse? ¿Tan necesario era el que él sufriera por mi culpa? ¿Estaría bien?

¿Estaría vivo...?

Moví mi cabeza de lado a lado con brusquedad, tratando de dispersar ese pensamiento de mi mente.

- No fue tu culpa –dijo Seung-gil, sorprendiéndome y devolviéndome a la realidad– Nunca hubiésemos pensado que algo así ocurriría.

- Pero debimos hacerlo –gruñí enfadado.

- ¿¡Crees que no lo sé!? ¿¡Eh!? –respondió exaltado. Inhaló aire, y suspiró– ¿Crees que no sé que pude haber estado ahí?

Se acercó a su pareja y tomó su mano delicadamente, para posteriormente besarla.

Él acariciaba sus cabellos de forma sutil, como si temiese despertarlo.

Cuando en realidad, era justamente lo que deseaba.

Me sentía mal, realmente mal ¿Por qué pensé por un segundo que nada sucedería? ¿Acaso ya no había aprendido la lección? A lo largo de casi toda mi vida, comprendí que no se podía confiar en nada ni nadie.

Y, a pesar de todo, fui un crédulo al creer que mi pasado no iba a irrumpir mi futuro. Fui un crédulo, al creer que si sabía quién estaba destinado a estar conmigo, podría ser feliz.

¿Ser feliz? ¿Lo fui?

¡Claro que lo fui! Por instantes me sentí en el séptimo cielo, rebosante de alegría. Porque no estaba solo, porque por fin sabía que, si todo marchaba bien, obtendría mi muy ansiada libertad, porque él despertaba en mí esas ganas de vivir que se habían mantenido dormidas por años, porque me despertaba, y agradecía el poder vivir para verlo; agradecía el vivir por él.

Me sentía afortunado, aunque sea un poco.

Vaya... Pero qué estúpido fui.

Dicen que uno no sabe lo que es capaz de hacer por amor. Yo ni siquiera sabía qué hacer en ese momento.

Lo había perdido literalmente, todo.

A mi madre, a mi hermano, mi identidad, mi humanidad... Y ahora también, al amor de mi vida.

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