Narra Pichit:
Al oír mi última frase, Seung-Gil se mantuvo quieto por casi diez segundos que parecieron décadas, se mantuvo con los ojos cerrados y el rostro sereno; pero, no le duró mucho antes de estallar cual mina en campo de guerra: inesperadamente y sin escrúpulos.
Tomó mi muñeca y me jaló fuera de la sala.
- Volvemos en diez minutos, lo lamento –les mencionó a los presentes, cerrando la puerta tras de sí mientras presionaba su agarre con cada paso– si nos disculpan.
Dolía, dolía mucho.
Estaba furioso, lo sabía.
Caminamos a lo largo de los pasillos, pasamos por unos jardines, subimos escaleras y terminamos en una sala vacía, espaciosa y silenciosa. Se mantuvo callado frente a mí, solo estábamos a medio metro de distancia, mas, los sentía como mil.
- ¡Hey, Seung-Gil! ¡Ya es suficiente! –grité, zafando mi muñeca de aquella fuerte presión que amenazaba con partirla en dos– ¿Tienes idea de lo que acabas de hacer? –di un paso hacia atrás. Sin darme cuenta, había terminado contra una pared.
Él mantenía la cabeza gacha y no decía palabra. Sus brazos y piernas permanecieron rectos por unos instantes, hasta que vi cómo su mano derecha empezaba, ligeramente, a temblar. Respiró hondo y, lentamente, levantó su cabeza.
Y pude ver lo destrozado que estaba.
No había permitido que sus lágrimas corrieran por su cara, por lo que sus ojos se veían rojísimos, tristes y, lo peor, es que podía verme reflejado en ellos.
Llevé mis manos a sus mejillas y acerqué mi rostro al suyo, chocando nuestras narices y sintiendo nuestras respiraciones de cerca.
- Pichit –susurró, acariciando mis manos con las suyas– no puedo perderte.
- No lo harás, te prometo que no lo harás, no lo harás –repetí en voz baja– no puedo quedarme acá si sé que Yuuri nos necesita.
Negó con la cabeza, a lo que yo asentí.
- ¿Qué voy a hacer si alguien trata de hacerte daño? –preguntó, con un hilo de voz– Yo, yo no podría soportar el saber que estarías expuesto a tanto peligro.
- Nuestro trabajo se basa en el peligro, y tú lo sabes –hablé, calmado, procurando hacerlo entrar en razón– la única diferencia sería que estaríamos separados.
Rodeó mi cuerpo con ambos brazos, y empezó a llévame contra sí con mucha fuerza, apoyando su cabeza en mi hombro y casi haciéndome caer. Correspondí a su gesto, lo acomodé y poco a poco fui haciéndonos llegar al suelo, a una posición en la que él podía oír los latidos de mi corazón.
Había algo raro en todo esto. Yo entendía, claramente, lo preocupado que estaba por todos los riesgos que implicaba esta situación; sin embargo ¿por qué llegaba a ese punto?
- Amor –lo llamé, sutilmente– Quiero que me expliques, por favor, ¿qué pasa?
Hundió su rostro en mi pecho e inhaló profundamente. Se quedó así por un minuto, hasta que percibí su respiración entrecortada.
- Pichit, tú no tienes marca –sollozó.
Él tenía razón, tenía toda la razón del mundo. Llevábamos mucho tiempo juntos, pero, yo todavía no estaba marcado, nunca lo vimos como una necesidad, además, a pesar de estar siempre juntos y de saber que éramos el uno ara el otro... La idea de tener que estar constantemente "controlando" nuestras feromonas era más un obstáculo que un placer, sobre todo para él. No me molestaba no tener que verme obligado a usar un collar, es más, me sentía hasta un poco libre en ese sentido; no obstante, jamás creí que requeriría una marca para una situación como esta.
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Je t'ai trouvé
General FictionYuuri Katsuki era un conocido modelo japonés que vivía en París. Su manera de caminar, su delgada silueta, aquella mirada de ángel y demonio que poseía, esa pícara sonrisa, su trato con los demás, y esa melodiosa voz... Todas sus cualidades lo hací...