Capítulo II

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Me bajo del auto de Hannah despidiéndome con la mano, subo los escalones, hasta la puerta principal de la elegante mansión Collins.

—Hogar, dulce hogar— pienso sarcástica.

La primera impresión al entrar, es el perfecto orden, las paredes beige y el piso de cuarzo blanco, el olor a limpio y lavanda, todo meticulosamente arreglado, puesto en un lugar especifico, me genera escalofríos, parece como si fuese una casa en exhibición, la mansión fue diseñada por mi padre, un concepto abierto, con paredes altas, grandes ventanales, moderna, tecnológica, toda mi vida en esta casa y siento que es el lugar más frío e impersonal que existe.

Voy directo a la cocina, dejo mis cosas en la isla y me dirijo al refrigerador en busca de zumo de naranja, saco la jarra, me sirvo un vaso, me siento en unos de lo taburetes mientras pienso en lo que pasó con Abel.

Maldición.

No puedo ser débil.

No puedo permitirme este comportamiento.

No puedo permitirle que juegue conmigo, soy más fuerte que esto.

Soy más fuerte que él.

Tengo que ponerme dura, no debo dudar ni un instante en hacerlo, todo sea por mi bienestar, por mi paz mental, ya tengo suficiente estrés.

La imagen de su mirada está atrapada en mi mente, sus ojos azules doloridos, no dejaban de hacerme sentir mal, pero no puedo, él no es una prioridad en mi vida, en realidad nadie es indispensable, todos son pasajeros, es mejor no enamorarse y mucho menos estar aferrada a algo que en cualquier momento me puede lastimar.

Me froto la sien en círculos, que dolor de cabeza, esto no puede seguir pasando.

Recito una y otras veces esas palabras en mi mente, me paso las manos por la cara, estoy cansada de tanta basura, tanta mierda, tantas preocupaciones, tantas miradas acusadoras, estoy cansada de todo.

La voz en mi interior me dice que no es lo correcto, aún así la ignoro y sin pensarlo tomo la decisión, es lo mejor, ser como antes, que nada me afecte.

Me pongo de pie y después de colocar la jarra en su lugar, el vaso en el lava vajillas, voy directo a la habitación de Laura, mi hermana gemela.

La castaña esta acostada, lleva una pijama azul de nubes, siempre la lleva puesta cuando se siente mal, se encuentra viendo Netflix, tiene mejor semblante, sus labios tienen algo de color y sus ojos están brillantes, ya no se ve decaída, ni cansada, mi rostro cambia por completo y una enorme sonrisa se instala en mi cara, voy directo a saludarle y me acuesto en su cama mirando al techo.

Comenzamos hablando de cómo le fue en el doctor, me cuenta sus cosas y luego nos desviamos a otros temas, como la universidad, lo qué pasó en la mañana con mamá, le cuento lo de la fiesta y el incidente con Abel restándole importancia.

Siempre me he sentido cómoda hablando con mi hermana, es como si me entendiese a la perfección, nos podíamos entender la una a la otra con miradas y gestos, era casi imposible mentirnos u ocultarnos cosas, aunque suene irónico, somos como dos almas gemelas.

Y entonces lo recuerdo, mi alma gemela, como lo extraño, quisiera abrazarlo, el corazón se me pone chiquito, desde ese accidente ya nada era igual.

-¿Cómo te siente?- pregunta Laura sacándome de mis pensamientos.

-Bien- digo aclarando la garganta- ¿Y tú?- desvío el tema de conversación.

-Ya te lo he dicho, solo es una infección, relájate ¿vale?- dice poniendo los ojos en blanco- no intentes desviar el tema.

LAUREN [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora