Capítulo III

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Me despierto a las ocho treinta, el sol de la mañana entra por los grandes ventanales que dan vista a la piscina, se me ha olvidado bajar las cortinas, me siento relajada y no tengo dolor de cabeza, ni mucho menos resaca, estiro mis brazos bostezando, llevo una mano a mi boca, luego me rasco los ojos, he dormido en el cielo.

Después de asearme, me visto con unos jeans de mezclilla y un jersey blanco con unos botines estilo militar blancos. Me maquillo un poco, consta de base, labial rosa piel, un delineado sencillo y máscara para pestañas.

Me dirijo a la cocina, con mis cosas ya listas, me consigo a mi madre como siempre leyendo el periódico y apenas me ha visto me ha dado un sermón por ir de fiesta un martes, sumándole conducir con licor en la sangre, así que antes de perder los papeles agarro las llaves de mi Maserati y estoy vía la universidad, ni siquiera me ha dado tiempo de desayunar.

Pienso en las cosas que hice anoche y río al recordar mis bailes, recuerdo a Hiro suministrando los tragos, anoche fue una total locura, definitivamente el licor me vuelve una persona completamente diferente, sigo repasando todo y mi risa aumenta hasta que lo recuerdo.

Mierda. Abel.

Las imágenes de él con ella se pasan por mi mente, pensé que me afectaría, pero en realidad no siento nada, ni molestia, ni celos, solo asco, asco de cómo puede estar con una chica que tiene sexo con diferentes hombres en una semana, sé que hago mal en juzgar, menos a una que disfruta libremente de su sexualidad, pero jamás me rebajaría eso, como mujer me denigra, lamentablemente vivimos en un mundo, donde las mujeres debes cuidar nuestra reputación, pero sobre todo nuestra salud sexual.

Lo que yo objetivamente siento por Abel no es un enamoramiento, sino simplemente es atracción física y sexual, era una cría cuando fuimos algo, pero mi vida estaba en tal descontrol que no podía con tanta carga, no sabría decirlo, más que mejores amigos, no fuimos más nada.

Realmente yo estaba pasando por un momento de rebeldía y después cuando paso lo que paso, ya no quería estar cerca de nadie, nada tenía sentido para mí, todo se fue por la borda, en solo una noche.

Cuando somos adolescentes nuestras hormonas están revolucionadas, queremos comernos al mundo, no paramos de cometer errores gracias a la inmadurez y poca experiencia, pensamos que por cualquier insignificante suceso se nos acaba el mundo, que nos arrepentiremos toda nuestra vida, pero en realidad simplemente son actos de los cuales nos reímos luego.

Pero ahora ya no éramos adolescentes sino adultos, aún nos faltaba madurar, nos faltaba quemar etapas, nos faltaba cometer más errores, pero de eso se trata la vida, caer y ponerse de pie, más fuerte, más sensato, más perspicaz, las personas creen que todos aprendemos de los errores que no son propios, pero es una total equivocación, la experiencia te la da la vida y sino la has vivido como se debe ¿En dónde queda tal experiencia?

Simplemente seriamos seres temerosos, incapaces de dar un paso, porque entonces nunca nadie, se atrevería a saber las consecuencias de sus actos, aunque eso acabe algunas veces con nuestra alma.

Aun así, a veces siento que estoy nadando sin rumbo en la inmensidad del mar. Había tocado fondo, pero no me iba a ahogar, algo era seguro, ya nada me podía hundir más desde aprendi a mantenerme a flote sola.

Meto mi auto en el estacionamiento de la universidad, consigo buen puesto en la sombra, cojo el porta planos y mi bolso así bajando de mi automóvil, primero paso por el cafetín de la universidad, pido un desayuno, no tan nutritivo, después de comer, camino en dirección al taller número doce, ahí siempre veo clases de diseño arquitectónico, el lugar en donde nace la magia, cuando llego muchos de mis compañeros ya habían tomado lugar y eso que pensé que llegaba temprano.

LAUREN [En edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora