Capítulo 22

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Me quedé de espaldas a él, a tan solo un par de pasos de la puerta, pero sin moverme.

– ¿Recuerdas... lo que... lo de...? –se notaba que le costaba trabajo hablar y cada una de sus palabras se convertían en estacas en mi corazón.

– Si no recordara no estuviera huyendo –farfullé e intente llegar a la puerta otra vez.

– ¡No, Cas, espera! –inconscientemente su voz me hizo detenerme de nuevo, con mi mano sobre la perilla. Sentía mis ojos inundados de lágrimas a punto de salir y las limpié rápidamente– necesito hacerte una pregunta.

– Hoy no estamos jugando a las diez preguntas, Dean –musité con la voz temblorosa.

– Solo una –contestó. Me quedé en silencio, esperando a que la hiciera, sin girar a verlo.

Oí que se levantó de la silla y caminó hasta colocarse detrás de mí.

– ¿Por qué me besaste? –inquirió y cerré mis ojos con fuerza, dejando que las lágrimas cayeran decididas por mis mejillas y las limpié nuevamente.

Me giré hacía él y verle tan cerca hizo que mi ser se tambaleara.

– Porque estaba borracho, y en ese estado cualquiera comete estupideces de todo tipo –farfullé hablando seriamente.

– No llores –quiso acercarse y sus manos se elevaron para limpiarme las lágrimas, pero me corrí hacía atrás.– podrías decirme la verdad sólo esta vez –musitó quedo– ¿me amas?

Las lágrimas me volvieron a nublar la vista del coraje, enojo, de las ganas de decirle que sí.

– ¿Amarte? ¿Qué no tienes corazón y no piensas en...?

– ¡Claro que tengo corazón! ¡Ese es el maldito problema! –aulló y la cabeza se quejó de dolor.

Le miré tras las lágrimas que nublaban mis pupilas y luego mi vista se posó rápida en el sofá del fondo, en donde había una cobija y una almohada sin acomodar. Volví a mirarle cuando una de mis lágrimas corrió veloz por mi mejilla.

Me di la media vuelta, decidido a terminar la conversación pero antes de que pudiera moverme, Dean me sujetó del antebrazo, como aquella vez en la tienda de ropa.

– Sólo dime si me amas –dijo, articulando con claridad cada palabra, suplicando.

Me giré, exasperado y lo miré a los ojos, deseando que las incontrolables lágrimas no me delataran.

– No. –dije tajante.

Cuando me soltó, supe que me había creído la palabra que salió de mi boca. Se me quedó mirando... no sé cómo, porque aquella mirada no parecía real. Había decepción en ella. Quise moverme, pero la mentira había sido tan grande que no podía sentir ni un gramo de fuerza.

– Tú amas a Bela, ella te ama a ti –luché porque mi voz no se quebrara– así es como deben de ser las cosas.

Salí arrastrando los pies con la escasa fuerza que había logrado conseguir y estando afuera, terminé por derrumbarme. Es que igual no tenía caso alguno decirle la verdad, eso, ¿qué iba a cambiar? Bela era mi elección y a a pesar de la estupidez que yo había cometido, no podía permitirme hacerle más daño robándome a su novio.

Las lágrimas me bañaban el rostro mientras los ojos se me cerraban por los fulgurosos rayos del sol. No tenía ánimos de siquiera mantenerme de pie, pero sabía muy bien lo que tenía que hacer.

Paré un taxi y me subí. Si algo me había enseñado Bela antes de venir a Venecia era a dar direcciones en italiano.

– Aeroporto –musité, despreocupándome si me salía o no el acento italiano.

Manual de lo Prohibido | Deancas | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora