Capítulo 27

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El martes llegó con prontitud, a pesar de mi desvarío por el tiempo. Veía cómo acomodaban las fotografías en la pared, tratando de encontrar la manera de que se vieran elegantes y perfectas. Pero para mí ya lo eran. Me mordí el labio inferior con nerviosismo y luego divisé a Jack hablando con Ketch en la otra esquina, mientras le mostraba unos papeles y él asentía.

Faltaba menos de un par de horas para que las puertas se abrieran y la gente pasara. Puse mi atención hacía el lado izquierdo de donde me encontraba parado y miré a los meseros acomodar los aperitivos en distintas bandejas para poder servirlos. A pesar de que todo era una situación distinta a otra, mi mente no dejaba de volar en torno a una sola cosa con nombre propio.

No es que tuviera precisamente la esperanza de que él apareciera, justo aquí. Pero al menos que me buscara luego, que supiera que estaba cerca de aquí, que supiera que lo necesitaba. Vi a Jack acercarse a mí y le sonreí nervioso.

– En un momento empezará todo, ¿estás listo? –me preguntó y sin dejarme contestar añadió– Hay mucha gente que desea entrar.

– Estoy nervioso, es la cosa que más quería cuando comencé a trabajar en esto y ahora ya está aquí.

– Los sueños se cumplen –me sonrió-. ¿O lo dudas?

– Te lo contesto luego. ¿Qué te dijo Ketch? –pregunté, cuando lo vi salir por la puerta giratoria, además de querer cambiar de tema.

– Oh, tiene que irse, pero me dijo que le pasara un reporte de cómo había resultado todo. Él también está emocionado y ansioso. Oh, y quiere que pruebes los bocadillos.

– ¿Ketch quiere eso? –dije, extrañado.

– No, en realidad el que quiere eso soy yo, relájate, Castiel. Vamos –me tomó del brazo y me llevó hasta donde los mozos acomodaban las charolas.

Mordisqueé con ansiedad un par de aperitivos que rápido hicieron aparición en mi garganta al pasar por ella.

Pronto se llegó la hora, el reloj marcó las diez de la mañana del martes treinta y uno de Enero, las puertas se abrieron y la gente comenzó a entrar, girando sus cabezas hacía cuanta foto veían y dirigiéndose a ellas. Me di la media vuelta y cerré los ojos, yéndome a sentar a otro lugar porque no quería ver la cara de las personas al mirar las fotografías, no deseaba saber qué pensaban, qué se les ocurría. En ese momento me arrepentí de haber dicho sí.

Así pasaron cuarenta minutos de las dos horas que se habían predestinado para la exposición. Cuarenta largos y tormentosos minutos de ver –aunque no haya querido y haya hecho casi todo por evitarlo– el rostro de las personas que sonreían y movían sus cabezas en forma de asentimiento y fascinación al contemplar las fotografías que habían sido tomadas por mí. "Manuale del proibito" estaba siendo un éxito que a la gente le gustaba por encontrar inspiración en aquellas imágenes a blanco y negro.

Alguien me tocó el hombro y el corazón se me paró por un segundo. Me giré sobre mis talones y una chica de ojos oscuros me sonrió. El corazón volvió a su ritmo, decepcionado.

– Disculpa, ¿eres el autor? –me preguntó, mientras en su mano izquierda sostenía una libretita.

– Sí así podría llamársele, sí –le devolví la sonrisa que antes me había dado.

– Hola, soy Meg Robertson y trabajo para el periódico local –me ofreció la mano en saludo de presentación y yo la tomé– Debes de sentirte orgulloso de que tus fotografías estén fascinando a todo el que entra por esa puerta y las ve, ¿no es así?

– Vaya, gracias –dije, tímido.

– En lo personal a mi me han encantado, pero ¿podrías decirme, por qué el título? ¿Qué significa? Si no me equivoco es italiano, ¿verdad?

Manual de lo Prohibido | Deancas | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora