23. Fin de la transmisión.

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Juani, el verano.

“Incluso la vez que Juani tuvo ese sueño del que no quería hablar fue cuando su tío lo mando a lijar esa barda en verano...”

Juani se había equivocado y aquella noche, se dio cuenta que aquel suceso, había ocurrido. No había sido un sueño como él lo pensaba, no. Se había visto cara a cara con Norberto durante el verano.

Generalmente, su madre, lo mandaba a qué pasará gran parte de las vacaciones acompañando a su tío. En palabras de Angélica Irusta, su hermano necesitaba ayuda. Aunque a veces Juani sospechaba que su mamá querían deshacerse, de alguna forma u otra de él.

Pero eso no le importaba a Irusta, durante todos los veranos que se quedó allí, desarrollo un amor hacia Radio School; incluso él mismo decía que algún día estudiara allí, cosa que cumplió. Un par de semanas antes de que Juani entrara oficialmente al internado, su tío se acercó a él. Le pidió que lo ayudara con el mantenimiento de la escuela.

—Todo tiene que estar impecable para la llegada de tus futuros compañeros —Había dicho Abraham mientras encendía un cigarrillo.

—Que te diviertas — Dijo Juani, sonriendo descaradamente a su tío.

Juani siguió leyendo Me Dicen Sara Tomate de la autora Jean Ure. El director miro fijamente a su sobrino y sin más, le arrebató el libro y le dio un golpe en la cabeza con el mismo objeto.

—¿Qué mier..?

—¡No uses ese lenguaje en mi presencia, jovencito! — Ordenó el director. Juani solo lo miro fijamente, el golpe le había dolido, sin embargo no protesto, la única autoridad que Juan Ignacio respetaba, era la de su tío.

—¿Qué quieres que haga? —Pregunto Juani mientras su tío le sonreía.

Hizo de todo un poco, barrio el patio principal, limpió los baños, limpio las ventanas, derribo un panal de abejas junto con el conserje; fue picado por las abejas al igual que el conserje y el último trabajo, era lijar las bardas que protegían las jardineras.

Con lijadora en mano, camino a eso de las seis de la tarde hacia aquel lugar. Listo para tratar de borrar las iniciales y mensajes que los alumnos enamorados solían colocar allí.

Juan Ignacio Irusta siempre solía atribuir ese encuentro a un sueño porque, aquella tarde, estaba bastante cansado del trabajo. Cuando llegó a las jardineras, las miro de lado a lado y suspiro. Tenía mucho que lijar, pero necesitaba descansar. Se sentó en el piso y recargo la cabeza y la espalda en el mismo lugar donde, meses después, Benjamín Pino colocaría su inicial junto a la de Rafael. Juani cerró los ojos, listo para tomarse una siesta.

Fue entonces cuando lo que el atribuía a un sueño comenzó. Unas cuerdas sujetaron sus extremidades y el chico, sobresaltado, abrió los ojos y comenzó a forcejear con las ataduras.

Las cuerdas habían salido desde unos arbustos que se encontraban tras la barda, querían llevarlo hacia ese arbusto, seguramente para asfixiarlo hasta la muerte.

—¡Auxilio! — Grito Juani, asustado.

Poco a poco, las cuerdas lo arrastraban hacia las profundidades de la escuela y aunque trataba de librarse, era inútil. En su desesperación, Juani giro la cabeza y miro por dónde las cuerdas le arrastraban y se encontró con algo que lo atemorizo bastante. Detrás de los arbustos, el cadaver de un chico le sonreía, pero no era un cadáver cualquiera; usaba el uniforme de la escuela y parecía usar una capa de viaje bastante gastada.

Escuela de EscritoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora