Día Seis

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—Buenos días, doctora Eun

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—Buenos días, doctora Eun. Para tratarse de un Sábado, veo que ha decidido madrugar.

Me levanté del asiento en cuanto escuché las suelas de los zapatos de Kim Wo Kum al chocar contra las baldosas y me dispuse a saludarle con una respetuosa inclinación. Era importante comenzar con las mejores formas si quería conseguir algo.

—Cuando vino a verme me quedó bastante claro que le urgía mi trabajo. —Le sonreí, con los dos expedientes que había preparado bajo el brazo—. Le he llamado en cuanto me ha sido posible porque, como bien suele usted decir, su tiempo es oro.

La frase, ensayada de camino al hospital, en donde habíamos quedado, me había quedado de lo más señorial pese a que no tenía nada que ver con el  motivo que me había llevado a adelantar a las siete una cita acordada para las once.

Lo había hecho porque los nervios me habían impedido pegar ojo debido a los hormigueos que me recorrían la espalda y al vaivén de mi pecho, que parecía una montaña rusa en descenso, cada vez que me acordaba de los últimos mensajes que había recibido. Además, Seok Jin me había estado machacando por mensajería y, en un momento dado, hasta se había presentado en mi portal, y había pegado el dedo al botón del timbre durante veinte interminables minutos en los que opté por irme a la ducha, en busca de una relajación mental que necesitaba pero que no encontré.

Tampoco me sirvió de mucho tragarme las tres horas y media que me quedaban de la serie de televisión que seguía en torno a uno de esos triángulos amorosos estudiantiles, tan clichés pero a la vez tan divertidos, ni el rato que estuve colgada al teléfono dando cuenta de mi estado a mis padres que, por lo visto, ya estaban empezando a acostumbrarse a que no pusiera los pies en Busan. A las once de la noche me repasé la discografía entera un grupo que me gustaba, a la una me tragué un partido de tenis en diferido y a las tres asalté la cocina y me comí dos sopas instantáneas y no supe ni cuántas galletas.

Y, al final, cuando el cielo empezaba a clarear, me volví a duchar, me arreglé de la mejor manera que pude y le envié un email al forense por si era posible vernos antes.

Y allí estábamos, en la sala de espera de una Admisión desierta donde nuestro único acompañante, el guardia de seguridad, mataba el tiempo con un libro entre las manos en el más completo de los silencios.

—¿Qué es lo que tiene para mí? —El investigador tosió y se metió las manos en los bolsillos del pantalón de su traje azul marino—. ¿Ha conseguido algo sobre el autor del aquelarre de huesos?

—De momento tengo el análisis que he hecho a partir de las fotos que, por cierto, le he traído. —Agité en el aire las dos carpetas—. Y también tengo el perfil psicológico de Min Jimin y unos cuantos indicadores sobre la posible localización de los restos del padre biológico de Yoon Gi.

DISOCIATIVO ² : Sociopático 《MYG》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora