Día Nueve

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—Doctora Eun

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—Doctora Eun... —Un zarandeo en el brazo me hizo abrir los ojos y golpearme la nariz con la dureza de la madera en donde había apoyado la cabeza—. Doctora, no me diga que ha dormido aquí.

Aquí...

¿Y dónde era eso? Dios; me sentía tan adormilada que apenas podía pensar. Los párpados me pesaban como si alguien me los hubiera pegado con pegamento, el cuerpo me dolía por todas partes y lo último que quería era iniciar una conversación con... ¡Un momento! ¡Ay, madre!

—¿Por qué no se fue a casa anoche? —Me incorporé y me topé con la cara del investigador que, inclinado sobre mí, acababa de depositar una taza de café humeante encima de la mesa y me observaba con desaprobación—. ¿Y de dónde ha sacado eso? —Me tiró de la manta azul con la que estaba tapada—. Si sigue por ese camino se va a enfermar.

—Es que... —balbuceé—. La verdad...

Eché un vistazo a mi alrededor. Estaba en el despacho de trabajo, frente a mi portátil y con todos los luminosos del techo encendidos y, al parecer, llevaba durmiendo en la mesa un buen rato porque las lumbares me pinchaban por el exceso de flexión y el brazo que se me había quedado extendido me hormigueaba.

—Estaba lloviendo mucho —decidí—. Se me hizo un poco tarde y cuando quise salir...

—Ya, ya, ya. —Kim Wo Kum agitó la mano en el aire, dándome a entender que no me creía ni una sola palabra, y tomó asiento en la mesa de al lado—. Dejémoslo y solo bébase eso. Me van a volver loco entre los dos.

—¿Ha visto a Yoo...?

El ceño fruncido me dio a entender que dejara el tema así que, por una vez, me convertí en una fiel seguidora de sus normas y me centré en soplar el líquido caliente de mi inesperado desayuno mientras él hacía un par de llamadas referentes a otros procesos y me daba tiempo para disfrutar de aquel sabor tostado, no muy dulce, que tanto me reconfortaba por la mañana.

— ¿Ha hecho algo del anexo? —se interesó, en cuanto solté la taza—. La prensa está desquiciada con eso de las desapariciones y el juez desea cerrar el caso.

—Pues...

Revisé la pantalla de mi ordenador, atontada. No recordaba haberlo dejado encendido ni tampoco haber abierto el procesador de textos, pero el documento ahí estaba, terminado. Moví la ruedecita del mousse y repasé el contenido por encima, sin ser capaz de disimular mi extrañeza.

—Supongo que sí.

—¿Supone? —Mi interlocutor arqueó una ceja—. ¿Eso es un sí o un no?

No le respondí. Cielos, era increíble que mi mente estuviera tan disociada. ¿De verdad había escrito todo? Rayos, no podía ser. Me acordaba perfectamente de lo que había hecho.

Todavía notaba el calor de la piel de Yoon Gi unida a la mía, la humedad dulce de sus besos acariciarme por todas partes y el sonido de mi propia voz, tratando de reprimir los gemidos que me había producido al moverse dentro de mí. Escuchaba su murmullo suave en mi oído diciéndome que me amaba, su mano mesándome el cabello, y el frescor metálico del armario en el que habíamos terminado apoyados, abrazados y exhaustos tras la liberación de la carga emocional que tanto habíamos reprimido. Hasta podía notar el frío procedente de las rendijas del portón de las basuras que nos había obligado a buscar la ropa y a regresar a infecciosos.

DISOCIATIVO ² : Sociopático 《MYG》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora