Capítulo 19: En sala de espera ( por Amy)

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Claramente inútil. Es así como me siento, sentada en el saloncito del recibidor con una taza de té en mis manos observando a los dos adolescentes que caminando de un lado a otro,  de una manera irritante, se fijan en la ventana para ver si alguien viene con noticias. De vez en cuando sus miradas se cruzan con las mías, y en las suyas puedo ver su nerviosismo, enojo y miedo.

La muchacha de cabello negro se hizo una trenza y se sentó enfrente de mí, dejando de lado la taza de té que les serví.

-¿Por qué no podemos ir con ellos?- pregunto la muchacha con voz tensa.

-Porque es demasiado peligroso… - había dicho esto toda la mañana, desde que se habían despertado y descubierto de que los hermanos de Tany, y Benjamín se habían ido en su búsqueda, y como no habían vuelto, seguramente Gabriel los dejo acompañarlos.

-Pero si Fred y Alex se fueron con ellos, y Benjamín también, contando que él está sufriendo una resaca.-Dijo frustrado Félix.-Nos tratan como si fuéramos niños…

-Somos niños para ellos.- dijo enojada la chica.

Deje la taza de té en la mesita ratonera, y me dirigí escalera arriba, sintiendo las pesadas miradas de los adolescentes detrás  de mí. Me encierro en mi habitación y me hundo en mi dolor. En mi fracaso, como persona, como guerrera, desde que me quitaron a mi Germán no he vuelto la misma de antes. Dentro de mí sigue ardiendo el fuego de la venganza  y el odio hacia Ariel, pero también me siento encarcelada en mi propia cobardía. Cada vez que he tratado de salir de mi casa el pánico se apodera de mi cuerpo. Estoy cansada que todos me miren con lastima y traten de ser cuidadosos con migo por la tragedia que he vivido.

Pero esta vez es diferente, debo salir, debo luchar. Tengo que apoyar a Gabriel en su búsqueda.

Cruzo mi habitación, pasando por enfrente de mi enorme cama, aquella que solía rellenar con Germán cada noche antes de su muerte, y abro las puertas de roble de mi armario. Lleno con mis ropas, mis vestidos de colores opacos y oscuros, poco alegre. Separo en dos partes las perchas que cuelgan mis vestidos y blusas, y miro hacia el fondo de mi armario.

Con un suspiro resignado, golpeo la madera y se abre el compartimiento secreto que hay al fondo del armario. El destello de plata viene desde la oscuridad del mismo. Con mis manos temblorosas saco un par de cajas y mis armas. Rastros de mi antigua juventud.

Coloco las cajas en la cama, que están cubiertas por una fina capa de polvo, y llevo también mis armas, mi antigua espada de plata con empuñadura de plata y esmeralda, mi viejo arco y el carcaj con bastantes flechas aun y unos cuantos cuchillos de plata y oro.

En las cajas están mis pantalones de cuero de dragón, las camisas que solía usar en momentos de lucha, mis chalecos reforzados.  Y en la otra más grande esta mi escudería, mi maya, la clase de ropa que usamos en la guerra, esta caja la mire de reojo y rápidamente la tome, pesada en mi cuerpo y la volví a guardar en el oscuro compartimiento secreto. No hay guerra, al menos por ahora. 

Me vestí como solía vestirme, cuando tenía mis rondas por la noche en el bosque. Me puse un pantalón, que se sentía raro pegado a mi cuerpo después de tanto tiempo, mis botas vejas, y me puse una camisa verde oscuro, que solía ser de Germán, algo de él que me acompañara en este camino. Y para finalizar, me puse un  chaleco reforzado, negro, mi cinturón con mis armas, y me colgué a la espalda mi viejo arco.

Viéndome en este momento frente al espejo, era como ver a un fantasma, pero mi rostro y mi mirada permanecen duras. Mi cabello rizado y rojizo, esta alborotado alrededor de mí. Este será mi último paso. Me hice una gruesa trenza cocida, como solía hacer cuando permanecía al grupo de los Guardianes del Norte. 

Baje rápidamente las escaleras, para dirigirme hacia la sala de estar donde había dejado a los adolescentes. Ellos parecieron no notar mi presencia, y tampoco mi presencia al parecer interrumpió su secreta conversación.

Aclare mi garganta, mi pecho me explota de adrenalina, y la mezcla de sentimientos se anida en mi mente.

Los jóvenes se quedaron mirándome, con la boca abierta, sobretodo mirando las armas que llevo cargadas.

-Amy…- dijo la chica.

-Tomen sus abrigos que nos vamos.- dije y mi voz sonó tan rasposa como el sementó.

-¿A dónde?- pregunto el chico.

-¿Acaso no querían salvar a su amiga?

Ellos sin dudar ni un instante, tomaron sus abrigos y se dirigiendo corriendo hacia la puerta.

No sé bien donde pueda encontrarlos, pero se su punto de partida. Tal vez allí nos dijeran donde se fueron ellos. Yo aún tengo mi unicornio, y en las caballerizas quedo Erwin.

-Tenemos que darnos prisa, nuestro tiempo se agota.- dije cruzando la puerta de mi casa.

Aquí afuera soy completamente vulnerable a todo lo que me rodea. Solo espero que mi valentía continúe hasta que este viaje allá terminado.

Sinaparadise y la maldición del ultimo Lucero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora