Capítulo 20: Los demonios se divierten

4 0 0
                                    

Tuve un sueño donde me rodeaban las sombras y voces lejanas e in describibles me llaman a lo lejos. Mi cabeza me duele, al igual que mi pecho. Me siento apretada, asfixiada. La pesadez de mis ojos me abruma, quiero abrirlos, pero estos se cierran con fuerza, como si el sueño me arrastrara con fuerza por oscuros pasillos.

Luego de varios intentos de despertar, puedo lograr despegar mis ojos. Mi mirada se fija en un alto techo blanco y decorado con garabatos en oro, iluminado por unos enormes candelabros en las esquinas, y en el medio del techo, cuelga una gran araña de cristal. Que en algún momento supo ser nueva y limpia, ahora se ve algo rota, sucia con telarañas que le cuelga.

Trato de sentarme, pero hay algo que se aferra cada vez más a mi estómago, que no me deja casi ni respirar. Bajo mi vista, y veo que ya no tengo el vestido azul oscuro que me había dado Victoria, sino que llevo puesto un vestido larguísimo, de color rojo con bordados en oro, con puntillas en las mangas tres cuarto, un pronunciado escote, y debajo de todo esta tela hay un corsé. Con razón me estoy asfixiando.

Me paro con gran dificultada, y observo donde estoy. Mi cabeza un me da vueltas y los colores se me mezclan. Veo que estoy en un salón donde hay solamente un amplio escritorio negro, que en él esta tallado un extraño trivial entre fuego y cuernos. Un enorme sillón de espaldas anchas, color negro también, detrás del escritorio. Donde yo me encontraba era en un amplio sofá chaise longue, tapizado en tercio pelo negro  y las patas y el marco en vez de ser de madera es de oro.

En frente de mi hay una mesita ratonera desnuda y una chimenea encendida. Me giro para encontrar un par de enormes puertas de caoba, con hermosos y frívolos dibujos tallados en ella. Sus picaportes dorados, brillan a la espera de que vaya a abrir y averiguar dónde me encuentro.

Al dar un paso me tropiezo y caigo al suelo de madera. Me paro tambaleante y tomo el vestido rojo y lo subo hasta mis rodillas, no solo que me lo pise sino que también llevo puestas una hermosas zapatillas de quince centímetros, de terciopelo rojo. Divino ¿No? No podría haber deseado algo más suicida, que un vestido enorme que me pesa y me lo piso por poco, y unos zapatos con un enorme tacón y va perfecto con mi descoordinación.

Llego a duras penas a las puertas y al tocar el frío picaporte, mi mente va procesando lo último que recuerdo.

El beso de Benjamín, las manos de Gabriel guiándome hacia el penumbroso bosque, mi padre, Gabriel inconsciente el suelo.

Abro una de las pesadas puertas y miro a ambos lados por el pasillo, no hay nadie. Solo una melodía de violines viniendo por el lado derecho del corredor.

Voy caminando por el corredor, a medida que más me voy asomando por el lado derecho, la música va sonando más fuerte. Hay un olor petulante entre el azúcar quemada y la basura y carne podrida. A los lados del corredor hay puertas cerradas y cuadros espeluznaste, de seres con cuernos, y alas de murciélago, de personas devoradas por monstros.

El corredor termina con dos enormes puertas de cristal y cerradura de oro. Al otro lado puedo ver figuras danzando.

En algún punto debería estar muerta de miedo, por no saber a dónde estoy, y adonde me ha traído mi padre.

-Vaya ya, ya te has despertado.- resonó una voz divertida detrás de mí. Me di la vuelta a los compas del vestido rojo, para encontrarme una muchacha alta de largo cabello castaño, de ojos marrones oscuros, casi sin vida pero con una chispa de malicia, su piel pálida y traslucida. Envuelta en un vestido dorado con estampado en flores turquesa.

-¿Quién eres?- pregunte casi ahogada, al ver lo bella y perfecta que es.

-¿Quieres conocerme?- me pregunto, dedicándome una sonrisa incompleta, como si me estuviera coqueteando. ¿Acaso, de verdad me está coqueteando? 

Sinaparadise y la maldición del ultimo Lucero.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora