Charles Xavier

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Título: Mutaciones.
Advertencia: ninguna (?)

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Ambos se encontraban en el despacho de Xavier, con un tablero de ajedrez separándolos, a lo cuál jugaban tranquilamente hasta que la morena rompió el silencio que se había acumulado en aquel lugar.

–Si tuvieses otro poder, ¿qué poder te gustaría que fuera?

–Vaya, nunca me había preguntado eso —Charles estaba totalmente sorprendido. No esperaba esa pregunta de parte de la contraria—.

–Soy curiosa —se excusó ella encogiendose de hombros para mover su único caballo vivo—.

–Pues... Creo que elegiré una opción al azar. Me quedo con la telekinesis. ¿Y tú, preciosa?

–Yo creo que la elegirías sólo para no deber mover un dedo —una sonrisa divertida cruzó la cara de la fémina, la cual fue seguida por una en el rostro del profesor—. Pues yo elegiría la invisibilidad. Podría resultar interesante—.

–Pero tu mutación es buena, Megan.

–¿Cómo de buena puede resultar una mutación que infringe daño con la mirada?

–Ambos sabemos que no es tu única habilidad... —Reprochó el profesor mientras movía la torre para comerse a un peón distraído—.

Megan tenía la habilidad de infringir cualquier tipo de dolor con la mirada, sólo debía imaginar el objeto con el que se infringía ese daño. Algo malo de aquella habilidad era que podría llegar a matar a la persona, su propio cuerpo le mataría puesto que el dolor era únicamente mental. La otra habilidad de la chica era la protección, era capaz de proyectar un campo invisible de protección que evitaba que lo que yacía dentro de éste sufriese daños, incluso conseguía inhabilitar las habilidades de otros mutantes sobre lo encontrado dentro. Una de las cosas que le llamó a Charles la atención fue el hecho de que le fuese imposible leerle la mente a la contraria.

–Sabes que no me siento cómoda hablando de mis “habilidades”, Charles.

Megan se unió a la escuela de Charles meses atrás, cuando éste le habló de ella y de la falta de personal. Él le prometió un techo dónde dormir y unas clases en las cuales controlar sus habilidades, en las que usaba a Erik como conejillo de indias. Él únicamente aceptaba por el hecho de que conseguía algo a cambio, pero siempre acababa cambiando de opinión en el último segundo, cosa que no impedía que se llevase algunos dolores. Tal vez Charles elegía a Erik sólo para devolverle algo del dolor que él había llegado a ejercer, pero era sólo una alocada idea de la fémina.

– Vamos, Megan. No puedes huir de lo que eres; eres una mutante, y eso no debería avergonzarte.

– Vaya, además de profesor ahora es poeta —ironizó consiguiendo una pequeña risa de parte del telépata alejando a la reina del alfil contrario—.

– Hablo enserio, Megan.

Hubo un corto silencio, que pareció eterno para la chica mientras Charles meditaba su siguiente movimiento, hasta que volvió a romper el silencio.

– Charles... —El mencionado alzó la azulada mirada hacia la mutante—. ¿Hasta qué grado me estimas?

El ceño del profesor se frunció, creyendo no haber comprendido su pregunta, a veces le resultaba frustrante no poder entrar en su cabeza para simplemente averiguar qué pasaba por su mente.

– Creo que no te entiendo, Megan.

– Yo creo que sí lo haces.

Y de nuevo, el silencio. Charles movió el único caballo que seguía en pie, consiguiendo con ello una orgullosa sonrisa en sus rosados labios.

– Te he vuelto a ganar, querida.

– A la mierda el juego, Charles.

Antes de que él pudiera hacer o decir algo para reprochar, el tablero junto a la mesita de café volaron hacia la izquierda mientras ella se avalanzaba sobre él para devorar sus labios, cosa que no desaprovechó el profesor, pues le siguió el beso acomodándola sobre su regazo acariciando sus caderas y acercándola más a él si era posible.

–¡Oh! ¡Cuánto lo lamento!

Aquella voz tan familiar para ambos les hizo a ambos mirar hacia la puerta, dónde se encontraba un muy avergonzado Hank asomado intentando apartar la mirada lo más posible.

– Escuché ruidos y pensé que estaba sucediendo algo...

– Lo cierto es que sí, Hank. ¿Podrías darnos algo de privacidad para que suceda ese algo? —Preguntó Megan con toda la normalidad del mundo—.

Recibió un asentimiento sonrojado de parte de Bestia mientras cerraba la puerta y una pequeña risita ronca en su oído de parte de su profesor favorito le hizo sentir un hormigueo recorrer su columna vertebral.

– Así que ese era su plan desde el principio, señorita Terence.

– Oh, querido Xavier, mi plan va mucho más allá que unos simples besos.

Tras una ahogada carcajada, el telépata volvió a unir sus labios con los de la de su querida mutante.

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