Loki Laufeyson

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ㅤLOS CRIADOS IBAN Y VENÍAN casi a la carrera de un lado a otro. Algunos con objetos diferentes en sus manos que constaban desde vestido de telas suaves y visiblemente de calidad exquisita, a cuencos con frutas o jarras con licor asgardiano.

Loki estaba realmente molesto con todo ello. No estaba seguro de poder soportar una fiesta más en la que su queridísimo hermano fuese el centro de atención con su griterío y sus anécdotas sobreescuchadas. Se dirigió en completo silencio hasta la alcoba de Frigga, manos entrelazadas tras la espalda con su característico porte orgulloso.

Una vez llegado a las grandes puertas de caoba cerradas alzó su diestra para golpear la madera con sutileza con sus nudillos un par de veces. Esperó paciente solo por ella a su respuesta, entrando tras escuchar un adelante procedente del interior de la estancia.

“¿Me habíais llamado, madre?”   Preguntó el jotunn situándose junto a la puerta manteniendo la compostura con la cuál había llegado.

La nombrada miró a su hijo desde el reflejo del espejo en el que estaba peinando su dorada cabellera. Lucía un precioso vestido de la más fina tela de color rojo que le quedaba hermoso. Unas sandalias terminaban el conjunto que había escogido para la ocasión. La reina se puso en pié dejando el cepillo sobre su tocador, acercándose a su hijo con una maternal sonrisa adornando sus labios.

“Querido Loki... Creo que eres conocedor de la celebración de esta noche.”

Un pesado suspiro fue la respuesta que formuló el moreno, que miraba con recelo a la muchacha que acompañaba a su amada madre para ayudarla en sus quehaceres, ya que odiaba ser partícipe de los cotilleos de las sirvientas. Volvió la vista a la persona que lo había criado como hijo propio, pensando en cómo ella podía poseer tal amor incondicional para entregar.

“Lo sé. Es solo que... Estoy cansado de tantas fiestas, madre.”   Podría una excusa, únicamente para mantenerse en su alcoba o en la biblioteca en lo que se llevaba a cabo la celebración.

“Prometo que esta será la última en un largo tiempo. Ya sabes que debemos llevarnos bien entre los diferentes reinos y sus diferentes dioses.”

“Eso significa que no tengo otra opción, ¿cierto?”   Preguntó con un tono vencido, dejando caer sus hombros como si acabase de soltar un gran peso.

“Cierto.”

“Está bien.”   Apretó sus dientes ahogando un pequeño gruñido molesto.   “Iré a arreglarme, entonces.”


La fiesta estaba en todo su esplendor. Los invitados habían llegado. Podían diferenciarse los nórdicos de los griegos por las coronas de oro de laurel que adornaban las cabezas de los dioses y diosas griegos. Incluso Thor se había arreglado para la ocasión, Loki se había mantenido en silencio como de costumbre vistiendo sus mejores galas, cerca de su madre que se había dedicado a presentarle a todos los presentes con una orgullosa sonrisa. Seguramente eso era lo único que le mantenía en aquél lugar todavía.

“Atenea, querida.”

La voz de su madre le hizo volver a la realidad, únicamente para caer perdido en los claros ojos de la diosa que se encontraba frente a ellos con una gran sonrisa adornando sus labios. Al igual que los demás griegos, su túnica era de un puro blanco, y a Loki nunca le pareció un color tan hermoso como en aquel momento.

Frigga, cuánto tiempo.”

“Quiero presentarte a mi hijo, Loki. Hijo mío, ella es Atenea. Diosa de la guerra y la sabiduría.”

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