Capítulo I

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El amanecer en Wakanda era algo hermoso, en eso estaban de acuerdo todos sus habitantes, pero esta vez, las llanuras, no estaban teñidas del suave color naranja, si no de un color carmín fuerte. Y el cantar de los pájaros había desaparecido, ahora, lo único que se escuchaban eran disparos, ruedas derrapar por la carretera irregular, el incesante sonido de los motores y los gritos de las personas que conducian los camiones.

Se trataban de saqueadores, que habían llegado a aquella nación con el único propósito de robar su preciado metal, resistente y útil para crear todo tipo de armas o vehículos acorazados, pero no sólo habían robado el metal, habían hecho prisioneros a 30 wakandianos, el destino de aquellos prisioneros era claro, los que eran alfas, seguramente ayudarían a fabricar las armas con las que seguirían saqueando y matando a gente de su pueblo, los omegas serían vendidos al mejor postor, y los betas, podían tener tanto el destino de los omegas como el de los alfas.

Cuando estaban a un kilómetro de salir del pueblo, aun siendo perseguidos por las Dora Milaje, una de ellas arrojó su lanza la cual impactó contra el motor de uno de los coches que iba en cabeza, desencadenando un efecto dominó. Los tres coches y el furgón que se estaban dando a la fuga se estrellaron unos contra otros, siendo el primero el más afectado, y el furgón donde se encontraban los prisioneros el menos afectado. Por suerte, el mecanismo que cerraba las puertas del auto falló, abriendolas y dejando escapar a todos los futuros esclavos. Varias Dora Milaje fueron en su auxilios, mientras, las otras ocho restantes, armadas con sus lanzas o cuchillas circulares, fueron a apresar a los causantes de aquel alboroto. Pronto, y antes de que los culpables fueran apresados, el rey T'Chaka, junto a su joven hijo, se hicieron presentes, ambos armados con lanzas y el más joven portaba un escudo de vibranium.

En total, habían 14 personas, todos alfas o betas. Padre e hijo discutían lo que hacer con los nuevos prisioneros, su padre mantenía la idea de matarlos, para mandar un mensaje claro al jefe de aquella organización, su hijo preferís encerrarles, aun que el robo de vibranium y la exportación de esclavos era un delito de pena de muerte, no quería cargar con aquel peso.

—Hijo, como futuro rey, debes pensar por la seguridad de tu pueblo, ¿que pasa si escapan? Hay que acabar con ellos. —Habló el rey, con una voz grave, como buen alfa, se hacía respetar con solo su tono de voz.

—Padre, quizás podamos recobrar información, saber donde se esconde su jefe y acabar con él, ellos son útiles. —Se excusó, aun que sentía una gran ira hacia las personas que ahora esperaban su condena, atados y arrodillados, jamás había hecho daño a nadie, y se había criado con los valores de ser respetuoso y valorar todas las vidas por igual. No, él no era como su padre, por más que fuera su modelo a seguir, él no tenía la misma sangre fría.

En el momento menos oportuno, uno de los apresados consiguió librarse de su amarre, y con una pistola que tenía escondida bajo su ropa, disparó al rey. Afortunadamente, el cañón de la pistola estaba desviado, aun que el disparo le hirió, no fue una herida mortal. La bala impactó en la pierna del rey, y las Dora Milaje atacaron al tirador, y con la orden tajante del rey, mataron a los invasores. Trasladaron al rey herido al hospital, donde fue atendido casi de inmediato.

Ese día, T'Challa, que no era más que un joven príncipe, comprendió muchas cosas, una de ellas era el porqué de la sangre fría de su padre. Ese mismo día fue a visitarle al hospital, su madre, cargaba a su hermana, una dulce niña de 8 años, la niña no comprendía mucho lo que pasaba, solo sabía que alguien había herido a su padre y ahora estaba hospitalizado.

—Baba... Lo siento. —Al ser menor, y no entender bien lo que había sucedido, él pensaba que era su culpa por no haber ejecutado a los agresores mucho antes.

—Hijo mío, no es tu culpa... Pero espero que hayas aprendido algo hoy, no nos podemos fiar de la gente del exterior.

Y con esas palabras grabadas a fuego en la mente del joven príncipe, pasaron los años, el príncipe, que ahora estudiaba la política de su país, las normas, y velaba por la seguridad de su pueblo, antes que por la suya propia, hacia escasos meses que había descubierto a la jerarquía a la que pertenecía, igual que su padre, era un alfa. Entrenaba cada día, perfeccionando las distintas artes de defensa que sabía.

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