cap x

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A la mañana siguiente, y como era común en todo aquel que no estuviera acostumbrado a beber, James se despertó con un martillante dolor de cabeza.

Al recordar lo ocurrido la anterior noche, se tensó un poco, ahora podía ver de quien se trataba el hombre con el que casi mantiene relaciones más sería. Pero que no pudieron ser por la falta de previsión por parte del alfa. De cualquier modo, James suspiró por ello, se sentía aliviado de no haber perdido su virginidad de forma tan altruista y poco responsable.

Pero a quien quería engañar. Esa seguramente hubiera sido la mejor oportunidad, pues por si se había olvidado, y ahora recordaba de forma amarga; estaba ligado al trono, y no como parte de la familia real. No. Él era mas patético que eso. Él tenía que ser el esclavo peor tratado de todo aquel hermoso lugar.

Y no sólo un esclavo, el esclavo de un príncipe cruel y que era incapaz de saber cuando alguien estaba arrepentido y trataba de arreglar las cosas. Un príncipe que dentro de poco sería rey.

Un terrible escalofrío recorrió su espalda. Cuando T'Challa fuera proclamado rey, él tendría dos alternativas, seguir siendo un esclavo y morir siéndolo, o morir bajo la orden del rey. Pero bueno, siempre cabía la posibilidad de que muriese antes. Por haber sido un soplón, por haber abandonado la organización que le mantenía cautivo o simplemente, por que el príncipe le siguiera torturando con aquellos horrendos trabajos.

Ahora que se acordaba... ¡Debía ir a trabajar!

Se levantó de un salto. Esa no era su cama, no era su habitaron y el hombre con el que había mantenido un breve romance había desaparecido. Aun así sonrió recordando las hermosas palabras que le había dicho, y sintiéndose afortunado por que una persona se hubiera interesado en él. Pero como en un momento había pensado, no podría llegar a más de una noche.

—Estoy condenado al fracaso, a estar encadenado y estar solo. —Murmuró y salió de la habitación, ahora debía buscar la suya.

Minutos después consiguió llegar a su habitación sin ser visto por nadie. Se duchó, vistió y como si hubiera estado esperando el momento oportuno, sus tripas rugieron y despertaron con un hambre voraz. Pero había pasado su hora de desayunar, y se veía resignado a no poder probar alimento alguno asta la hora de la comida.

Movido por su curiosidad miró el reloj. 10:07. Llegaba tarde. Una hora tarde.

Y como si una hambrienta Pantera le estuviera persiguiendo, el Americano saltó a la carrera, pensado en ese mismo instante que la ducha que había tomado minutos antes y el olor a frutas que había obtenido, ahora quedaría en el olvido por el olor de su brillante sudor. Pues a esas horas de la mañana el sol ya estaba alzado por completo, y su calor hacia desfallecer a cualquiera.

Por fin, llegó a su trabajo, y como si no hubiera corrido lo suficiente, su jefe decidió que tendría que hacer los repartos de las canastas en un tiempo récord, por haberse quedado dormido.

Un infierno. Eso era lo que ahora vivía el prisionero. El calor era infernal, no había probado nada desde la cena de ayer, y no tenía permitido beber una sola gota de agua hasta que no terminase su trabajo.

Y como si la vida le hubiera dado un regalo de forma cruel. Le golpeó de lleno una insolación, que le barrió como una muerte súbita. Y ahora estaba tirado a centímetros de un río, con su temperatura corporal más alta de lo común y recomendable.

Lo único que sintió fue algo húmedo que pasaba por su mejilla.

—Iugh... —Murmuró, estaba en el borde de la inconsciencia, era apenas consciente de lo que ocurría en su alrededor.

La Promesa De Un Rey Donde viven las historias. Descúbrelo ahora