Capítulo 31: Volver a vernos

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El sábado por la tarde, Harry, Hermione, Ron y yo nos dirigimos a Hogsmeade por el callejón frío y ventoso que salía del pueblo hacia el campo sin cultivar que lo rodeaba. Las casas estaban por allí más espaciadas y tenían jardines más grandes. Caminamos hacia el pie de la monta la que dominaba Hogsmeade, doblamos una curva y vimos al final del camino unas tablas puestas para ayudar a pasar una cerca. Con las patas delanteras apoyadas en la tabla más alta y unos periódicos en la boca, un perro negro, muy grande y lanudo, parecía aguardarnos. Sonreí y corrí hacia él. Me ladró y meneó la cola.

Mi padre nos condujo a la base misma de la montaña, donde el suelo estaba cubierto de rocas y cantos rodados, y empezó a ascender por la ladera: un camino fácil para él, con sus cuatro patas; pero para nosotros fue como quedarse pronto sin aliento. Seguimos subiendo tras Sirius durante casi media hora por el mismo camino pedregoso, empinado y serpenteante.

Al final Sirius se perdió de vista, y, cuando llegamos al lugar en que había desaparecido, vimos una estrecha abertura en la piedra. Nos metimos por ella con dificultad y se encontraron en una cueva fresca y oscura. Al fondo, atado a una roca, se hallaba Buckbeak.

- No puedo creer que estés tan hermosa - dijo mi padre transformándose y viniendo hacia mí.

- Te extrañé mucho, papá - lo abracé y él me rodeó con sus brazos, con fuerza. - Estaba preocupada por ti.

- ¿Por qué? Sabes que soy muy astuto, hija...

Los dos reímos y Harry se adelanta a él para saludarlo. Hermione y Ron alzan la mano y también acarician a Buckbeak. Sirius llevaba puesta una túnica gris andrajosa, la misma que llevaba al dejar Azkaban, y estaba muy delgado. Tenía el pelo más largo que cuando se había aparecido en la chimenea, y sucio y enmarañado como el curso anterior.

- ¡Pollo! - exclamó con voz ronca, después de que yo abrí mi mochila.

También el pan y el paquete de muslos de pollo y se lo entregué.

- Gracias - me agradeció. Lo abrió de inmediato, cogió un muslo y se puso a devorarlo sentado en el suelo de la cueva. - Me alimento sobre todo de ratas. No quiero robar demasiada comida en Hogsmeade, porque llamaría la atención.

- ¿Qué haces aquí, Sirius? - le preguntó Harry.

- Cumplir con mi deber de padre y padrino - respondió Sirius, royendo el hueso de pollo de forma muy parecida a como lo habría hecho un perro. - No te preocupes por mí: me hago pasar por un perro vagabundo de muy buenos modales.

Me sacó una sonrisa y me senté a su lado. Seguía sonriendo; pero, al ver la cara de preocupación de Harry, dijo más seriamente:

- Quiero estar cerca. Tu última carta... Bueno, digamos simplemente que cada vez me huele todo más a chamusquina. Voy recogiendo los periódicos que la gente tira, y, a juzgar por las apariencias, no soy el único que empieza a preocuparse.

Señaló con la cabeza los amarillentos números de El Profeta que estaban en el suelo. Ron los cogió y los desplegó.

- ¿Y si te atrapan? ¿Qué pasará si te descubren?

- Ustedes cuatro y Dumbledore son los únicos por aquí que saben que soy un animago - dijo Sirius, encogiéndose de hombros y siguiendo con el pollo.

Ron me dio un codaz y me pasó los ejemplares de EI Profeta. Eran dos: el primero llevaba el titular «La misteriosa enfermedad de Bartemius Crouch»; el segundo, «La bruja del Ministerio sigue desaparecida. El ministro de Magia se ocupa ahora personalmente del caso». Harry miró el artículo sobre Crouch. Yo seguí por donde estaba: «No se lo ha visto en público desde noviembre... la casa parece desierta... El Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas rehúsa hacer comentarios... El Ministerio se niega a confirmar los rumores de enfermedad crítica...»

Mackenzie y el cáliz de fuego | [MEH #4]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora