Capítulo Diez

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El inicio de la desgracia: Jeon JungKook. El chico tenía problemas grandes, de autoestima, de valor y de cabeza. No podía pensar con claridad cuando lo bueno, lo malo, y lo necesario se juntaban en un sólo lugar.

    Quería convencerse la mitad del tiempo de no querer a TaeHyung. La otra mitad era dividida en asuntos dispersos; entre ellos, su egoísmo. La parte que más dejaba ver de sí mismo.

   Su niñez fue banal; recordaba el inicio de su infancia. Sus primeros patines, o videojuegos. La llegada de su hermanastro, la separación de sus padres, el conocer a una nueva madre. Todo eso fue un proceso duro, y a la vez inevitable. Al principio odiaba a TaeHyung. Odiaba que fuera mayor, que le dijera qué hacer, que siempre estuviera detrás suyo, y que, siempre pero siempre, lo mirara como su mejor amigo

    Cuando eso lo hartó, a sus diez años, le dijo a TaeHyung de frente que no lo quería ver cerca. Los problemas de niños eran eso, solo niñerías. TaeHyung hizo lo que él le había pedido y se alejó; lo suficiente como para no notar la presencia de nadie por semanas. Al cabo de un mes, JungKook se sentía vacío y sólo. No tenía idea de lo mucho que necesitaba a su hermanastro. Entonces, cuando complió once, volvieron a la normalidad.

    Era raro ver entre ellos esa unión que nunca tuvieron; la amistad que evolucionaba día con día, junto con el clima y las estaciones. JungKook compartía todo con TaeHyung, y viceversa. Era una cooperación justa.

    Y entonces, cuando TaeHyung tuvo catorce, las cosas se complicaron. La entrada a la pubertad de JungKook le hizo pensar de más, TaeHyung se encontraba confundido. Todo era raro. Ahora ya no eran sólo sonrisas, iban abrazos, cosas que los hermanastros, hermanos, jamás harían.

    JungKook odió el momento en el que TaeHyung le dijo lo que sentía. ¿Por qué tenía que complicar las cosas? Terminó sintiendo lo mismo, y se enredaron en una situación que era densa y pesada. No pudieron respirar al cabo de algunos años, dos, para ser exactos. La llegada de Jimin fue la gota que derramó el vaso: los celos, la angustia, el amor que una típica relación de adolescentes tendría.

    Fue mucho más serio que eso cuando Park les dijo que estaban enfermos. Que los hermanos no podrían estar nunca juntos. Y para ese entonces, no eran sólo hermanastros, sino, hermanos.

     Los 15 y 17 años de ambos, respectivamente, fueron contundentes. El sufrimiento se terminó para uno de los dos: JungKook no quería seguir jugando algo donde todo perdían. Le dijo a TaeHyung que las cosas no avanzarían más.

   Una tarde lluviosa de febrero, con la cercanía de situaciones maravillosas para los demás. Esa misma tarde, fue cuando TaeHyung necesitaba decirle todo de  una buena vez por todas. JungKook se sentía listo, maduro, bien fuerte como para decir lo que tenía que decir. En sus adentros, nubes de nervios, remolinos de pocas palabras y ruidos que molestaban sus orejas. Estaba ansioso, y enojado. Entonces, TaeHyung habló.

    — JungKook, yo te amo —menciona él con miedo.

   JungKook mantuvo los ojos pegados a él. Por un segundo dudó en lo que oía, así que se acercó unos pasos hacia él y sonrió incómodo.

    — Que te amo —respondió TaeHyung—. L-lo lamento, JungKook.

    El pelinegro tuvo un golpe fuerte en el pecho, y de pronto sintió como un mundo recién construido se le vino encima. ¿Por qué todo estaba sucediendo de nuevo? ¿Por qué el dolor se venía encima suyo? Una vez más, su alma egoísta rebasó sus niveles de cordura. Con pasos pesados se acercó a él, y suspiró.

    — Es una pena —respondió el pelinegro—. Te acabas de lanzar a tu propio vacío.

    Desde ese día, habían pasado dos años. TaeHyung estaría apunto de salir de la preparatoria, y JungKook estaría a mitad de ella.

   Su separación fue inútil, siempre terminaban volviendo de manera intermitente. JungKook no era dependiente de él, en ningún sentido. Y había logrado superarlo, hasta degradarlo como si su hermano no valiera en el sentido familiar. Lo trataba de cierta manera, mala manera, pues creía que eso era una manta. Una manta que ocultaba cada mentira, sentimiento, e historia que hubo entre ellos.

    El pelinegro tenía miedo del rechazo de sus padres: tenía entendido que no eran hermanos de sangre, pero después de tantos años estando juntos como una familia, era raro. El sentimiento de su propio padre era totalmente una nueva sensación. Y saber qué sentiría si madrastra, su madre. No entendía cómo un sentimiento de asco se revolvía constantemente en su cabeza al pensar en sus padres.

    Quería alejarlo, dejarlo. Superarlo o como se dijera. Pero cada vez que ese intento era recíproco, se sentía mal. Celoso, posesivo. No era sano para ninguno de los dos. El sentimiento de dejar ir a algo que se supone era tuyo, o; más bien, dejar ir a alguien mientras sigues teniendo su corazón, era una mierda.

   Jeon se sentía con el derecho de tener a más personas a su alrededor, a un novio, a buenos amigos, y quizá alguna otra persona con la que hecha polvos. Pensaba, también que TaeHyung era incapaz de eso.

    Por mucho tiempo estuvo seguro de sus pasos, de sus acciones y de sus necesidades: TaeHyung se aleja, regresa, me necesita, se enoja y regreso al principio. Nunca existía a ni una mínima posibilidad del cambio.

    El regreso de Jimin alteró todo. Comenzó a sentir atracción por aquel que cambió en segundo plano su vida; Jimin no era la misma persona de antes. Le tenía cierto resentimiento, por otro lado le agradecía distintas cosas. Así que le dio el beneficio de la duda. Le tomó cariño en cierta medida.

    Y ver a TaeHyung lloriquear por no ser él era satisfactorio.

    Se sentía como un loco. Y lo era. Odiaba ese aspecto de él, cómo el sufrimiento de la persona más importante en su corazón  era regocijante para ese lado egocéntrico.

    No contó con la llegada de una revolución: TaeHyung comenzó a dar pasos lejos de él. El proceso que no cambiaba se volvía menos constante, más tardío. Su hermano mayor casi no estaba en casa, se iba en el auto de un idiota, probablemente estaba interesado en otras cosas. Ya no le prestaba atención. Ya no le daba el primer lugar por sobre todos. TaeHyung comenzó a alejarse.

    Eso lo enojó. Enojó todo su ser. Su alma. Y de pronto, su personalidad comenzó a crecer con amargura, su egocentrismo se agrandó como autodefensa y su poca autoestima se fue al caño. Los celos lo cegaron, al igual que las miradas fijas del castaño. Todo se volvió complicado después de dos años.

    Sucedió lo que no debía de suceder. Buscó culpables. Pero era él mismo.

    Entonces supo que las cosas jamás volverían a ser como antes.

  

Settia | kookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora