Capítulo Diecisiete

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La noche caía con suavidad. TaeHyung sentía una incomodidad en su estómago, mientras intentaba conciliar el sueño. Sus pensamientos vagaban, se sentía atrapado en una pared sin vacíos para escapar.

    Suspiró y pensó en lo que acontecía en su vida; el cómo tener a personas cerca suyo le hacía sentir bien. Que MinGi fuera el apoyo de sus hombros, que JungKook estuviera cada vez más lejos de él. El pensamiento del pelinegro lo invadió de pronto, sintiendo sus ojos llenarse en un mar salado de lágrimas y nublándose la vista que mantenía fija al techo. No era tan tarde, sus padres veían la televisión en su habitación, mientras que su hermano en la sala. Pero él no podía aguantar estar cerca de ellos, porque sentía una tensión que incrementaba sus ganas de llorar.

   No había estado hablando con JungKook, porque su corazón no se sentía bien. Una parte de sus pensamientos le gritaba que lo estaba logrando, que siguiera así. Su corazón, por otro lado, reflejaba lo contrario. Sus sentimientos estaban, según su órgano vital, ahogándose cada vez más en aquellas hebras negras.

    El teléfono sonó y, de inmediato escuchó a su padre gritar.

    — ¡Contesta hijo!

    TaeHyung se sentó en la cama, retorciéndose por un momento de dolor. Se sentó correctamente en la cama. Y miró el techo, suspirando.

    El sonido de un cristal cayendo al suelo lo alertó.

    — ¡Hijo!, ¡¿qué sucede?! —gritó su madre.

    Todos salieron de sus habitaciones, corriendo. TaeHyung se mantuvo quieto en las escaleras escuchando caer, uno, tras otro, tras otro, distintos cristales. Suspiró pesado, dando pasos cortos, lentos y distraídos. Sentía su corazón retraerse por el miedo, por la incapacidad de gritar por ayuda.

    Hasta que sus ojos se toparon con la imagen que, probablemente, consiguió desgarrar su corazón.

    — Está... Está muerto —dijo JungKook hecho un ovillo en el suelo.

    Los cristales lo rodeaban, las distintas fotos familiares estaban en el suelo, con los jarrones de colección de su madre. Las manos de JungKook sangraban, al igual que sus brazos. La melancólica se extendía por el ambiente y TaeHyung, se sentó al borde de la escalera, viendo cómo sus padres intentaban entender lo que sucedía.

    — Q-qué... ¿Quie-?

    — Jimin... Él... Se... Él se mató y... Todo es... Mi culpa.

    Lágrimas saladas se deslizaban rápidamente por las mejillas rojizas del chico. Los padres, sin habla, se mantuvieron inertes ante aquello. No sabían qué hacer o qué decir. TaeHyung abrió la boca, sorprendido, y la cerró. Lamentó mucho aquello, porque nadie merecía sentirse tan vacío e inútil como para cometer suicidio. Sintió sus ojos hacerse una delgada línea de agua, y la soltó.

    Y, cuando abrió los ojos, cayó en cuenta de algo. JungKook estaba teniendo una crisis de ansiedad, le comenzaba a faltar el aire y se movía de adelante hacia atrás con rapidez. Tapaba sus oídos, pues escuchar los gritos de lloro de su madre y las maldiciones de su padre lo estaban aturdiendo más.

    — Hijo, ¡hijo, detente! ¡JungKook!

    — Mamá yo, yo lo maté. ¡Se murió porque yo lo...!

   Pero entonces JungKook comenzó a llorar, en silencio. TaeHyung no sabía qué hacer, nadie sabía qué hacer. Todos estaban quietos, viendo a JungKook sufrir. El padre estaba inquieto, moviéndose de lado a lado con el teléfono en las manos, y si madre se puso de pie y miró a su hijo con lágrimas en los ojos.

   TaeHyung se mantuvo mirándolo fijamente, preguntándose dónde había vivido eso antes. JungKook, alzó los ojos y se topó con los de su hermanastro; recordó todo el daño que estaba causándole y, en cuanto sus ojos se llenaron de nuevo, TaeHyung se puso de pie, teniendo de por medio aquella solemne imagen fresca. Como nueva.

    Hacía años, cuando ambos aún se habían conocido, JungKook dejó salir a su perrito por accidente, y entonces un carro lamentablemente no lo pudo ver. JungKook se culpó al ver eso, porque creía que era su culpa. Pero TaeHyung lo abrazó hasta que se calmó.

    El castaño se puso de rodillas, luchando contra todo sentido de orgullo, y sintiendo un mar de lágrimas venirse encima porque estaba vendo a JungKook, a su Jungkook, sufrir. Pasó sus brazos sobre sus hombros, y sentándose sobre los cristales con un cuidado extremo, lo apegó hacia su cuerpo.

    — Tranquilo, JungKook. No tuviste la culpa. Tranquilo, JungKook. Estoy aquí contigo. No te preocupes, yo te cuido —repetía con suavidad cada una de las palabras de aquel día—. Siempre estaré aquí para ti —susurra, tratando con fuerza el nudo en su garganta—. Sin... Sin importar qué, yo siempre estaré contigo.

    JungKook pudo sentir su alma quebrantarse, sus ojos hacerse más acuosos y tener la necesidad de acercarse cada vez más a él. Así que sé soltó a llorar, a llorar porque sabía que estaba haciéndole un mal al mundo, a las únicas personas que lo querían.

   Sabía que era su culpa. Sabía que era el causante de todo.

    Y sabía que, no importaba cuánto se esforzara por ocultarlo. Incluso si sus palabras eran demasiado duras, porque estaba frustrado al no ser feliz con quien quería, e incluso si pretendía serlo, inclusive así, no dejaría de amar a TaeHyung.

    Y nunca dejaría de depender de él.


Settia | kookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora