Capítulo Trece

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Odiaba que las cosas fueran de esa manera. Por más que intentaba ser lo mejor, él siempre lo miraba como la ruta de escape. JungKook era egoísta en muchos sentidos, odiaba aquella típica característica. Su egoísmo lo comía por dentro, afectaba a los demás que estaban cercanos a él.

    Jimin recargó la mandíbula sobre su puño, mirando directamente al pelinegro. Él estaba quieto en su lugar, picando la comida con desdén. Llevaba una semana así, sin prestarle atención a él o a cualquier otra cosa que pasara a su alrededor. Si Jimin no lo conociera podría pensar que estaba enfermo. Pero no. Probablemente Park Jimin era la segunda persona en el mundo que más conocía a JungKook.

    JungKook jamás había cambiado. Era el mismo chico desde sus doce años. La mente del pelinegro colapsaba sólo cuando TaeHyung lo hacía también.

    — JungKook —le llama una vez el rubio, con la esperanza de que voltee. Pero Jungkook permanece inerte en su lugar.

    Jimin suspira. Cansado de la situación y de  los momentos difíciles que lo estaban envolviendo. Cada día resultaba más difícil el no verse en el espejo con ese odio que tanto cargaba por dentro. Se odiaba. Odiaba no ser otra persona, odiaba que JungKook lo mirara con un cariño que no iba más allá de darle un simple beso cargado de amistad, de ayuda, de una admiración vacía.

   Amar a JungKook de la manera en la que lo hacía era como lanzarse al fondo de un mar que nunca podría nadar.

    — JungKook... JungKook, te estoy hablando.

    Y como siempre, después de un segundo, él reaccionaba. Tal vez Jeon pensaba que Jimin no se daba cuenta de lo que sucedía, tal vez él pensaba que Jimin era ciego como un señor de gran edad. No era así. Jimin notaba casi cada aspecto de él.

    Conocía sus manías, actitudes, sus manos, cabello y torso. Pero no sus sentimientos. Al menos no del todo. No conocía lo que pensaba, ni lo que quería, sus anhelos. Él sólo conocía lo que JungKook le permitió conocer. También conocía su amor. El amor que él sentía por alguien más.

    Jimin sabía que en la cabeza del menor solo existía un edén para Kim TaeHyung.

    — ¿Qué sucede? —pregunta él—. ¿Estás bien?

    — Estás jugando con tu comida —menciona Jimin algo ido, por la situación y su estómago dolido—. ¿Pasa algo?

    Siempre hacía la misma pregunta porque quería que él mismo se lo dijera. Quería que de los labios de JungKook la frase reluciera dándole a entender ese aspecto.

    Sin embargo, el momento nunca llegaba.

     — Claro que no. Estoy bien. Estoy pensando en que pronto será el cumpleaños de de mi madre, es todo.

    — Es curioso —dice Jimin con media sonrisa—. Creí que tu madre cumplía años en mayo.

     JungKook mira de reojo a Jimin. El rubio ubica esa mirada de desagrado en él, esa mirada que le decía lo mucho que lo estaba haciendo colapsar.

    — Deja de molestar, Jimin. Estoy ocupado.

    El cumpleaños que se acercaba era el de TaeHyung. Claro. Claro que sí. Y eso en caso de que JungKook no mintiera en decir que pensaba en el cumpleaños de alguien. Jimin no quería provocar una pelea de nuevo, una de tantas desde que JungKook le propuso ser novios.

    — ¿Mh? ¿Molestar? Intento ayudarte en lo que sea que estés pensando, de verdad. ¿A caso no estoy YO para eso? —recalca la palabra "yo" y pone una mano sobre su propio pecho. JungKook lo observa serio y gélido—. ¿No estoy yo para ayudarte en los problemas que tienes? ¿Es que acaso no sirvo para eso, no estamos juntos por eso?

    Pero, aunque quisiera entrar en él, por más que deseara eso, JungKook era la misma persona que conoció hacía años atrás. Cuando era amigo de TaeHyung, cuando conoció a aquel chiquillo de cabellos negros que cursaba los primeros grados, ese chico que miraba a todos con miedo a excepción de TaeHyung.

    TaeHyung.

    — Jimin, eres un dolor en mi cabeza. ¿Por qué te agrada tanto joderme en ese sentido? —las preguntas salen como disparos firmes y directos—. Sabes lo que haces, no puedes mentir sobre eso.

    Nunca odió a TaeHyung. Jamás había odiado a ese chico, ni siquiera por tener lo único que él mismo no tenía. Jimin en cambio quería mucho a TaeHyung.

   Y como lo quería tanto, se esmeró en salvarlo de aquel hoyo en el que estaba metido. En el que JungKook y él estaban metidos. Amar a un hermano, amar a alguien que estuvo toda tu vida, que los criaron como familiares... Era enfermo.

     — Estoy aquí, frente a ti. Y lo que haces es... Pensar en él y-y... Estás tan enfermo.

     — Cállate —pide JungKook con fuerza, entre dientes pues gritar no era una buena opción.

    — Y no importa qué tanto haga yo... Tú y él... Tú sigues...

     — ¡Cállate! ¡Sabías lo mierda que iba a ser esto! Y, ¡adivina qué! Viniste hacia mí como un perro necesitado de amor. ¡Porque es lo que eres, y siempre lo has sido!

     Jimin se quedó callado en su lugar. Quería gritarle, y llorar. Algo dentro de él no le permitía pensar bien. Se puso de pie, tomando a JungKook con fuerza de la mano. No estaba pensando correctamente. Su corazón hacía que su cabeza mandara cosas incorrectas, su cerebro dejaba de funcionar por las averías en sus sentimientos. JungKook caminaba con él por obligación, porque la mirada de todos estaba sobre ambos. Porque un show, tanta atención y palabras sobre él no era lo que deseaba en ese preciso instante.

    Quería arreglar a JungKook. Quería que él pensara correctamente. Jimin quería ser el único dueño de ese corazón, de ese cuerpo y de esos pensamientos.

    El agarre era fuerte. Estaba enterrándole las uñas a JungKook sin ser consciente de que era una marca. Estaba marcándolo porque deseaba que solo fuera suyo, su agarre dejaba la muñeca de JungKook roja, el pelinegro intentaba zafarse sin ser tan obvio. La primer lágrima cayó resbalándose por la mejilla del rubio. Jimin mordió su labio impaciente. Llegó a los sanitarios, y abrió la puerta de un golpe sin importarle quienes estaban dentro. Afortunadamente, nadie lo estaba.

    — ¿Qué haces? Detente ya, estás haciendo un drama.

    Jimin no soltó en ningún momento a JungKook, sino que lo empujó hacia dentro de uno de los cubículos, cerrando por detrás suyo y acomodándolo sobre la puerta. Jimin le miró fijamente, con dolor. JungKook estaba callado, sin saber qué hacer o cómo zafarse del lugar.

    — Mírame —le pide al pelinegro—. ¡Mírame! ¡ESTOY JUSTO ENFRENTE DE TI! ¡Date cuenta de quién es el que te ama!

     JungKook fijó los ojos en él. Jimin se removió y comenzó a sacarse la ropa con enojo. Sus lágrimas rodaban por aquellas mejillas que solían estar tensas por sonrisas. JungKook reaccionó y lo detuvo.

     — ¡MIERDA, DETENTE YA! —tomó las muñecas del rubio con brusquedad. Jimin se detuvo con el rostro rojo por el enojo y las gotas saladas que salían de sus ojos—. ENTIÉNDELO DE UNA VEZ, NO IMPORTA QUÉ TANTO HAGAS. NO IMPORTA CÓMO SEAS, O EN QUÉ MOMENTO DE MI VIDA HAYAS LLEGADO... Jimin, tú no eres él. Tú nunca serás él.

    Jimin se quedó estático, sin saber qué decir. Entonces, comenzó a llorar con fuerza.

    — Pero yo te amo. Más que nadie nunca te podrá amar.

     — Y yo lo amo a él. Más de lo que jamás podré amar a alguien más... Aléjate de mí.

    Jamás había odiado a TaeHyung... Hasta aquel momento.

Settia | kookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora