Sus abuelos sabían que no regresarían a Alkaham desde el instante en el que decidieron mantener el honor de los alkyren, rendir culto a la tarea para la que habían sido creados y reivindicar su devoción a Surtsalièn castigando a aquellos que habían osado poner en peligro el tesoro del continente faltando el respeto a Vanihèn. Habían tenido una única conversación al respecto y su abuelo repetía, en cada oportunidad, cada vez que narraba la misma escena, cómo la mirada de su esposa se había encendido al preguntar: «Y si nosotros hubiéramos vulnerado nuestros desiertos y esa fuera la puerta por la que el mal ingresaría al continente, si fuéramos los responsables de la atrocidad que puede quebrar el fino equilibrio entre los clanes de Alkaham, ¿no desearíamos que nuestros hermanos alkyren acabaran con nosotros para que nuestros señores, nuestra gente, todos descansen sin miedo y nuestras familias no sean objeto de una venganza cruel? ¿No esperaríamos con calma a que nuestros hermanos lleven a Alkaham una promesa de tranquilidad escrita con nuestra sangre?». Había memorizado las palabras. Jamás cometía la menor equivocación al repetirlas.
En más de una ocasión Sara estuvo presente al oír la historia. Senna recordaba que sus ojos brillaban y que pretendía no estar pendiente de las palabras del hombre, pero al final de su relato no podía contenerse y la traicionaba el deseo de mencionar una cualidad que Senna no había reconocido a aquella edad, pero que ahora podía notar sin que nadie lo señalara. Sara buscaba su mirada y, con una sonrisa a medias que apenas elevaba una comisura de sus labios, lo decía. La respuesta de su abuelo era otra sonrisa, sin importar el tinte que hubiera tomado la narrativa del escape, y le agradecía el gesto tan amable que había tenido. Otras veces justificaba su memoria exaltando las cualidades de su fallecida esposa. Una única vez le deseó que su hijo la recordara con el detalle, la calidez y el dolor con los que él recordaba a su Hilja. En esa oportunidad, Senna había podido escuchar la historia más íntima de la fuga y cómo sus abuelos se habían prometido ir juntos al exilio, cargando con un niño al que le negarían su hogar. «¿Qué le estaríamos enseñando sobre nuestra especie, sobre nuestro compromiso con nuestros creadores y la misión a la que servimos?». Llevarse a Perttu de Alkaham había sido parte de una lección. La vida de cada uno no valía el temor de todo un continente.
Senna los había creído valientes. Le había pedido a su abuelo que le relatara la misma anécdota durante años, hasta que Sara olvidó Alkaham. Prefería recordarlo así, como si hubiera sido un descuido y no una decisión que tejía desde su primer embarazo. La relación entre su madre y su abuelo comenzó a rasgarse y el hombre utilizaba como castigo lo que un día había deseado con ilusión. No podía saber por qué las palabras hacían mella en Sara aun después de haber entregado parte de su memoria y, con ella, el escape de Hilja y Vesa, pero ahora podía imaginarlo. Si su padre la recordaba con detalle, suscitaría en él la calidez de su evocación y, aunque Senna había atribuido el dolor a algún accidente que podía dejar a Perttu sin la mujer por la que había arriesgado su seguridad, ahora veía que su abuelo había previsto una pérdida diferente, similar al abandono, y de pronto el dolor del que el hombre hablaba no era más que el rechazo que Sara no tardaría en experimentar. Vesa lo había visto. Se lo había advertido a su hijo, incluso. Perttu quiso tener una mujer y, a cambio, les arrebató una madre.
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Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)
FantasyMientras oculta la maldición que consume su fuego, Senna descubre que sus amigas peligran a causa de su mundo y ella es la única que puede protegerlas. ...