14. Las historias que olvidaron

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El hormigueo en sus dedos aún le molestaba

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El hormigueo en sus dedos aún le molestaba. Los sacudió con frenesí mientras se alejaba del círculo de entrenamiento, con la idea de que pronto acabaría la sensación de incomodidad. Pensaba que no se había esforzado lo suficiente, pero podía entrever en su martirio que cada vez resultaba más palpable el temor que se manifestaba en sus sueños. Volteó una única vez para asegurarse de que nadie lo siguiera, aunque podía confiar en que no tardarían en mandarlo a llamar. Ella jamás tardaba.

—¡Iveski! ¡Aquí!

El susurro provenía de los árboles que se encontraban a su izquierda. Se detuvo un instante, sin buscar con su mirada el origen del sonido; no lo encontraría a simple vista.

—¿Qué quieres? —No se molestaría en cubrir su humor.

—Ven a verme después del mediodía. Tengo algo que contarte.

El ruido de pasos alejándose en un trote ligero bastó para que supiera que su amigo se había escabullido entre los troncos. Suspiró. A pesar de haber entrenado con la misma regularidad durante lo que llevaban con vida, Tiunda era más hábil que él en cuanto a sus capacidades y había conseguido desvanecerse antes de que Iveski lograra confundirse con el agua. Que su amigo espiara sus clases era muestra de que, cuando llegara el momento, no podría distinguir sus ratos de verdadera privacidad. Pero faltaban años para que fuera su preocupación.

Continuó su camino, directo hacia su habitación, cuando cruzó por su mente la idea de que podía ser mejor desviarse de la trayectoria para que nadie supiera dónde encontrarlo durante algunas horas. Ganaría algo de tiempo mientras se propagaba el rumor, mientras llegaba a oídos de ella. Se escabulló entonces en dirección al bosque y esperó que no hubiera más elekienáhaja saltándose las clases y escondiéndose entre los árboles, mezclándose con las hojas. Tiunda era de los pocos que podían pasar desapercibidos por completo con un buen manejo de las técnicas de camuflaje. Ella, en cambio, era de las pocas adultas que podía desvanecerse, y era también la más respetada.

Kaurin era todo lo que él tenía. Su alkap lo había tomado bajo su protección cuando se supo que sus padres habían fallecido en servicio a la comunidad, y el líder, hermano de Kaurin, le permitió el honor de convertirse en su maestra. A fin de cuentas, todo el que ofrecía su hijo recién nacido a la mujer era con la intención de que se convirtiera en el próximo gobernante. Ella sabía que nadie la había considerado por sus capacidades, solo por su cercanía al poder. Sin embargo, Iveski estaba solo entre los elekiená, y cuando Kaurin decidió responder por él, todos en la comunidad supieron que estaba dándole la posibilidad de tener un futuro.

La respetaba más de lo que lo hacía cualquiera de sus pares. Era el primero en admirarla y en buscar su aprobación, a pesar de que ser su aikap generaba rechazo por parte de sus compañeros. Pero Kaurin no le había enseñado solo a disciplinar y controlar su poder, sino que lo hacía parte de sus tareas y lo preparaba para ocupar el cargo que algún día le correspondería por derecho. Le había enseñado a pensar, a dominar, y él había sido un mal aprendiz. En una mañana fría y ventosa había arruinado parte de su imagen y ahora esperaba que ella se tomara el tiempo necesario para mandarlo a llamar. No dudaba de que lo haría.

Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora