21. Los que se ocultan en las sombras | Parte 1

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Ninguno de los hombres había bebido su café y el vapor de los pocillos se había esfumado hacía varios minutos con las últimas palabras pronunciadas en voz alta

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Ninguno de los hombres había bebido su café y el vapor de los pocillos se había esfumado hacía varios minutos con las últimas palabras pronunciadas en voz alta. Un dedal de cristales rojizos ardía en un plato de quemar en el centro de la mesa, formando una línea recta con las tazas. Sus miradas estaban fijas en las chispas diminutas que se encendían y evaporaban al instante, sumándose al humo carmesí que los envolvía.

Arkieeli tosió. Había dejado la capa a un costado y se veía su cabello negro salpicado de canas, mal cortado y endurecido por la suciedad de su hogar. La prisa con la que había sido convocado no le había dado tiempo para limpiar sus manos siquiera. La tierra bajo sus uñas y sobre las cutículas era un signo de que no había esperado a finalizar lo que hacía para acudir al llamado de Ensio.

—Había olvidado cuánto me irrita el polvo de dasja. ¿Ahora lo usas cuando estás al límite?

—Cuando pierdo el control de algo. Senna, mi seguridad, lo que sea.

Ensio apenas parpadeaba. Sus ojos se sentían inflamados y podía asegurar que estaban tan rojos como la superficie del plato en la que se fijaban los restos de dasja que no alcanzaban a arder. No recordaba haber decidido que llamaría a Arkieeli, pero minutos después de encender el incienso no vio otra salida.

—¿Has hablado con alguien de esto? Senna es, en cierta medida, parte de tu seguridad. Perttu debería estar al tanto, al menos.

—No, ni él ni nadie. Ni siquiera tú lo sabrías de no ser porque la situación se está saliendo de control.

Lo había admitido por fin. No esperaba que Arkieeli estuviera al otro lado de su confesión, pero reconocía que se había sentido apoyado cuando lo vio acudir con prisa a su hogar. Los dos habían acordado con una única mirada dejar la altanería de lado por esa noche dada la gravedad del asunto. Que él hablara de sus conflictos personales confirmaba que esa noche no debía quedar en la memoria de ninguno de los presentes. Casi podía sentir que no eran ellos mismos, que no era el Arkieeli de siempre el que se mostraba con la mirada entre cansada y perdida, producto del dasja. Que no era él el que había perdido a su aigam. Que ninguno era responsable por ninguna falta.

Sin embargo, la novedad de esa noche no era lo único que había admitido ante Arkieeli.

—¿Cada cuánto llegan las amenazas?

—Cada semana, se intensifican por épocas. En invierno suele ser peor; el autocontrol que da el frío los vuelve más activos.

—¿Qué harás cuando se den por vencidos y dejen de buscar al último alkyren de Anukig? Porque su principal incentivo es el reconocimiento —pronunció la última palabra con desdén—, pero algún día se darán cuenta de que no pueden extinguir un clan ya extinto. ¿Qué crees que harán entonces?

—Acabar conmigo como acabaron con mis padres —respondió sin dudar—. Si no pueden cambiar la leyenda, acaban con ella. Lo único que mantiene el recuerdo de mi padre es mi vida. Y, por supuesto, el grupo que formaron en su nombre. Se reunen cada mes a hablar de los métodos de caza de mis padres e insisten con que los visite. El principal problema de esto es que ahora Senna parece haber acabado en Anukig y temo que no alcance con ocultarla. Puede que den con ella y que se den cuenta de que será la última y que matarla debería ser una ceremonia, no una caza como la que hacían hace años.

Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora