32. Para no repetir la historia | Parte 1

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El kiimtabar de Kaurin estaba sumido en el silencio

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El kiimtabar de Kaurin estaba sumido en el silencio. La mirada de Iveski, de pie frente a ella, conseguía que la mujer no fuera capaz de continuar con su labor. La inhibía, en cierto modo. Su último truco no había sido una tarea propia de elekiená.

Había demasiado de ella que Iveski no sabía, demasiado de él mismo incluso. El futuro líder tampoco sabía lo que lo esperaba al otro lado del arduo camino de su preparación, no le habían explicado siquiera para qué se estaba preparando. ¿Para qué, si su éxito no dependía de él? Kaurin sentía cómo el tiempo corría tras ella y la poca ventaja que conseguía se diluía a medida que Irmeeik utilizaba al kimiá como ventaja. Ambos sabían que era una competencia, pero ninguno lo pronunciaría en voz alta ni lo dejaría saber a su clan. Ni siquiera permitirían que Iveski lo supiera. Sin embargo, él ahora estaba allí, atento a sus movimientos, a punto de adentrarse en un mundo que podría acabar con todo lo que era. Lo habían criado frágil y ahora veía la consecuencia de su actuar.

—No deberías estar aquí.

Le llevó largos minutos decidirse a hablar. Él, en cambio, respondió de inmediato.

—Estoy aquí bajo mi propio riesgo. Me hago responsable por mis acciones.

Sería un buen líder si Irmeeik estuviera dispuesto a darle una oportunidad. Sería la antítesis de su antecesor.

—Asegúrate de que estén a salvo. En unos minutos tendremos que liberarlos y será mejor que no nos vean llegar juntos.

Iveski suspiró. En el fondo, sospechaba que la intención de Kaurin no era protegerlo. Lo conocía lo suficiente para comprender que, para ella, él era incapaz de estar a la altura de su próxima tarea. No cruzaría por su mente la idea de que ella podía avergonzarse de lo que estaba por hacer.

Su alkap abandonó el kiimtabar y se marchó de la sala principal. Cuando estuvo sola, Kaurin cerró los ojos y dejó caer su cabeza hacia atrás.

Había hecho ese truco una única vez, años atrás. La persona sobre la cual lo había ejercido no recordaba lo ocurrido. Kaurin había tenido compañía en esa ocasión y era un secreto que compartían bajo promesa: nadie más sabría lo que pasó esa noche. Excepto ellas. Kaurin recordaba haber dejado que el rencor guiara su accionar y haber revelado las sombras más oscuras de su interior. Había pedido perdón. Se había avergonzado. La otra persona le había dado consuelo y sostén, pero nada bastaba. Aquella vez lo hizo con la intención de que el cuerpo no volviera a estar en contacto con el alma. En esta ocasión era diferente, sería solo por unos minutos, pero la mirada atenta de Iveski le recordaba a los ojos oscuros que la habían acompañado aquella vez y que habían prestado atención a todo el proceso. No podía quitarlos de su memoria.

Tres frascos estaban alineados frente a un cuenco de madera. Tomó el primero y lo destapó. El aroma a sal fue perceptible a la distancia; la persona sufría un gran dolor. Vertió el contenido sobre el cuenco en sentido horario hasta completar un giro. Mezcló en la misma dirección con su dedo medio y acercó su rostro al contenedor para susurrar tan cerca del líquido como le era posible. En segundos ascendió el vapor directo a sus ojos. En segundos lo vio.

Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora