Abrió sus ojos de madrugada, cuando el viento en el exterior agitaba las ramas del ekrenso con furia. Lo primero que vio al despertar fue el lomo del libro de simbología kimiá que descansaba encima de la pila que había tomado del cuarto de Jouko. Distinguía su contorno gracias a la tenue iluminación que se colaba por su ventana y porque sabía que aquel era el libro; lo había dejado caer sobre el montón después de verificar lo que había interpretado por la tarde, solo para estar segura, y luego se había cubierto hasta la nariz con las mantas, incapaz de apartar su mirada de los ornamentos dorados que brillaban como si esperaran que el sueño acabara con ella. Senna conocía el poder de los símbolos y cómo los kimiá manipulaban el alité con palabras, valiéndose del poder que les otorgaba la noche y que se veía potenciado por el aire fresco de las colinas, donde habitaban en Alkaham. Cerrar los ojos con aquel ejemplar junto a su cama era como dormir con un arma sin seguro bajo la almohada.
Apartó las sábanas y se incorporó. Pretendió ignorar el libro mientras buscaba en los cajones de su escritorio el pase a su condena definitiva. Si los señores de Alkaham la habían marcado para que su alité se extinguiera como el de tantos traidores antes que ella a la vez que un peligro nacido en su tierra —no, no en su tierra, en Alkaham— acechaba a Tanja, Senna protegería a su amiga, su verdadera gente, aunque significara rechazar los ideales bajo los que había crecido. Y si esta sería la noche —una noche ventosa, fría, con olor a kimiá—, Jouko debería marcharse.
Agradeció que Janna no pudiera conseguir su ticket para el recital y que Lumi y Sisko hubieran confirmado que irían. Agradeció la discusión con su hermano la noche anterior porque le brindaba una excusa para hacer lo que se disponía a intentar. Y agradeció, en última instancia, que Tanja no dudara. No estaba segura de cuánto tiempo tenían hasta que Ensio descubriera el fulgor que la anclaba a Anukig y aún no era capaz de imaginar el curso que podrían tomar las decisiones de su algam. Tampoco se sentía en condiciones de averiguarlo; no estaba lista para ninguna de las alternativas que cruzaban por su mente cada vez que lo intentaba.
Llamó a la puerta de la habitación de su hermano y procuró haber golpeado lo bastante fuerte como para despertarlo. Aún era de noche y el control kimiá gritaba desde su cuarto, junto a su cama. Aún oía las ramas del ekrenso agitándose sin descanso. Aún oía los latidos acelerados de su corazón.
Jouko apareció frente a ella, enmarcado por la oscuridad de su cuarto. El picaporte había rechinado al girar.
—¿Estás bien? —preguntó. Sus ojos adormilados comenzaron a buscar algún indicio de peligro en su rostro.
Senna dio un paso al frente, obligándolo a recibirla en el interior. Lo instó a tomar el sobre que llevaba en sus manos y contó los segundos antes de hablar mientras él se asomaba al pasillo para distinguir el texto del papel sin encender las luces.
—Lo siento.
Él sacudió la cabeza. De haber sido otra persona, Senna sabía que se habría molestado por haber cortado el sueño de madrugada por una disculpa, pero su hermano necesitaba esas palabras para descansar en calma y no comenzar el día con el trago amargo de una discusión. Los pensamientos de Jouko le exigían resolver los pendientes del día antes de irse a dormir, había sido así desde niño, y llevaba días acumulando conflictos sin resolver que se reflejaban en su falta de descanso y en la alarma que asaltaba su mirada ante el menor indicio de que algo podía escapar de su control.
ESTÁS LEYENDO
Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)
FantasyMientras oculta la maldición que consume su fuego, Senna descubre que sus amigas peligran a causa de su mundo y ella es la única que puede protegerlas. ...