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Sonrío ante el espejo mientras hago la delgada línea sobre mis pestañas

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Sonrío ante el espejo mientras hago la delgada línea sobre mis pestañas. Vamos, me digo a mi misma, actúa como si no te importara una mierda. Y la sonrisa de mis labios me la creo.

–¿Estás lista? El chofer está esperando a por ti, cariño. —Mi madre entra a mi habitación y pasa sus delgados dedos por mi cabello corto hasta bajo los hombros.

–Sí.

Acomodo el saco azul y paso mis manos sobre la falda del mismo color. Agarro el bolso y lo pongo en mi hombro mientras bajo las escaleras de mi nueva casa.

–¿Segura que no quieres desayunar? —Mi padre habla desde la gran mesa bebiendo de su transparente taza de café.

–Ajá, además voy tarde.

Dejo un beso en su mejilla y él me mira sonriente.

–Cualquier cosa, házmelo saber. Después de lo de Marina, no confío en ese colegio. Alba, no sé cómo me convenciste de dejar a nuestra niña volver allí.

Pongo mis ojos en blanco mientras trato de no recordar a Marina. Mi madre le lanza una mala mirada al único hombre en la habitación y luego me sonríe con dulzura.

–Anda, dulzura. Al colegio.

Suspiro y me alejo de ellos con dirección a la salida. Las grandes puertas de estilo contemporáneo se cierran a mis espaldas mientras camino al auto. Ya no me dejaban manejar por "mi propia seguridad", debido a la ansiedad y los nervios que me consumieron todo el verano. El educado hombre me sonrió cuando estoy dentro del coche y trato de mantener mis nervios mientras nos dirigimos hacia Las Encinas.

Cuando llegamos, miro por el vidrio nerviosa y no alcanzo a ver a ningún conocido. Me bajo con toda la seguridad que puedo aparentar y veo algunas cabezas voltearse a verme. Sonrió con autosuficiencia y camino hacia las escaleras bajo la atenta mirada de algunos. Antes de poder cruzar hasta el pasillo principal, una mano me agarra firmemente del brazo.

–Aurora.

Mis ojos chocan con unos marrones que conozco bien. Samuel me mira nervioso sin saber que más decir, le sonrío tratando de transmitirle mi confianza y parece funcionar porque larga un suspiro entrecortado antes de devolverme la sonrisa.

–¿Cómo has estado?

–Bien. ¿Fu... Fuiste a ver a Nano? —Pregunta no tan seguro.

–Sí, hemos arreglado las cosas. Le he dicho el por qué no has ido a verlo.

–Me siento un poco culpable. Debí visitarlo.

–Tranquilo, Samu. —Digo mientras dejo una caricia en su brazo— Él lo entiende.

–Está bien. —Asiente varias veces con la cabeza— ¿Estás preparada?

–Vamos.

Suspiro antes de entrelazar mi brazo con el suyo en busca de apoyo. Aunque no quiera admitirlo, mis piernas me tiemblan y la manos me transpiran por los nervios. Samuel me da una última mirada y me dedica una pequeña sonrisa más parecida a una mueca. Caminamos tranquilos, pero cuando estamos a punto de bajar los escalones, puedo ver a Lucrecia, Ander, Guzmán y Polo mirándonos no de buena manera y puedo asegurar que se trata de la persona a mi lado. Bueno, quizás Guzmán nos mira así a los dos.

Aclaro mi garganta y sigo caminando con Samuel sin dejar que sus miradas nos intimiden, incluso una sonrisa ladeada aparece en mi rostro. Puedo escuchar los susurros y sentir las miradas del resto de los estudiantes mientras nos acercamos cada vez más al grupo.

–¿Tú que haces aquí? —Guzmán le habla a Samuel sin siquiera mirarme.

–Tengo el mismo derecho que tú a estar aquí.

Samuel responde simplemente. Guzmán se abalanza sobre Samuel con su puño en alto dispuesto a darle un gran golpe, pero Lucrecia y Ander tratan de frenarlo, haciendo que este solamente lo empuje y Samuel caiga al suelo.

–¿Qué te pasa, animal? —Digo molesta mientras ayudó a Samuel a ponerse de pie.

–Vete a tu puta casa. —Guzmán me ignora y vuelve a empujar a Samuel.

El rubio le pega un puñetazo y eso hace que me aleje, cuando quiero acercarme nuevamente Lucrecia me toma por los brazos y me mantiene firmemente a su lado mientras llama el nombre de Azucena.

Ander y Polo logran alejar a Guzmán de Samuel y Christian ayuda al castaño a ponerse de pie. Azucena llega rápidamente y visualiza la escena.

–¡Guzmán, para!

El rubio se voltea a ver a la directora incrédulo. Su mirada pasa a Nadia, Lucrecia y a mi. Sus ojos se vuelven fríos y se acerca rápidamente hacia mí. Todos están expectantes, esperando alguna reacción de ambos.

–Creo haberte dicho que no quería volver a ver tu puta cara en mi vida. —Dice seco, sin ninguna emoción en la voz.

–Que lástima. —Finjo tristeza— Porque soy un diamante, cariño. Y los diamantes son para siempre.

Chocó mi hombro con el suyo al pasar por su lado y dirigirme a mi asiento con una sonrisa triunfante en mi rostro. Todos se dirigen en silencio a sus asientos y Azucena nos mira severamente antes de suspirar.

–La herida que ha dejado en todos nosotros la muerte de Marina tardará mucho tiempo en cicatrizar. —Comienza Azucena— Necesito vuestra ayuda para conseguirlo. La de todos. Guzmán, no puedo siquiera empezar a imaginar por lo que estás pasando.

–No, no puedes. —Guzmán la mira— Ahora imagínate que tuvieras que cruzarte por los pasillos con el culpable de todo ese dolor.

–Samuel no es culpable de nada.

–Si Samuel no hubiera entrado en este colegio... Si Samuel y su puto hermano se hubieran quedado en su pueblo, nada de esto hubiera pasado.

–Fue tu padre quien le concedió la beca. —Azucena responde simplemente.

Siento la furia correr por mis venas, pero me contengo apretando la lapicera entre mis dedos.

–Y tú se la has renovado. ¿Por qué?

–Es un buen estudiante. No sería justo.

–¿Justo? —Guzmán se pone de pie lentamente— Marina está muerta. Mi hermana... está muerta con dieciséis años. ¿Eso te parece justo?

–No voy a discutir esto contigo. —La directora mira al rubio frente a ella.

–¡A partir de ahora si habláis con el puto camarero, para mi estáis muertos! No tú Aurora, tú estás en el infierno desde hace tiempo.

–El diablo te manda saludos, cariño. —Hablo sarcástica marcando burlescamente la última palabra.

–Esto no es una cuestión de bandos, Guzmán.

–Sí que lo es. —El rubio se voltea nuevamente hacia la directora.— Y tú ya has elegido.

Todos quedan en silencio y se puede sentir la tensión en el ambiente.

–Acá. —Ruedo mis ojos al escuchar esa voz y puedo asegurar que todos lo hacen— Tengo una duda.

–Valerio... —Azucena habla cansada— ¿Es importante?

–Claro. —Valerio se pone de pie— ¿Nadie nos va a dar una copa de bienvenida de curso?

–¿Tú crees que estamos para fiestas?

–¿Usted ha visto estas caritas? —Valerio toma el rostro de un alumno— ¿Ve esto? Precisamente después de algo tan chungo como lo que está pasando, lo que necesitan es divertirse. Divertirse, bailar, beber...

Azucena rueda los ojos y nos da una mirada severa antes de retirarse totalmente del aula. Valerio se sienta algo decepcionado de que nadie apoyara su idea. Ruedo los ojos cuando le veo balancearse en su silla y mirarme fijamente para luego guiñarme un ojo y susurrar.

–Nos vemos en el infierno, dulzura.

𝐓𝐎𝐆𝐄𝐓𝐇𝐄𝐑; ᴇ́ʟɪᴛᴇ ɪɪDonde viven las historias. Descúbrelo ahora