XX

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Tony no podía estar más pletórico de felicidad, después de meses por fin su pequeño volvía a él. No reparó en gastos a la hora de comprarle nuevos juguetes, ropa y todo lo que el niño quisiera. Pero su felicidad le sabía un tanto amarga gracias a Steve, estaba cansándose de no tener ni un momento para respirar sin que él no le siguiera.

Es maravilloso llegar a su casa y ver juguetes tirados por el vestíbulo y por la sala, los dibujos sin terminar en la mesa del comedor, los zapatitos y las calcetitas a mitad de las escaleras. Su corazón hinchado de amor y felicidad.

―Estoy en casa.

Canturrea y se ríe al escuchar pasos trastabillar en la planta de arriba. Peter aparece riendo y saltando a sus brazos, Steve baja con la mirada brillante y una sonrisa gigante.

―¡Bienvenido a casa, papito! ―Peter le da un beso en la mejilla― ¡Papá y yo cocinamos un pastel de chocolate! ¡Ve a cambiarte y vamos a comeeeeer!

Steve le pasa las manos por la cintura y le besa el cuello no sin antes aspirar su aroma. Peter se ríe feliz, adora ver esas muestras de amor entre sus padres otra vez.

―Bienvenido a casa cielo ―Steve suspira encantado―, Peter y yo prepararemos la mesa, sube a cambiarte por algo cómodo.

•••

Tony lleva dos días en su taller trabajando en nuevas armaduras hasta que por fin se ve satisfecho ante los resultados. Su cuerpo se siente rígido y agotado, su mente está tranquila porque ha estado sin Steve pegado a él las veinticuatro horas. Peter estaba en casa de Harry Osborn, un amiguito de la escuela. Al ver la hora en su Starkphone, suspira, ya es pasada la medianoche alo que significaba que ya no podría hablar con su pequeño hijo para darle las buenas noches. 

Sale de la forma más sigilosa de su taller y sube a la planta baja, directo a la cocina por algo de comer. Se encuentra con un plato de lasaña en la meseta de la cocina. "Espero que te guste, intenté seguir la receta de tu madre." Tony sonríe, no puede ser posible que Steve llegue a tanto. Se sorprende gratamente, la lasaña es casi idéntica a la que su madre solía prepararle cuando era un mocoso.

―Oh mamá, ojalá estuvieras aquí. Tú sabrías que hacer.

Y con esa última frase se dirige a su habitación, necesita una ducha de lavanda con urgencia. Al no ver a Steve deambular por ahí, supuso que estaría con los chicos o perdido por ahí. En realidad no le importaba mucho si eso significaba que podría estar completamente solo..

La ducha le cayó de perlas, sus músculos más relajados y su mente adormilada gritaba por su cama. Al salir del baño pegó un brinco al observar a Steve sentado en una de las sillas puestas en la esquina de la habitación.

―Tony.
―Creí que ya te habrías dormido ―Su voz sale un tanto tosca―, es tarde.
―¿Está todo bien? ―Steve se pone de pie y camina en su dirección para abrazarlo― ¿Cariño?
―No puedo seguir con esto.
―¿A qué te refieres? ―Pero Tony no contesta y tampoco le ve a la cara― Tony.
―No creo que esto funcione. Nosotros. Creo que... mira, es sólo que me siento encadenado. Tal vez ya no te quiero.

A Steve aquello le cae como un balde de agua helada. Las palabras se congelan en su garganta pero afianza el agarre sobre Tony. No puede estar pasando, no puede ser verdad.

―¿Ya se te olvidó que prometiste que me amarías hasta el fin del tiempo? ¿Recuerdas nuestros votos? ¿Qué estaríamos juntos en las buenas y en las malas, dándonos calor?
―Sé perfectamente lo que dije hace años y no estoy retractándome, pero, Steve, ¿sigues pensando que funcionamos juntos? ¿Qué somos compatibles, que tenemos metas en común? No como padres, sino como una pareja.
―Tony... Prometiste que nunca me dejarías.
―Steve por favor, sé razonable. No quiero atarme ni atarte a un matrimonio que probablemente ya haya llegado a su final. Entiendo que hayamos hecho un grandísimo esfuerzo por Peter pero ¿acaso es bueno para nosotros continuar si ya no hay amor? ―Tony le toma el rostro y acaricia cada joven arruga que ha aparecido con el tiempo― Steve, ¿y si esto a lo que le llamas amor es sólo costumbre? Piénsalo.
―¿Por qué me haces esto? En todos estos años que llevamos juntos yo nunca he dudado del amor que siento por ti, ¡al contrario! ―Tony desvía la mirada― Yo siempre he tenido la certeza de que esto que siento nunca cambiaría. El día en que nos casamos, frente a mi Dios y a nuestra familia juré amarte aún más allá de la muerte. Ahora mírame a los ojos y dime que ya no me amas, dime que me aborreces, dime que finges cuando te hago el amor.

Y aunque Tony intenta no puede, no puede verlo a los ojos sin sentir un ligero escozor en los suyos. Steve le abraza aún con más fuerza, le besa con ansiedad y adoración sin dejar de repetirle cuánto lo ama.

―¡Basta Rogers! Por favor ―Tony le sonríe con ternura―, no nos merecemos esto. Merecemos ser felices.
―Soy feliz mientras esté contigo y con nuestro hijo.
―¿Sabes? Si pudiera borrarnos de aquí, ―Señala su pecho― lo haría.
―No, no digas eso. Tony...

Tony se ríe negando, ladea el rostro y cierra los ojos para sentir aquellos labios que tanto le enloquecen. No importa lo que haga, no puede aborrecerlo, al contrario, le desea con más fervor. Se deja llevar por aquellas toscas manos que conocen cada milímetro de su cuerpo, suspira encantado al sentir la desesperación de Steve por hacerlo suyo. Casi puede escucharle ronronear al perderse en sus caderas, al llenarle la espalda de besos y mordidas. Tony gime extasiado en el momento en que Steve se pierde dentro suyo. Tony se siente preso y entre aquel placer que su cuerpo experimenta, su corazón duele porque sabe que se están haciendo daño...

Steve se abraza con fuerza a la cintura de Tony, sus ojos lagrimean ajeno a todo. No quiere creer que el amor entre ellos se acaba. Besa con dulzura el vientre plano y vacío de su esposo, pasa sus dedos por la ligera cicatriz que es prueba irrefutable del fruto de su amor, de su unión, de sus deseos más intensos. Deposita un último beso sobre su vientre y suspira.

―Por favor, no hagas que nos separemos...

Tony está tan cansado que no presta atención a lo que Steve balbucea contra su vientre, solo se dedica a acariciarle los rubios cabellos.

―Ven aquí, debemos dormir ―Steve obedece al instante―. Anda abrázame, siento frío.
―Te adoro ―Le susurra al oído―, te amo.
―Mmm, yo igual.

Y con eso dicho, ambos caen profundamente dormidos.



Gracias a José José y a Pepe Aguilar por inspirarme.
Gracias por leer.

Sólo un mes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora