Una pregunta sin respuesta

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Reino Maria, en el castillo real.

La reina Mikasa caminaba de un lado a otro por la biblioteca de su esposo mientras frotaba sus manos ansiosamente una y otra vez. Annie, Hanji, Armin y Reiner le hacían compañía. Ninguno pudo conciliar el sueño, la batalla debió llevarse a cabo unas horas antes y todos estaban preocupados por el desenlace que debio tener el maldito ultimátum que Paradise puso a Maria.

Mikasa y Hanji habían rezado con todas sus fuerzas a todos los dioses de Xian para que el rey, el emperador y el ejército de Maria volvieran con bien. Annie y Reiner habian pedido al Dios Azul de Paradise lo mismo con el mayor de los fervores, mientras que Armin solo podía acompañarlos, pues por increíble que fuera en Maria no se tenia ningún tipo de culto a ninguna deidad.

-No aguanto más, la duda me está matando. - Mikasa se detuvo de súbito mientras miraba a cada uno de los presentes en la habitación. Para luego caminar hacia Reiner, mientras lo miraba fijamente. - Por favor debes ir al cuartel general para saber si ya hay noticias. Por favor. - La reina no apartaba la vista del rubio. Esté no podía negarle nada, sin embargo, una promesa le había hecho regresar hasta el castillo. Un juramento a su más grande enemigo, y de alguna manera sentía que faltaba al demonio Ackerman si dejaba a la reina sola.

- Si, por favor Reiner, por favor. Ve al cuartel por favor. Hazlo por Mikasa y por mí. Te lo imploro. - Annie se unio a las suplicas de la reina mientras clavaba sus ojos azules en el rubio. Reiner miraba a las mujeres que consideraba familia, era increible que lo chantajearan asi. - Lo hare. - Ambas mujeres suspiraron aliviadas, cuando la voz del mayordomo real llamo su atención. - Su majestad, señorita Annie yo acompañaré al joven Braun al cuartel en busca de noticias. - Las mujeres presentes en la habitación lo miraron sorprendidas, pero una de ellas no tomo la noticia de la mejor de las maneras.

- ¡¿Qué dices chiquillo?! De ninguna manera puede ser peligroso, no, tú te quedas deja que Reiner se encargue del asunto. - Hanji tenia la vista atenta a su esposo, lo amaba demasiado como para permitir que se arriesgará sin sentido. - Hanji no he pedido tu opinión. Tengo un deber y lo cumpliré. Con o sin tu permiso, que debo decir jamás solicite. Si deseas ser de utilidad en este instante de terrible angustia para mi amado reino, cumple con tus obligaciones con su majestad la reina mientras que yo hare lo mismo con el rey. - La voz de Armin se escuchó llena de seguridad, no titubeo en ningún momento y su esposa que jamás había escuchado ese tono en su amado se supo derrotada. Así que agachando la cabeza aceptó la decisión de su marido.Pronto los dos hombres se alejaban a todo galope en dirección a los bosques glaciares directo al cuartel general.

En los acantilados glaciares mientras tanto reinaba el silencio. Las evidencias de lo acontecido escasa horas antes, se vislumbraban por doquier. El infierno debía ser prácticamente igual al paisaje que la luna dejaba ver.

-General Moblit. - Un hombre con los ojos opacos por la tristeza y el cansancio, se acercó al castaño. Aunque sus ojos demostraran todo lo que sentía, su cara se mantenía inexpresiva al realizar el saludo a su superior, mientras lo miraba esperando la señal para que continuara, él aludido solo hizo un leve movimiento de cabeza como señal de aprobación. - Son malas noticias...- El hombre que segundos antes parecia estar hecho de granito no pudo contener el sentimiento de desolación y su cara se desconfiguró por completo impidiendo incluso que las palabras se formaran en su boca. El general de división lo miraba, ambos eran hombres de batalla y el hecho que un hombre de Maria estuviera a punto del llanto solo podía anunciar la peor de las noticias. - Tranquilo Sanders, respira y solo dilo. - El hombre inhaló profundamente tal como su superior le había indicado y se armó de todo el valor para decir lo que tenía que, pero no quería hacerlo, pues al pronunciar las palabras todo sería realidad.

- Encontramos al emperador de Xian a unos metros del precipicio Aar. Fue herido en el vientre, su estado es crítico, pero estamos seguros de que sobrevivirá. - Moblit se sintió inmensamente culpable. Maria tenía una deuda de honor con Xian y su mandatario había sido herido en el territorio del imbatible reino, una situación sin dudas complicada. El soldado continuó. -Hallamos también al general Smith cerca de donde estaba el emperador. - Moblit suspiró aliviado. Sin embargo, el hombre que le daba la información oculto la mirada de su superior al mando, esto no era buena señal. - Él ... no. El general Smith ... no... él murió. Se desangró por una herida en el costado... que estamos seguros perforó un pulmón. - Moblit sintió que el tiempo se había detenido. Un dolor agudo y desgarrador se instaló en su pecho. Había perdido a su superior, a su maestro y, aún muy querido amigo, pero el soldado parecia que aún no terminaba. Moblit sintió que una densa aura de tristeza se apoderaba de todo a su alrededor.

-General, aún falta lo peor. Su majestad ... nuestro rey... me informaron que durante el asedio...- Sanders soldado desde hacía quince años rompió en llanto como un niño. Era demasiado, todo lo que estaba pasando, era como estar en una pesadilla sin fin. Con lo poco de cordura que aun habitaba en su cuerpo, se obligó a continuar. La voz trémula, la mirada distante, el dolor evidente en cada una de sus facciones. - Durante el asedio, nuestro orgulloso y digno rey dio todo por salvaguardar nuestro amado reino, mientras eso pasaba un infame turbante azul, que espero se pudra en el peor de los infiernos, se arrojó junto con el rey... al precipicio Aar... - Moblit escuchó estas palabras como un terremoto que partía en añicos todo el mundo. Sanders siguió presentando el informe. - ... hicimos una expedición minuciosa, no hemos encontrado a su majestad... pero había mucha sangre, demasiada en la ladera del precipicio. General, nadie podría sobrevivir a tal pérdida, además la crecida del rio ... el rey ... es... imposible que sobreviviera. - El hombre extendió el cravat que distinguía las vestiduras del soberano de Maria, estaba completamente desgarrado y manchado de sangre.

Moblit Berner se quebró, con un sonoro grito empezó a maldecir a todo pulmón. Maldijo una y otra vez a Paradise, maldijo a la suerte, maldijo a los dioses y a los demonios. Gritaba desesperado, esa maldita batalla le había arrebatado a los hombres que más admiraba, y despues ya sin nada que perder, lloró su pérdida, por sus ídolos, por sus amigos, por sus compañeros, por sus subordinados, por él. Porque la vida era muy injusta.

La noticia pronto se supo entre los 82 sobrevivientes a la batalla en los Acantilados glaciares: Maria había perdido a su rey y a su general. Poco a poco los hombres marcharon de vuelta al cuartel. Un ensordecedor silencio los rodeaba taladrando sus almas, sin anestecia que sosegara su sufrimiento. Habian ganado, pero ese triunfo sabía a derrota.

De pronto dos jinetes cabalgaban hacia a ellos. Moblit asumió que eran los hombres que había enviado al cuartel, pero al tenerlos más cerca pudo reconocer al mayordomo real acompañado por el infeliz de Reiner Braun. Como odiaba a ese maldito, pero ese infeliz exrebelde contaba con el favor de la reina. Y por si fuera poco el rey Levi lo había indultado. Moblit sintió un dolor agudo recorrer todo su cuerpo al recordar a su rey. ¿Cómo haría para informar al imbatible reino de Maria que su fiel, honorable y misericordioso soberano había dejado este mundo?

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora