Cuando la luz se apagó

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Sultanato de Paradise, en algún lugar de las Montañas del Sol

Bellísima.

Cada recuerdo recuperado no podía hacerle justicia a la mujer frente a él. Ni siquiera el del día que su corazón fue robado, esa ocasión en que como un intruso irrumpió en los aposentos de su futura esposa y le robó un beso.

La mujer frente a él era una diosa, era un ángel, era un milagro. Era todo lo que necesitaba para ser feliz y más.

Cada centímetro de su existencia era arte, que lo maravillaba hasta la locura, que lo asustaba hasta la paranoia. No soportaría que se la quitaran. Su ausencia, sin duda, lo mataría.

Esa mujer, era su razón de vida. Ahora estaba más consciente que nunca, si había nacido en este mundo era para poder conocerla y amarla. Ese había sido su destino desde el principio, amar con toda el alma a su Mikasa.

Levi ya no luchaba por contener las lágrimas. Le daba igual que lo vieran llorar, el mundo entero se podía ir al carajo siempre y cuando él pudiera estar con Mikasa por el resto de sus días. Quería abrazarla, quería besarla, quería estrecharla tan cerca de su cuerpo que no se notara donde empezaba la piel de uno y comenzaba la piel del otro. Sin embargo, el temor de que todo se desmoronara, de que su apariencia tan diferente, tan rota, alejara a la dueña de su existencia, apresó su corazón, manteniéndolo fijo en su lugar, aun cuando solo lo separaban unos pasos de su gran amor.

-Luz de mi vida, amadísima mocosa, perdóname por tardar tanto en encontrar el camino de vuelta a ti. En serio, lo lamento mi amor. –

La voz del siempre imponente del rey de Maria, distaba de lo que siempre había sido. Trémula, casi apagada, reflejaba las inseguridades del regente del Imbatible reino. Alegría, ilusión, dolor, melancolía, deseo, duda. Una maraña de sentimientos que cobraron vida propia adueñándose de la atmósfera del lugar.

Eren, Annie y Jean se habian retirado en cuanto vieron al soberano. Sabían que Mikasa y Levi necesitaban espacio y privacidad para poder externar todo lo que habian vivido en esos casi siete meses separados, viviendo cada uno, una vida sin el amor de la persona que más les importaba, creyendo que jamás volverían a estar juntos. Reuniéndose con Armin y Reiner, se alejaron a una distancia conveniente para tal fin, pero prudente para cualquier inconveniente.

Las llamas de la fogata bailaban tranquilamente, ahuyentando la oscuridad que se había adueñado de las Montañas del Sol. El crepitar de la leña acompañaba su danza.

Las sombras de Mikasa y Levi, inmóviles se reflejaban en los escarpados muros del sinuoso lugar. Ellos por su parte se miraban casi sin parpadear.

-Por favor, mi amor, debes perdonarme. Yo, fui débil, lo reconozco y sé que quizás no merezca el regalo que es tu presencia en mi vida. No estuve cuando me necesitabas, yo no pude protegerte... yo ... muero un poco al pensar cuánto sufriste... –

Levi no ocultaba su dolor. Al pronunciar esas palabras, fue como si removiera una loza que guardaba la tristeza por la pérdida de su hijo. Llorando como un infante, continúo suplicándole a la princesa que después de pronunciar su nombre no había vuelto a emitir sonido alguno.

-...Créeme viviré cada día de mi existencia con el único propósito de hacerte feliz. Mikasa, por favor, no hay nadie en este mundo que te pueda amar tanto como lo hago yo... por favor... -

Las palabras del rey se vieron interrumpidas por los besos de Mikasa. Que recorría su rostro desde la coronilla hasta la barbilla, cubriendo por completo la faz del soberano de Maria con besos y lágrimas.

-Mi rey... mi amor, mi todo... estás aquí... estás conmigo, por favor dime que no estoy soñando, y si estoy soñando, no me despiertes...te lo imploró. - Mikasa no paraba de besar a Levi , que después del tiempo separados, se sintió en paz, por fin su corazón estaba completo.

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora