Odio

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Reino Maria, en el castillo real

Los funerales del rey Levi Ackerman se llevaron con dolorosa ceremonia un mes y medio después de su desaparición en el precipicio de Aar. Mikasa que se la había pasado recluida en su habitación sorprendió a todos presentándose en la ceremonia para conmemorar la vida de su esposo. Su piel lucía de un blanco sepulcral, que resaltaba en el vestido negro que usaba por la ocasión.

Los nobles presentes se quedaron mudos ante la imagen de la mujer, que lucía estoica e inmutable ocupando el lugar de honor frente a todos los invitados. A pesar de la infinita tristeza que dejaban traslucir sus rasgos, era una visión digna del paraíso. Bellísima desde la punta de los cabellos hasta la punta de los pies. Ninguno de ellos sabía cuanto se había esmerado en lucir bonita para despedir a su esposo. Nadie sabía cuánto había llorado y que ahora, aunque quisiera hacerlo sus ojos estaban secos, imposibilitados quizás de por vida para volver a derramar una sola lágrima. Todos desconocían el inmenso dolor que sentía con tan solo respirar y que, hacía uso de todas sus reservas de energía para no gritar de agonía, pues cada vez que recordaba que ella estaba viva y las personas que más había amado no, ese simple e inalterable hecho le ardía en el alma como dejar la palma desnuda sobre brasas al rojo vivo.

Mikasa se contenía por amor. Debía honrar de la manera más digna al amor de su vida. Así que, sin ánimo de nada, se quedó ahí estática dejando todo transcurrir como debia, deseando que terminara para nuevamente recluirse en su habitación. Sin embargo, por azares del destino detuvo su mirada en cada una de las personas que estaban en el salón del castillo real que habían habilitado para despedir a su rey. Como un imán que atrajera su mirada, posos sus misteriosos ojos gris en su hermano y su prometida. Ambos se miraban con dulzura, sostenían las manos del otro y no desperdiciaban ningún momento para disimuladamente acariciarse con ternura.

Mikasa amaba a su hermano, siempre lo hizo. Jamás dudó de él en toda su existencia, siempre lo vio como su salvavidas, y por mucho tiempo fue su todo. Pero en ese instante en el tiempo sintió que podía matarlo a él y a Annie. Su esposo estaba muerto, su cuerpo que un día le proporcionó el calor más agradable que jamás hubiera conocido, simplemente se había desvanecido. No conforme con eso los dioses de Xian había decidido arrebatarle la única esperanza y la forma más pura del amor que existió una vez entre ellos, quitándole a su bebé.

Y su hermano estaba allí, amando a la causante de ese desastre afrentándola directamente con solo su presencia.

La reina Mikasa sintió que la tristeza que habitaba en su corazón se volvía un odio glacial. Odiaba a todos y a todo. Ninguno de ellos merecía el aire que respiraban y aun con eso estaban allí mientras que esposo y su hijo habían dejado de existir.

La ceremonia llegó a su fin, los nobles abandonaron Maria sin ser recibidos por la viuda y nueva soberana absoluta del reino Imbatible.

Mikasa había citado a su hermano en la biblioteca del castillo, debía hablar con él a solas.

-Eren, Annie y tú tienen veinticuatro horas para abandonar mi reino y no volver jamás. - Los ojos verdes esmeralda del emperador se abrieron enormemente al escuchar las palabras que habian salido de la boca de su hermana. Al fijar sus ojos en los de ella, chocó con una barrera gris que se levantaba entre los dos. Su Mikasa lo miraba con odio puro, sin filtro alguno. - Mika pero que dices. Yo...- La voz del supremo mandatario de Xian se escuchaba confusa y débil, pero su hermana ni siquiera lo dejó terminar antes de interrumpirlo con palabras firmes y de una gelidez absoluta.- Odio a Annie con toda la fuerza con la que alguna vez ame a mi rey. Si se quedan aquí no dudare un minuto Eren. Acabaré con su vida sin tentarme el corazón. - Eren sintió que el mundo se detenía, esa mujer frente a él no podía ser su despreocupada y dulce hermanita. El corazón se apretó en su pecho al ver como su Mika descomponía su rostro y su voz se llenaba de una honda tristeza al continuar hablando. -... Me odio por pensar de esta manera, me odio por ser cobarde y no poder lidiar con mi dolor de otra forma, me odio porque sé el daño que te causan mis palabras. Sin embargo, no puedo. Las cosas son así. Aun te amo con toda mi alma hermano, por eso te pido que te la lleves a Xian, se amen y vivan felices, y por nada del mundo regresen aquí o no respondo. Que los dioses de Xian los bendigan y guarden. –

Mikasa miró fijamente a su hermano para luego recuperar todo el aplomo que perdió y poder culminar con su discurso. - Mañana a esta hora deberán estar fuera de mi reino o cazare a tu prometida como una fiera a su presa Eren. – La reina de Maria salió de la biblioteca sin mirar atrás, dejando a su hermano con el corazón roto.

Mikasa caminaba por los pasillos a su habitación seguida por Reiner que se había vuelto su sombra después de lo acontecido.

– ¿Reiner como hiciste para poder vivir después de lo que le paso a tu familia? - El rubio se sorprendió por la pregunta tan directa de la monarca. Suspiro antes de contestar lo más honesto que pudo. - Me aferre a mi odio y a mi sed de venganza majestad. - Mikasa sopesó la respuesta de su amigo y protector. Si la única forma para poder seguir viviendo era asirse a su resentimiento y dolor, lo haría.

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora