Ojos azules

311 64 32
                                    

Sultanato de Paradise, en algún lugar de las Montañas del Sol

-Por lo dioses de Xian, nunca en mi vida había deseado tanto darme una ducha como ahora. Incluso podría lanzarme al rio Aar. ¡¡Apesto!!- Mikasa se frotaba la cara llena de barro seco con el dorso de las manos. Ahí donde el sudor había dejado hilos de un marrón más intenso, haciendo que el lodo seco y el fresco se mezclaran en su rostro transformando su aspecto de por sí deplorable, en algo catastrófico, que sumado a su ropa sucia y cabello revuelto la hacía ver como otra persona. En efecto, el caminar a través de las montañas del Sol hasta el punto de encuentro que la princesa de Xian había convenido con Mike y este a su vez con su hermano, esperando con toda la fe del mundo que el peculiar príncipe hubiera cumplido con su palabra, había sido una labor tan ardua y dolorosa, en esos últimos días, que el aseo personal había perdido toda prioridad.

¿En qué demonios pensaba? Debió haber pedido verse en algún lugar de la frontera de Xian, no en una cueva cuya ubicación recordaba vagamente. De nueva cuenta, la fe hacía que la monarca y su pequeño guía no perdieran la esperanza de hallar lo que parecía una aguja en un pajar. Por más imposible que la misión pareciera, aun después de nueve días, ellos continuaban su camino.

Nadie miraba divertido a la que había decidido sería su hermana mayor. Si bien siempre quiso una mamá, ya que al ver a otros niños con sus madres parecía ser lo mejor del planeta, decidió que Mikasa era muy joven para ese rol. Además, con lo vanidosa que era a veces, probablemente la ofendería y eso era lo que menos deseaba en el mundo por más que deseara una mamá. Finalmente, Nadie se convenció de que esta era la mejor opción, después de escuchar hablar a la princesa de su hermano Eren, el pequeño ojiazul decidió que él quería ese mismo trato de Mikasa. Un análisis que le había costado noches sin dormir, pensando como proponerle a la monarca que se convirtiera en su hermana. – Mikasa eso no es cierto. Hueles a flores. Aunque te veas como acabada de salir del fondo de un pantano. -

La cara de la heredera del loto sagrado al escuchar lo que pretendían ser palabras de apoyo, fue sin dudas de lo más cómica y Nadie que había luchado por contener la risa estalló en sonoras carcajadas amplificadas por el eco del lugar. – No pues gracias. Ahora si me siento mejor. Travieso y hermoso Nadie "terror de las lagartijas". - Mikasa sonría ampliamente, mostrando su blanca dentadura en medio de una cara completamente llena de barro seco.

Nadie aparentemente ofendido por el comentario decidió contraatacar. – Si, pero te la comiste. De hecho, si mal no recuerdo querías más, aún cuando ya se había terminado. – El niño ojiazul saco su lengua en señal de triunfo a la princesa que, en lugar de molestarse por el comentario y el pequeño reto, tomo firmemente a Nadie y lo llenó de besos mientras lo abrazaba evitando que el pequeño huyera. – Suéltame Mika. Me llenas de sabor a lagartija y de tierra. –

La monarca hizo caso omiso al niño que se debatía en sus brazos mientras una sonrisa enorme iluminaba su rostro. Nadie jamás pensó ser tan feliz, y armándose de valor decidió que ese era el momento de hacer la que consideraba la pregunta más importante de su vida, hasta ese momento. Con un notorio rubor cubriendo su rostro y mirándola directamente a los ojos se acomodó frente a Mikasa, que ante el cambio de actitud del pequeño decidió parar su ataque de besos.

– ¿Mikasa... te gustaría ... ser... ser mi hermana mayor? - La voz de Nadie había sonado vacilante, los nervios lo traicionaban y lo hacían tartamudear, pero al recordar que la princesa frente a él, le había prometido ser su familia, de nuevo pudo obtener algo de seguridad y con eso su cuestionamiento terminó casi con un grito del infante.

-Yo... pensé ... bueno creí que ... que tú ... bueno que yo... podría... ser tu ...mamá. Pero, pero... si tú crees que no soy apta para ocupar ese sitio estaré encantada de ser tu hermana. - Dolió mucho. Mikasa quería a Nadie como a un hijo y el hecho que el pequeño no pudiera verla como su mamá la heria bastante. Sin embargo, lo amaba incondicionalmente, era su familia y sería lo que él quisiera que fuera. Aun con eso Mikasa no pudo evitar que sus ojos se aguaran, y la garganta le doliera por el esfuerzo de evitar llorar.

-Yo pensé ... que si te pedía que fueras mi mamá dirías que no. Es que eres muy joven y bonita para que alguien como yo sea tu hijo. Yo ... me sentiría muy feliz si tu ... quisieras ser mi mamá. - De nuevo el sonrojo en la cara infantil de Nadie. ¿De verdad alguien como Mikasa querría un hijo como él?

La monarca no pudo contener las lágrimas, después de tanto tiempo y dolor, sintió que su corazón de nuevo era capaz de albergar amor. Un sentimiento cálido la arropo lentamente. Jamás dejaría de extrañar a su amado esposo ni al hijo que no pudo conocer, pero aquel pequeño con ojos de rey era un bálsamo para su dolor, y esta vez no permitiría que se lo arrebataran. – Me encantaría ser tu mamá. Es un honor y me colma de felicidad que me permitas ser alguien tan importante. Eres mi guía Nadie, gracias a ti hoy puedo ver de nuevo luz en mi camino. Y para honrar tu fe en mí te lo voy a jurar como se jura en mi amado Xian. –

La que una vez fue reina de Maria, hoy sultana prófuga de Paradise y princesa de Xian, se hinco frente a un niño al que jamás habian amado o protegido. Y besando sus manos infantiles mientras las tomaba entre las suyas le sonrió cálidamente a Nadie, que por mucho que luchara había cedido al llanto. Mikasa después de colocar las manitas de Nadie de nueva cuenta en los costado del niño, y este a su vez las usara para limpiarse el llanto, también mezclado con barro seco, miró detenidamente a su nueva mamá.

-Nadie, te juro aquí y ahora, que te voy a proteger por lo que nos reste de vida. Te voy a cuidar y mi objetivo será tu felicidad. Porque ser tu madre es un honor que jamás pensé, pero ahora que los dioses de Xian me lo han concedido lo honraré con mi vida si es preciso. Tú y yo somos familia. – Dicho esto Mikasa tomó su espada y asiéndola fuertemente del filo de esta, se cortó la mano derecha sorprendiendo a Nadie. ¿De verdad él valía tanto como para derramar sangre de una sultana?

– No me mires así Nadie. En Xian así se jura, púes lo más valioso que tenemos es nuestra vida, y el símbolo de la vida es la sangre. Como tu vales mi vida y más, quería que lo supieras. Ahora sigamos adelante mi lindísimo hijo. - Mikasa se levanto y abrazo a Nadie que continuaba lagrimeando y con la mano le limpio la carita. – No más lágrimas Nadie. Para ti y para mi lo que resta es solo felicidad. ¿Está bien? -

Emprendiendo de nueva cuenta el camino que brevemente habian interrumpido Mikasa y Nadie siguieron la ruta que habian trazado hasta el punto de encuentro, enlazando las manos como la familia que habian jurado ser. Sin saber que las carcajadas del pequeño Nadie minutos antes habian atraído a un par de ojos azules que los miraba desde la lejanía.

-Por fin, te encontré...-

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora