Una pesadilla imposible

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Reino Maria, en el castillo real

La boda imperial se había aplazado. La noticia de una inminente guerra contra Paradise había tomado desprevenidos a todos en el reino de Maria. Sin embargo, cada habitante del leal pueblo apoyaba la decisión de su rey de apoyar a Xian. Si debían ir a la guerra contra Paradise para defender su alianza con el sagrado Imperio no tenían la menor duda que valía la pena.

El castillo real se sentía tenso, incluso lúgubre. Annie había llorado durante días después de que la noticia la tomara desprevenida, aunque confiaba en su prometido, las memorias de Topkapi la atormentaban, y para aumentar su angustia faltaban solo dos días para que se cumpliera el lapso que habían puesto para entregarla de nuevo al Sultán. Nadie había logrado animarla, ni siquiera su amado y comprensivo futuro esposo, que le aseguraba una y mil veces que todo saldría bien. La reina Mikasa se la había pasado con ella esos días, cuando su hermano se ausentaba para planear las estrategias que usarían en batalla junto con el Rey y el General de Maria. La soberana la consolaba y cuidaba, pues ella la consideraba ya como su hermana.

La reina Mikasa por su parte también estaba preocupada y desanimada. Se había arrepentido mil veces el haber prohibido que las personas que más amaba en el mundo se le acercaran. Extrañaba a Hanji con sus locuras, a Armin y sus nervios, el cariño de su hermano y por sobre todas las cosas, extrañaba a su esposo, su voz, su olor, su calor, todo. Sin embargo, su orgullo era grande y no le permitía tratar de arreglar las cosas. En su arranque de ira había pedido que trasladaran sus pertenencias al lado contrario del castillo donde se hallaba la alcoba real. Liz, su moza se encargaba en todo memento de cuidarla y ayudarle a realizar sus tareas diarias, mientras que Reiner escoltaba en todo momento su nueva habitación con ordenes precisas de no dejar entrar a nadie que no fueran Annie o Liz. Mikasa se sentía sumamente tonta, pues deseaba con todas sus fuerzas que su esposo estuviera con ella, pero las veces que esté lo había intentado se había negado a verlo. Al igual que a Hanji, que en un arranque desesperado se quedo parada junto a la puerta después del cuarto día de negativas de la reina y no se movió de allí, incluso se quedó a dormir frente a la habitación de la monarca, ante un muy sorprendido y poco contento Armin pues, aunque sabía que Hanji deseaba con todo su corazón a su amiga de vuelta, que Reiner se encontrara allí no le hacía fácil aceptar la situación.

La reina al ver la determinación de su amiga la dejo entrar al amanecer de ese,  quinto dia. - Majestad ... por favor ...dígame que aun somos amigas. Usted es como mi familia, antes de Armin, Annie e incluso el Rey Levi solo éramos usted, el emperador y yo. Se que no debería pues ustedes son miembros de la casa real, pero... yo siempre los he considerado como mis hermanos. - Mikasa se sintió terrible por haber hecho llorar a su amiga que hipaba debido al llanto incontrolable. - Somos amigas, somos familia, y yo he sido la peor hermana del mundo. Perdóname Hanji. - La monarca se hincó e hizo una reverencia a su mejor amiga de toda la vida. La dama de compañía trato de evitarlo pues el embarazo de su ama era muy notorio, lo cual le impresionó pues solo había dejado de verla durante tres días. - No haga eso su majestad se puede lastimar. Y no hay que perdonar, mi lealtad está con usted y yo, no debí ocultarle información. Lo lamento. – Las amigas se abrazaron y sonrieron. Mikasa notó al mayordomo real, que aparentemente también había dormido afuera de su puerta, aunque ella sabía que era más por no dejar a su esposa con Reiner. – Armin también te ofrezco una disculpa. Me porte muy infantil. Por favor perdóname. - Otra reverencia. Ya solo le faltaban dos. - Reiner serias tan amable de buscar a mi esposo por favor y después de eso descansa, se que te lo debo. - El rubio hizo lo que le pedían y salió en dirección a la biblioteca donde el rey continuaba trazando planes para la defensa de Maria. - Hanji, Armin supongo que han deber pasado la peor noche por mi culpa por favor vayan a sus aposentos y descansen. - Los leales sirvientes se tomaron de la mano le respondieron con una sonrisa a la monarca y salieron a su habitación pues si la noche había sido horrible.

El rey Levi corrió como desesperado al escuchar a Braun diciéndole que su esposa lo recibiría. Sabia que la cuatro ojos se había quedado todo el día anterior y la noche afuera de la habitación de su mocosa, esperando a que la recibiera y al ver que la susodicha caminaba alegremente de la mano con su mayordomo por los pasillos en dirección a su alcoba supo que su plan había funcionado. El Rey de Maria chasqueó la lengua, si hubiera sabido que eso era lo que se necesitaba para que Mikasa accediera a verlo, se hubiera quedado como centinela día y noche afuera de la habitación que ocupaba su Reina.

-Mocosa por favor perdóname. Yo solo quería protegerte. Yo...- Los labios de la monarca sellaron la boca de su esposo con un apasionado beso. - No hay nada que perdonar, me porte como una niña caprichosa. Te amo y te he extrañado como no tienes una idea. Ya he dado la orden para que regresen mis cosas a la habitación. Te amo Levi. – Los ojos azules del rey por fin recuperaron toda su energía y cuando trato de abrazar más fuerte a su mujer pudo notar que el vientre de su mujer había crecido demasiado. – Mocosa te ves ... maravillosa. Pero supongo que... no podre demostrarte activamente cuanto te he extrañado. – La reina miró al hombre que amaba y deseaba. - Supongo que ... podrías intentar...-

Unos golpes desesperados en la puerta interrumpieron los besos y caricias preámbulo de los monarcas. - Mataré al tonto que se haya atrevido a interrumpir. – El rey Levi estaba molesto, no deseaba detenerse de lo que había iniciado con su adorada mocosa. - ¡¿Qué demonios pasa?! - El mayordomo real estaba pálido y no era debido a la abrupta respuesta de su amo. - ¿Armin que sucede? – El rey Levi pudo notar que lo que fuera que pasaba no sería nada bueno, su esposa que se había acercado a los hombres tomo su mano, pues ella también intuyó las malas noticias. Los ojos azules del criado se enturbiaron y su voz temblaba. - Las tropas de Paradise están a las afueras de Maria, en los acantilados glaciares. Por lo menos mil turbantes azules. Han enviado un ultimátum o entregamos a la señorita Annie o entrarán al pueblo. Nos dieron doce horas para cumplir su demanda. –

Los monarcas de Maria sintieron que todo se derrumbaba a su alrededor. ¿Cómo habian hecho mil hombres para llegar tan adentro del territorio de Maria tan pronto y sin ser vistos? Era imposible. - Pero eso no puede ser Armin. Es una completa locura, los acantilados glaciares están a menos de tres horas del pueblo. - El rey Levi trataba de ordenar sus ideas en voz alta, mientras que su esposa había comenzado a temblar. - ¿Armin el emperador y el general están enterados de la situación? – El mayordomo asintió con un movimiento de cabeza. - Esperan sus instrucciones señor. - El rey Levi miró a su Reina para luego darle un beso en la frente. – Armin preparen a los caballos, nos dirigiremos al cuartel, para preparar la ofensiva. - Armin salió corriendo en dirección a la biblioteca de su amo.

Mikasa miraba a su esposo, no deseaba soltarlo pues sabía que él no huiría de la batalla, pelearía lado a lado con sus hombres, como siempre lo había hecho. Ella misma había comprobado las diferentes cicatrices en el cuerpo de su rey debido a esta decisión, decisión que la estaba matando. – Levi por favor prométeme que no pelearas, yo... no podría vivir si algo te pasará. - El rey miró los hermosos ojos de su esposa que se habian cristalizado, y de los cuales brotaba un centenar de lágrimas. - Mikasa no puedo prometerte eso. Es mi deber, debo proteger mi reino. - La reina agachó la mirada cuando sintió que su esposo empezaba a aflojar su mano de la de ella. - Esta bien mi amado rey, pero al menos déjame estar contigo hasta que tengas que partir. Por favor. – El rey Levi asintió y los monarcas fueron de la mano hasta la biblioteca.

Ambos temían, ambos deseaban que todo lo que estaba pasando fuera una pesadilla.

Lo era, el comienzo de la peor de sus vidas.

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora