Sonrisa

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Sultanato de Paradise, en algún lugar de las Montañas del Sol.

El rey de Maria cabalgaba a toda velocidad a través de los engañosos pasajes de las montañas del Sol, a sus costados el siempre fiel Armin Arlert y el incondicional de su reina, Reiner Braun, cabalgaban a la misma velocidad que el monarca del imbatible reino. Según el ex líder rebelde vuelto noble de Xian, Reiner "el odioso" Braun, estaban a menos de un día de alcanzar al grupo que lideraba el emperador Eren. 

Levi sonrió por lo bajo, aun en su mente continuaba llamando a Reiner con ese apodo ganado solo por la fuerza de los celos, sin embargo el nativo de Paradise,una y otra vez le habia demostrado que era digno de toda su confianza. Lo cual hacia que lo detestara un poquito más, pues siendo tan honorable hacia que odiarlo por completo fuera inaceptable.

El rey reflejaba enteramente el humor general de la pequeña comitiva, que era bastante bueno a pesar de la situación. Por alguna razón que escapaba de la comprensión de sus miembros, se sentían positivos. Como si el mismo ambiente les dijera que hallarían a la que nunca dejo de ser la legítima reina de Maria. Una presentimiento, quizás, pero lo suficiente para dar ánimos a los jinetes. 

Sobre todo al rey Levi.

El aire cálido del desierto lo golpeaba en el rostro, el ambiente era seco, casi opresor. Sin embargo, la esperanza de reencontrase con la mujer que había puesto su vida de cabeza forzándolo a descubrir la maravilla de estar enamorado, era refrescante. Todo su ser gritaba escandalosamente lo mucho que amaba a Mikasa; lo mucho que le había hecho falta durante ese tiempo separados; lo mucho que deseaba protegerla y, sobre todo, la convicción inamovible de vivir por y para ella. Añoraba esos ojos, que con su apariencia mágica le habian mostrado sentimientos que ni siquiera en sus más dulces sueños creyó capaces de poder existir.

Lo único que deseaba el hombre que volvió de la muerte, era ser y hacer feliz a la mujer que era la razón de su existir. No importaba cuantos obstáculos les impusiera el destino, él estaba acostumbrado a ir siempre contra corriente, saliendo vencedor ante la adversidad.

Levi estaba convencido de que esta vez no sería la excepción, su amor a Mikasa lo movía adelante, sin miedo.

Absorto en sus pensamientos, plantado en sus recuerdos, el regente indiscutible de Maria no se percató que sus acompañantes no solo se reducían a los ojiazules que cabalgaban a su lado. Y para su mala fortuna, sus escoltas tampoco lo notaron.

El sultán de Paradise fue informado puntualmente del retorno de los muertos del rey del Imbatible Maria, Levi Ackerman. Ira devastadora, celos enfermos y obsesión desmedida cegaron al monarca que, alguna vez fue conocido por su indiferencia ante cualquier situación adversa a sus propósitos.

Zeke III se sumió en la negatividad de las circunstancias. Mikasa era sultana de Paradise, su esposa, sin embargo, hasta que el matrimonio no se consumara apropiadamente no podía decir que era suya. La mujer que martillaba incesantemente su razón hasta casi hacerla añicos, no le pertenecía, aún no. Por azares del incomprensible destino, los ojos de luna que debieron mirarlo por debajo de su cuerpo, suplicantes, luego de desposarla, lograron huir de su lado antes de poder someterla a él. Maldecía una y mil veces a los responsables de haber ayudado a su esposa, y si lograba averiguar sus indeseables nombres los haría pagar con lágrimas de sangre su traición.

Para colmo si el imbécil del demonio Ackerman lograba dar con ella antes que él, trataría de recuperar ese tesoro invaluable. Era obvio, lo pudo notar cuando presenció su boda, ese enano amaba más que a su propia vida a sus ojos de luna, y para su total envidia e ira, su sultana le correspondía con la misma intensidad a ese infeliz, que debió quedarse en el infierno antes de volver para importunar su felicidad al lado de su esposa.

Zeke no podía permitir que ahora que casi había probado el paraíso se lo arrebataran cruelmente. En una corazonada, envió pequeños grupos de turbantes azules a custodiar las rutas más comunes de acceso a las místicas Montañas del Sol. Un acierto mayúsculo cuando reportaron el avistamiento de tres jinetes cerca de la frontera con Ymir cabalgando a través de las montañas en dirección a la frontera con Xian, el grupo era encabezado por el rey de Maria.

El sultán de Paradise bendijo y maldijo su suerte en partes iguales. Era más que lógico, ese desgraciado en efecto quería recuperar a la que alguna vez fue su esposa y reina. Sin embargo, el arrogante, y por tanto estúpido rey de Maria, estaba en sus dominios y antes de que le quitaran lo que por derecho ahora le pertenecía prefería enviar de vuelta al inframundo al demonio Ackerman, que jamás debió salir de ahí en primer lugar.

Cambiando la dirección y deshaciendo el ejército que había llevado para someter a los cómplices de su mujer se decidió por seguir al tonto rey. No sin antes dar instrucciones específicas a sus tropas, estarían en comunicación constante pues necesitaba tejer una enorme telaraña para atrapar a los insectos que habian osado cuestionar su autoridad, que, en el eterno Oasis, era absoluta.

Seguramente, el demonio Ackerman lo llevaría hasta su muy adorada sultana. Una vez que eso sucediera, se desharía de una vez y para siempre de ese molesto estorbo en sus planes inmediatos y futuros. Así los ojos de luna serían suyos para toda la vida, sin posibilidad a que nadie se los pudiera arrebatar.

Zeke III miraba el horizonte, la imponentes Montañas del Sol dominaban el paisaje. El calor era infernal, el aire seco lastimaba su garganta, que dolía mucho más cuando trataba de pasar saliva, pero al observar como en la distancia tres jinetes cabalgaban a toda velocidad no pudo evitar sonreír con complacencia. El demonio Ackerman sin duda alguna encabezaba a los intrusos en su territorio.

- ¡Oh pequeño e impaciente rey! Podrás ser el hombre más fuerte de la humanidad, pero probablemente puede que seas el más imbécil también, al arriesgarte a venir a la cueva del lobo a querer quitarle su presa. Un error que te haré pagar muy caro, Levi Ackerman. -

Y el sultán de Paradise, amplio su dé por sí, enorme sonrisa.

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora