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Sultanato de Paradise, en las Montañas del Sol

Zeke III cabalgaba iracundo a través de las montañas del Sol. Dando órdenes a diestra y siniestra, insultando injustificadamente y llevando al límite al ejército de turbantes azules que lo acompañaba, el sultán no dejaría que los ojos de luna se le escaparan. La furia que sentía era tal que casi todos sus generales le huían, aterrados de que en cualquier momento ordenara su ejecución.

Su esposa llevaba siete días desaparecida y el sultán se había vuelto una fiera que gritaba y blandía su sable amanzanado a todo aquel que osara importunarlo con alguna pregunta del porque la sultana decidió huir después de casarse con él. A todos sus súbditos enterados del matrimonio, les parecía absurdo y no podían dar crédito a la situación actual. El sultán del Oasis Eterno era bien parecido, caballeroso y aunque su personalidad por demás reservada y seria, era en esencia bueno.

Sin embargo, Zeke era otro cuando de Mikasa se trataba, situación que ignoraban sus fieles súbditos. Y ahora con la huida de la sultana simplemente su paciencia era nula. El siempre frío y calculador ojiazul se había vuelto demasiado pasional. La ojigris ocupaba todo su pensamiento, una obsesión insana de hacerla suya lo carcomía durante las noches amenazando con apoderarse de sus días, y en general de su vida. El hombre poco a poco estaba dejando que la pasión inclemente, hacia su ahora esposa le nublara la razón. Él sabía o creía saber, la cura para su demencia. Los ojos de Luna del desierto mirándolo mientras la hacía suya. Como fuera debía tenerla.

Sabiendo que el único lugar a donde podría escapar sería a Xian, pues en Maria ya no había nada para ella, el sultán planeo todo la estrategia para a recuperar a su esposa. Pero después de analizar los hechos estuvo seguro de que el tiempo con el que disponía Mikasa no era suficiente para llegar al sagrado imperio, y el único lugar entre Xian y Paradise que le proporcionaría un refugio seguro era sin dudas las Montañas del Sol.

¿La pequeña princesa de Xian creía que podía ganarle en su propio territorio? Definitivamente lo estaba subestimando demasiado. Con eso en mente de inmediato ordenó a un grupo enorme de turbantes azules, liderado por él mismo acudir al lugar y recuperar a su esposa a como diera lugar. Sin embargo, a pesar de todos los esfuerzos aparentemente la ojigris era muy astuta, pues hasta ahora no habían logrado hallar su escondite ni pistas de donde se ocultaba. Por lo que el sultán, estratega militar y excelente deduciendo cualquier circunstancia adversa a sus planes lo supo. Era imposible que Mikasa se hubiera logrado ocultar de manera tan efectiva en un territorio desconocido y más uno tan despiadado como lo eran el Desierto Dorado y las montañas del Sol. Era obvio que alguien la ayudaba, de hecho, todo el incidente de como escapó de Topkapi le removía las entrañas a Zeke. Alguien lo había traicionado ayudando a la sultana a escapar, eso era más que claro. Pero en cuanto supiera quien era el traidor y quien ayudaba a su esposa, los haría desear no haber nacido nunca. El mismo se encargaria de eso.

Zeke III aminoro su cabalgata hasta hacerla un ligero trote. Estaba seguro haber notado algo fuera de lo común en uno de los muros de las escarpadas montañas que lo rodeaban. El sultán decidió bajar de su caballo deteniendo así toda la comitiva que le seguía. Y acercándose a lo que parecía una grieta enorme en la montaña pudo notar sangre seca salpicada, como si alguien hubiera arrojado algo y hubiera herido algún animalejo con eso, un poco más allá de donde se hallaba el sultán unos huesos de lo que parecía un reptil quemado estaban desperdigados. y más gotas de sangre que trazaban una especie de camino. Aguzando la vista el rubio comenzó a buscar a su alrededor, hasta que lo noto, una pequeña cueva oculta tras un viejo árbol. 

– Te encontré, mi amor. –

Caminando con lentitud mientras sostenía su sable y daba órdenes con movimientos de sus manos a sus subordinados, Zeke se acercó al lugar donde con esfuerzo contenido ingreso. Preparándose para luchar y castigar a quien fuera el infeliz que decidió ayudar a su esposa.

Los destellantes ojos azules del sultán se acostumbraron en un par de segundos a la tenue luz que ingresaba en el interior del lugar.

Cenizas de una fogata, delataban que si había habido alguien en el lugar se había marchado hace tiempo, por lo menos veinticuatro horas. Y aunque la ira inundó todo su cuerpo, Zeke sintió alegría pues sus ojos de luna estaban cerca. Estaba seguro.

Mientras tanto otro hombre también llenaba sus pensamientos con los ojos de Mikasa. Levi cabalgaba como un loco hacia las montañas que se alzaban en el horizonte atravesando los últimos vestigios de Xian para entrar de lleno en Paradise. Solo unas horas más y podría unirse al equipo de búsqueda de su mocosa, aunque si fuera por él la buscaría en el instante que llegara al sitio,  pero su experiencia orientándose en las míticas montañas era escasa por no decir ninguna. Pero al rey no le interesaba, hallaría a su reina estaba seguro, pues ya no habia tiempo que perder . Ya habia perdido el suficiente yendo a  Ymir.

La aclaración en el reino de Ymir no fue complicada, ya que el ojiazul era conocido en todo Rose por sus valerosas hazañas en las batallas que habia librado por doquier,  y a pesar de las cicatrices que habian cambiado su rostro, el rey de Maria seguía teniendo la misma presencia imponente de su rango. Su viaje al banco continental dejo su estatus de muerto en combate a vivo queriendo mandar al infierno a todos los infelices buitres que se peleaban su corona. Mensajeros de honor del Banco Continental fueron despachados en todas las direcciones del continente.

El Rey Levi Ackerman del Imbatible Maria estaba vivo y deseaba que cualquier intruso en su reino se alejara antes de que el mismo los escoltara lejos de su amado Maria. De manera nada amistosa.

Casi todo estaba resuelto. Solo faltaba lo más importante en su vida para ser de nuevo el rey que necesitaba su reino. Su reina. Que aguardaba en las Montañas del Sol, que cada vez se sentían más cercanas. – Te encontrare, mi mocosa adorada. -   

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora