Consuelo

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Sultanato de Paradise, en algún lugar de las Montañas del Sol

Annie, Eren, Connie y Jean cabalgaban exhaustos por la ruta que habian elegido para llegar a la cueva que alguna vez fungió como escondite de los escasos sobrevivientes del movimiento rebelde de Paradise, y lugar de cautiverio de la princesa Mikasa.

Los días pasaban inexorablemente, e incluso ellos, que se habían adelantado en la ruta, estaban agotados porque aún faltaba recorrer bastante para llegar al punto de encuentro, o era lo que Annie llevaba repitiéndoles una y otra vez a sus acompañantes, cada que le preguntaban, lo cual para la infortunada rubia, era constantemente. Impaciéntandola a niveles  críticos, al grado que, decidió ir al frente del pequeño grupo lo más alejada posible, dejando atrás incluso a su adorado esposo.

Annie admiraba las majestuosas Montañas del Sol, tenía tiempo lejos de su natal Paradise, y todo le parecía más hermoso de lo que lo recordaba. Sabía que metros detrás de ella los nativos de Ymir, escandalosos y quejosos, continuaban bombardeando con preguntas a su Emperador. Ella amaba a Eren, pero el que se hubiese vuelto prácticamente igual de bullicioso en compañía de esos dos, y además también la atosigara una y otra vez con la misma pregunta de cuánto faltaba para llegar la tenía al límite entre la cordura y la locura total. Aunado a eso el escándalo producido por el eco del lugar, que magnificaba todo lo que decían los hombres presentes le ponía los nervios de punta.

Por salud mental, tomo la determinación de cabalgar alejada de ellos, no sin antes recibir un inminente reproche de su ahora esposo, que Annie no tuvo reparo en detener en seco. 

– Te amo Eren, con toda mi alma. Pero si vuelvo a escuchar un estúpido chiste como ¿Qué le dijo un perro a una liebre? o preguntas tontas como ¿Qué es más lento un caracol o una tortuga? Que inician discusiones igual de tontas, o peor... ¿Cuánto falta para llegar? Te juro por mis padres que no te volveré hablar de aquí a que regresemos a Xian. - Y así como así la discusión terminó sin siquiera haber empezado. Annie logro cabalgar delante del grupo con la única condición que no saliera del rango de visión. 

Eren quería añadir más, pero de nuevo Annie no se lo permitió, pues ante la dificultad de las circunstancias, ya que, era obvio que no solo estaban en una carrera contra el tiempo; si Mikasa no contaba con provisiones suficientes, el hambre y la sed en un lugar tan, en apariencia, inhóspito jugaría en su contra. Y por si eso no fuera lo suficiente, estaba el mayor infortunio, el sultán de Paradise, amo y señor de esas tierras que quería recuperar a su supuesta esposa a como diera lugar.

De hecho, esa fue una de las principales razones para  que el grupo,  apostando a una mayor movilidad y discreción, se dividiera al llegar a las montañas del Sol. También era más que necesario, pues cuando el rey de Maria volviera de su viaje a Ymir, no sabría a ciencia cierta el camino elegido, por lo tanto, que Reiner y Armin lo esperasen para que juntos iniciaran la travesía en las engañosas montañas del Sol era lo más lógico. De esta manera, cada grupo de búsqueda/rescate tendría un nativo de Paradise, capaz de orientarse en las laberínticas montañas, y que conocía la ubicación de la misteriosa cueva. 

Annie pensaba en el Rey Levi, seguramente si él estuviera allí estaría de acuerdo con ella. Tanto escándalo era perjudicial para la salud mental de una persona normal. Pues la rubia aun podía escuchar el jaleo de sus acompañantes a la distancia, sin embargo, esa misma condición lo mitigaba hasta casi hacerlo un leve murmullo. Annie sonrió.

Un poco de tranquilidad, solo eso deseaba Annie, el viaje que les esperaba era largo y deseaba disfrutar de Paradise en relativo silencio. Por esa razón, quizás tonta quizás no, fue que pudo escuchar las carcajadas de lo que parecía un niño pequeño.

Había una vez una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora