— ¡Negra asquerosa! — exclamó Betty, riéndose en su cara.
— vamos, esclava. Recoge tu mierda — Flash apuntó los libros que le había tirado al suelo minutos antes.
Michelle no pudo evitar que sus ojos se llenarán de lágrimas debido al mal trato que le daban sus compañeros de clases, era totalmente denigrante.
— Oh… pobrecita — Liz hizo un puchero — quiere llorar.
— ¡Quiere llorar! ¡Quiere llorar! — alentó Gwen para que los demás gritaran junto con ella.
De pronto una multitud de alumnos, como buen séquito del grupo más popular, se encontraban en el patio de la escuela gritándole a Michelle. Improperios, groserías e insultos eran parte de su día a día y aunque la morena fingía que no le importaba, eran acciones y palabras tan despreciables que harían llorar hasta al hombre más rudo del planeta.
Sin poder resistirlo, las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas, sus manos temblorosas cubrieron su rostro y los pequeños empujones que le brindaban sus compañeros aumentaban su impotencia. Corrió empujando a todo aquel que se cruzara en su camino para evitar que la siguieran molestando, los gritos e insultos aún se escuchaban a sus espaldas y a ella solo le sirvieron como motivación para seguir huyendo.
No hubo necesidad de pensarlo dos veces cuando tomó sus cosas y se escapó de la secundaria, recorriendo las calles para retrasar su sufrimiento. Su casa no era un lugar realmente acogedor, no había mucha diferencia entre la secundaria y aquello que ella llamaba, sin motivo aparente, hogar.
— ¡Salud! — escucho como su madre brindaba junto a su padre.
— ¡Salud! — le correspondió el hombre — por un día más en nuestra miserable vida.
Observó cómo ambos brindaban con unas sonrisas melancólicas en su rostro e ingerían de manera rápida el contenido de la copa, para luego servirse otra.
Ambas personas compartían un gusto especial por la bebida como método para olvidar lo mucho que odiaban su vida. Alcohólicos, era el nombre que ellos debían recibir, hundiendo sus penas en alcohol y olvidándose por completo de la adolescente de 17 años que vivía con ellos y se hacía llamar su hija.
Subió las escaleras hasta su habitación, con el sabor amargo aún en su boca y con el rastro de las lágrimas que había derramado todavía en sus mejillas.
Se lanzó a su cama y hundió la cabeza en la almohada, cubrió su cuerpo por completo con las cobijas y cerró sus ojos en un intento de olvidar su desastrosa vida.
Se encontraba en una habitación completamente negra, un vestido largo y de un color azul rey cubría su cuerpo y sus rizos estaban recogidos en un bonito peinado.
— ¿Hola? — comenzó a recorrer el lugar — ¿Dónde estoy? ¿Hay alguien aquí?
— ¿Hola? — escuchó una voz masculina desde el otro lado de la oscura habitación — ¿Quien está ahí? ¿Hola?
Comenzó a correr en dirección a la voz, no sabía porque lo hacía, pero había algo que la atraía hacía él. Corrió y pudo observar cómo aquella presencia masculina corría en dirección a ella, por lo cual siguieron corriendo hasta que se encontraron frente a frente.
— hola — el chico desconocido habló tímidamente — ¿Cómo te llamas?
— hola, soy Michelle ¿Y tú? — acomodó algunos rizos que se había escapado de su peinado gracias a la corrida que había realizado.
— yo… yo soy ¿Peter? — el chico pareció dudar por un segundo — si, eso. Soy Peter.
Michelle analizó al chico que se encontraba frente a ella, que ahora sabía se llamaba Peter. Era alto, de cabello castaño y ojos marrones, su rostro era adorablemente atractivo y se encontraba vestido con un traje completamente negro, a excepción de su corbata que era del mismo color de su vestido.