entonces sería posible, no una nueva vida, para eso ya tenemos los dos demasiados años,
pero sí una especie de paz; sería posible, no que dejaras tus incesantes reproches, pero sí
que los suavizaras.
Es curioso, pero una cierta idea de lo que quiero decir sí que tienes. Así, por ejemplo,
hace poco me dijiste: «Yo siempre te he querido, aunque exteriormente no haya sido
contigo como suelen ser otros padres, precisamente porque no sé disimular como otros».
Yo, padre, nunca he puesto en duda, en general, tu bondad para conmigo, pero esa
observación no la considero acertada. Tú no sabes disimular, eso es cierto, pero sólo por
ese motivo querer afirmar que los otros padres disimulan es, o bien puras ganas de no dar
el brazo a torcer, y entonces no vale la pena seguir discutiendo, o bien (y de eso se trata
realmente, en mi opinión) una forma velada de expresar que algo no funciona entre
nosotros y que tú has contribuido, aunque sin culpa, a que así sea. Si realmente es esto lo
que piensas, estamos de acuerdo.
No digo, naturalmente, que yo sea lo que soy solamente debido a tu influencia. Eso
sería muy exagerado (y yo incluso tiendo a esa exageración). Es muy posible que, aunque
me hubiese criado completamente fuera de tu influencia, no hubiera llegado a ser la
persona que tú habrías deseado. Probablemente hubiera sido un ser débil, pusilánime,
vacilante, inquieto, ni un Robert Kafka ni un Karl Hermann, pero completamente distinto
del que realmente soy, y tú y yo nos habríamos entendido a las mil maravillas. Yo habría
sido feliz de tenerte como amigo, como jefe, como tío, como abuelo, sí, incluso (si bien
aquí ya vacilo más) como suegro. Pero justamente como padre has sido demasiado fuerte
para mí, sobre todo porque mis hermanos murieron pequeños, las hermanas llegaron
mucho después, y yo tuve que resistir completamente solo el primer embate y fui
demasiado débil para ello.
Compáranos a los dos: yo, para expresarlo muy brevemente, un Löwy con cierto fondo
de los Kafka4
, pero un fondo que no entra en actividad por la voluntad de vida, de ne-
gocios, de conquista, de los Kafka, sino por un aguijón de los Löwy que empuja en otra
dirección y de un modo más secreto, más recatado, y que muchas veces deja por
completo de empujar. Tú en cambio un auténtico Kafka en fuerza, salud, apetito,
volumen de voz, elocuencia, autocomplacencia, sentimiento de superioridad, tenacidad,
presencia de espíritu, don de gentes, una cierta generosidad, pero también, como es
natural, con todos los defectos y deficiencias, inherentes a esas cualidades, a que te incita
tu temperamento y a veces tu irascibilidad. Quizás no seas un Kafka completo en tu
visión general del mundo, si te comparo con los tíos Philipp, Ludwig o Heinrich. Esto es
curioso, no tengo muy claro este punto. Todos eran más alegres, más naturales, más es-
pontáneos, más vividores, menos estrictos que tú. (En eso, por cierto, he heredado mucho
de ti y he administrado la herencia demasiado bien, sin tener, por otra parte, como tienes
tú, la necesaria contrapartida en mi forma de ser.) Por otro lado, quizás hayas pasado por
otras épocas en este aspecto, quizás hayas sido más alegre, antes de que tus hijos, sobre
todo yo, te defraudaran y te agobiaran en casa (cuando llegaba gente extraña, eras
distinto), y ahora quizás te hayas vuelto otra vez más alegre, por darte los nietos y el
yerno algo de ese calor que los hijos, a excepción tal vez de Valli, no pudieron darte. En
4 La madre de Kafka pertenecía a la familia de los Löwy, mucho más culta e intelectual -y también más
original: un tío carnal del escritor fue director de la RENFE en Madrid- que los Kafka. (Véase el
interesante librito de Anthony Northey, que traduje para la editorial Tusquets en 1989, El clan de los
Kafka, con profusión de fotografías.)