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vaciones que tuvo que soportar el padre. Pero no era eso lo que querías, pues, debido a
ese esfuerzo tuyo, la situación era diferente; no había ocasión de descollar como tú lo
habías hecho. Una ocasión así habría habido que hacerla surgir mediante la violencia y la
subversión, uno habría tenido que escaparse de casa (suponiendo que se hubiese tenido la
decisión y la fuerza necesarias para ello y que la madre no lo hubiese impedido por otros
medios). Pero tú no querías nada de eso, todo eso tú lo llamabas ingratitud, exaltación,
desobediencia, traición, locura. Es decir, mientras que por un lado invitabas a ello
poniéndote como ejemplo, contando historias y avergonzando a los demás, por otro lado
lo prohibías severísimamente. De no ser así, en el fondo deberías haber estado encantado
con la aventura de Zürau de Ottla8
, si se prescinde de los detalles secundarios. Ella quería
volver a ese ambiente rural del que tú procedías, quería tener trabajo y privaciones, como
tú habías tenido, no quería disfrutar de los resultados de tu trabajo, lo mismo que tú fuiste
independiente de tu padre. ¿Eran ésas unas intenciones tan horribles? ¿Estaban tan lejos
de tu ejemplo y de tus enseñanzas? Bueno, las intenciones de Ottla no resultaron bien al
final, quizás las llevó a la práctica de un modo algo ridículo, con demasiado revuelo, no
tuvo la suficiente consideración con sus padres. ¿Pero fue culpa exclusiva suya? ¿No
fueron también culpables las circunstancias y sobre todo el hecho de que tú te hubieses
alejado tanto de ella? ¿Era menor ese alejamiento en la tienda (de eso querías persuadirte
a ti mismo más tarde) que después, en Zürau? ¿Y no habría estado ciertamente en tu
mano (a condición de que hubieses podido vencerte a ti mismo) el convertir aquella
aventura en algo muy bueno si hubieses animado, aconsejado y vigilado a Ottla, o incluso
con que sólo hubieses tenido más tolerancia?
A raíz de esas experiencias solías decir con amargo humor que vivíamos demasiado
bien. Pero en cierto sentido ese humor no era tal. Lo que tú conseguiste luchando,
nosotros lo recibimos de ti, pero la lucha por la vida exterior, a la que tú tuviste acceso de
inmediato y que nosotros, naturalmente, tampoco podemos eludir, esa lucha tenemos que
librarla tarde, en edad adulta, mas con las fuerzas de un niño. No digo que por eso nuestra
situación sea necesariamente más desfavorable que la tuya, al contrario, es probable que
ambas sean equivalentes (aunque, en esta comparación, prescindamos de los
temperamentos básicos), pero sí estamos en desventaja nosotros por no poder jactarnos
de nuestras penalidades ni humillar a nadie con ellas, como tú lo has hecho siempre con
las tuyas. Tampoco digo que no me hubiese sido posible gozar de los frutos de tu trabajo
inmenso y eficaz, revalorizarlos y seguir trabajando con ellos para satisfacción tuya, pero
a eso se oponía nuestro mutuo distanciamiento.
Yo podía disfrutar lo que tú dabas, pero sólo con sonrojo, cansancio, debilidad,
sentimiento de culpa. Por eso sólo podía darte las gracias por todo como dan las gracias
los mendigos, con hechos no.
El primer resultado exterior de toda esa educación fue que yo evitaba cualquier cosa
que me recordase tu persona, aunque fuese remotamente. En primer lugar, la tienda. De
hecho, sobre todo mientras fui pequeño y era una tienda como otras9
, me habría tenido

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La hermana de Kafka dejó de trabajar en la tienda del padre y tomó a su cargo la explotación de una
finca rústica en la localidad de Zürau, en la Bohemia alemana. El escritor, ya enfermo, vivió allí con ella
algún tiempo (en 1917 y 1918).
9 Hermann Kafka, al principio sólo vendía al detalle, después fue convirtiéndose en mayorista, y su
tienda (de accesorios del vestido: guantes, corbatas, pañuelos...) proveía a otros comerciantes que revendían
en provincias.

Carta al padreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora