No recuerdo cómo ha pasado, ni un solo momento de lucidez queda en mi mente. Dolor, solo puedo sentir dolor. Quema, calambre intenso bloqueando mi sistema nervioso. El aire no consigue llegar a mis pulmones, no consigo respirar. Entonces grito, mi mente despierta del limbo en el que estaba, la sangre comienza a correr por mi organismo.
—¡Duele, duele, duele! presa del pánico, grito y busco consuelo en alguien.
Alguien toma mi mano, no capto quién es, en ese momento otro calambre atraviesa mi vientre hasta hacerse con el completo control de mi zona lumbáica. Pequeñas gotas de sudor se acumulan en mi frente, bajan por mi cien y se pierden en hueco de mi cuello.
—Va a estar todo bien, Karen. Te lo prometo.
Asiento sin alejarme de su tacto, tampoco descifro quién ha hablado, solo me acerco al apoyo que me brinda. Mi garganta se desgarra en el siguiente grito, justo cuando la contracción vuelve. ¡Es muy pronto! Treinta semanas, ¡todavía quedan diez más!
Aterrada, borro aquél pensamiento de mi mente: podría ser otro aborto. No estoy preparada para ello. No después de haber elegido y haberme obligado a asimilar que voy a tener un bebé entre mis brazos en pocos meses.
Vuelvo a consciencia cuando la camilla se detiene. La habitación es pequeña, con los instrumentos suficientes y una cama diminuta. Varios enfermeros acuden a mi ayuda, me dan ánimos para subirme a la cama y, con su ayuda, consigo hacerlo.
Mis piernas están expuestas, alguien se deshace de mi ropa interior, no sé quién, tampoco quiero saberlo. Intento cerrarlas cuando un par de dedos entran en mí, alguien murmura y el mareo se vuelve más intenso.
—¡Jodido infierno, sácalo ya, por favor! —exclamo perdiendo la consciencia.
Suplico por algún calmante para parar el dolor, pero nadie me tiene en cuenta. Grito, grito y grito todo lo que puedo, dejo mi alma tratando de que me tomen en cuenta. Cuando tuve el aborto, las contracciones eran dolorosas e intensas, pero nada comparado como estas.
La piel de mi vientre se tensa, otro calambre me parte y dejo caer las lágrimas. Colocan una cinta alrededor de mi barriga, controlando las contracciones. Un pequeño pinchazo me distrae, observo cómo me colocan la vía intravenosa.
—Por favor, por favor —suplico—, no deje que mi bebé se muera. Sálvelo a él, ¡a él!
La pobre mujer asiente, alejándose de mí rápidamente y perdiéndose tras la puerta de la habitación. Tres hombres entran con mascarillas, guantes y el instrumental necesario. ¡Una cesárea! Niego, el terror reflejándose en mis ojos.
Mi vista se vuelve borrosa. Un par de manos me levantan, mi culo queda casi al filo de la cama, alzan mis piernas y las colocan sobre el potro. Logro alcanzar una mano, la misma mano que antes me agarró fuerte y no me soltó, ahora me está ayudando a dar a luz.
—Cuenta hasta tres, respira hondo y puja —indica el doctor.
Hago todo lo que dice, cuento mentalmente hasta tres, inspiro hondo y, con toda la fuerza que me queda, pujo. La voz del doctor resuena en la habitación contando hasta diez, me ordena que pare y luego me obliga a repetir la misma acción que antes.
Siento cómo la cabeza va saliendo, hasta que mi bebé está totalmente fuera. Me obligan a seguir pujando hasta que la placenta esté completamente ida y limpia por dentro, pero mi hijo ya no está. No ha llorado. No me lo han entregado. El dolor de las contracciones continúa, termino expulsándola y puedo respirar.
Pasan una toalla por mi frente, aprietan mi hombro en felicitación. Desde el fondo de la habitación, varias voces se mezclan entre ellas. Me pongo nerviosa. ¿No ha sobrevivido? Las lágrimas se acumulan en mis ojos, rindiéndome.
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Lost & Found © (Bloody Hell MC #3)
RomanceObra registrada: 2004233753168 Karen está sola. Y embarazada. Su marido acaba de fallecer en la guerra contra uno de los clubes rivales: Los Hijos de Dios. Su vida ha perdido el sentido, excepto por el bebé que espera. Él le da esperanzas. Pero aho...