CAPITULO XXXVI

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Estábamos en su oficina, más excitados que nunca, hace tanto que no había sentido sus manos calientes vagar por mi cuerpo, su lengua explorando mi cavidad bucal, era completamente enloquecedor. El ambiente estaba cada vez mas subido de tono, pude sentir como me presiono aun mas contra él, haciéndome sentir lo duro que estaba. ¡Por Dios! En verdad necesitaba esto. Arranco mi ramera de un solo movimiento, al igual lo hizo con mi sostén. Sus labios se posicionaron en mis pezones, lamia y daba pequeños pellizcos en el otro, yo aferre mis manos a su suave cabellera, estando a punto de explotar de placer. Me subió sobre su escritorio, haciendo a un lado el montón de papeles que tenia sobre él, bajo mi cremallera desesperado, poco a poco fui bajando los jeans, sus ojos no se despegaron de los míos en ningún momento, su mirada era feroz, intensa. Cuando los quito por completo dejándome tan solo con mis bragas, se quedo un momento observándome solamente, después de eso comenzó una nueva avalancha de besos desesperados.

Levanto su camisa por sus hombros, lleve mi boca hacia su perfecto pecho y repartí pequeños besos por todo el, él estaba a punto de bajar por completo su bragueta, cuando su estúpido móvil comenzó a sonar, el ruido nos hizo saltar por un momento. Se aparto de mi para alcanzarlo y dio una rápida miradita para ver quién era el que interrumpía nuestro momento más candente después de tanto tiempo, cuando lo hizo se giro para verme un segundo y luego salto fuera de la oficina. ¿Tan importante seria? Tal vez sería Leah, si.

Eche un vistazo a los papeles que estaban debajo de mí, con temor a arruinarle algo importante. Una hoja salió volando, la alcance del suelo, eran arreglos de boda, contenía direcciones y teléfonos de banquetearías, moteles, florerías y lugares realmente lujosos. Al final se encontraba una dirección de una boutique de vestidos de novia. Parpadee un segundo y mire a mí alrededor. ¿Enserio? Había caído en su juego una vez más, me encontraba en único lugar donde él quería. Era una estúpida, apreté la hoja en mi mano y después la avente a algún lugar de la habitación. Rápidamente me coloque mis jeans cuando el entro.

- Oye, espera ¿Qué es lo que pasa? –dijo al ver mi rostro rojo de rabia.

- No, no lo está –vocifere.

Seguía colocándome mis prendas, cuando él me tomo del brazo y me acerco a su pecho.

- No te vayas, no ahora –susurro.

- ¡No entiendes, esto es enfermizo, tú te vas a casar y yo como siempre quedare como una completa estúpida, como una cualquiera, que lo único que podía obtener de ti era sexo! –Grite exasperada- Ya estoy cansada de todo esto, ya me canse de este maldito juego…

El en ningún momento dijo nada, solo se mantuvo viendo a la nada, así que decidí ser yo la que continuara.

- Sabes en algún momento creí que estabas completamente seguro de que era lo que buscabas, pero ahora me doy cuenta de lo equivocada que estaba. No sabes quién eres, ni lo que estas buscando, solo juegas con las personas a tu conveniencia y yo… Ya no estoy para eso ¿entiendes? Así que prefiero que ya no me busques más –el agacho la mirada y asintió.

Cuando estuve lista lo mire, aun con la mirada pérdida, antes de poder salir tomo mi rostro entre sus manos y me dio un suave y lento beso.

- Adiós –por fin me miro a los ojos- Te quiero.

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Esas últimas palabras de él no salieron de mi cabeza durante toda la noche, lagrimas caían por mis mejillas. ¿Cómo pudo hacerme esto? Ya no entendía si solo lo decir para hacerme enloquecer aun más, maldito seas Bieber. Me odiaba tanto en ese momento, porque ahora con esto sentía que mi amor hacia él era aun más grande. Pero el sin embargo, esas palabras marcaron el final de todo esto.

Alguien golpeo mi puerta haciéndome saltar, yo solo guite “pase”.

- Hija ¿no iras a trabajar? –Pregunto mi madre acercándose a mi- Son las siete treinta de la mañana –acaricio mi mejilla.

Negué con mi cabeza, en verdad no tenía ganas de nada hoy.

- Me reportare enferma –susurre.

- ¿Estás bien? –dijo con cierta preocupación en su rostro.

- No –trague en seco.

¿Debería contarle a mi madre todo lo que está pasando?  Tal vez ella sabría entenderme, y me daría algún consejo o algo parecido. Y si me desahogaba tal vez me sentiría un poco mejor, o por lo menos mi dolor no lo tendría tan escondido del mundo exterior.

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- Es lo mejor que pudiste hacer cariño –suspiro mi madre. Asentí. - Bien, porque no bajamos a desayunar entonces –sonrió.

- Claro, ahora te alcanzo –le dije mientras ella salía de mi habitación.

Di una gran respiración y tome mi móvil para llamarle a Jane y decirle que no podría ir a trabajar.

- ¡___! –Grito por el otro lado de la línea- ¿Ya lo viste?

- ¿Qué cosa Jane? –dije aturdida por su inesperado grito.

- Justin cerro su prostíbulo, salió en el diario –podía escuchar su risa- ¿No vas a venir?

¿Justin cerro su prostíbulo? ¿Por qué? Debe existir una gran razón para hacerlo, así que en verdad tenía que estar segura de que decir la verdad.

- No Jane, me siento enferma ¿podrías decírselo a Jake, por favor? –conteste rápidamente.

- Claro yo se lo d…

- Bien, nos vemos mañana entonces –la interrumpí y colgué.

Salte de mi cama hacia y corrí prácticamente fuera de mi casa hacia la tienda más cercana. Compre el diario y efectivamente, en la portada estaba la gran noticia.

“EL PROSTIBULO MAS GRANDE DE N. Y. CIERRA”

Seguí leyendo varios fragmentos más, al parecer a Justin le había llegado una denuncia, pero pago una gran cantidad de dólares para que le retiraran los cargos, pero aun así tendría que cerrar el prostíbulo. Me detuve cuando alguien se paro justo frente mío, pero yo estaba tan concentrada leyendo que no le di importancia, cuando levante la cara logre ver a Derek, con una hermosa sonrisa.

- Hola –carcajeo- El glamour ante todo ¿no?

Me mire de arriba abajo por un segundo, llevaba puesta mi pijama y mi pelo alborotado. A simple vista todos sabrían que acabo de levantarme.

- Cállate –le sonreí.

- ¿El diario? No sabía que las chicas leían el diario…

- Ser chica no quiere decir que no me quiera enterar de lo que pasa en mi cuidad –sonreí con amargura.

- Como digas, bien, me tengo que ir ¿No vemos luego? –sonrió.

- Tal vez –carcajee.

Cada quien volvió por donde vino, cuando llegue a casa inmediatamente le entregue el diario a mi madre. Ella hizo una mueca de sorpresa.

"No estar a la altura"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora