No lo entendería

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Le pidió perdón. Se disculpó una y mil veces por haberle arrollado tan violentamente, por haber pasado como un torbellino. Por haber destrozado todo lo que entendía como normal, por haber desestabilizado su vida desde sus cimientos. Y mientras él sólo reía, triste. No lo entendía, ¿cómo iba a entenderlo? No había llegado tan abajo, aún no, al menos, y esperaba que nunca lo hiciese. No comprendían que la risa era provocada la sorpresa. Sorpresa hacia unas sensaciones que él creía haber enterrado hace mucho, y sin embargo estaba redescubriendo. Agradablemente masoquista placer, el de aquel que una vez olvidó sentir y ahora, atónito y saturado, ve como todo vuelve a él de golpe. Dulce ironía, disfrutar de sentir aunque se trate del dolor más amargo. Pero, claro, ¿cómo lo iba a entender? No es algo fácil de asumir, que para salvar algo, la única solución sea hacerlo trizas desde la raíz, pero si construyes algo sobre suelo inestable no esperes si no que se derrumbe sin remedio, tarde o temprano. ¿Quién sabe lo que se erigirá sobre los restos? Y sin embargo él disfruta de cada instante como el desahuciado por los médicos que pasa su fecha límite. Estaba perdido sin remedio hace mucho, se había resignado a ello, e igualmente sabe que en algún momento u otro volverá al sitio que le espera ansioso al fondo. Solo le queda disfrutar de cada momento que le ha sido regalado, para cuando llegue el momento recibir al vacío como el viejo amigo que es. Nada se disfruta más como aquello con lo que no contabas. ¿Perdón, dice? En absoluto. No existe hueco en él para el rencor, el poco que quedaba lo copa el agradecimiento. Pero no lo expresa con palabras, ¿para qué?, si no lo entendería. Ha servido a este condenado a muerte, que esperaba resignado su destino, la última cena. Y piensa saborear hasta la última miga.

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