Errante

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Perdido en el desierto, se pierde la cuenta de las veces que se vislumbra en la lejanía ya no un oasis, si no la más sencilla de las fuentes de agua. Las primeras veces te encaminas hacia ellas, con curiosidad, como preguntando al destino si ha sido tan benevolente. Pero conforme estas visiones tornan en simples productos de una imaginación que por momentos se desata, la desesperación crece y crece. Las decepciones llegan tan rápido como se van, aumentando de frecuencia con el transcurso de los días. Hasta que, como descendido del mismo cielo, ahí está. Un idílico vergel donde, al fin, reponerse y descansar. Ha pasado tanto tiempo que la idea de hidratarse parece sacada de literatura fantástica. Y sin embargo, una duda cada vez más insistente nubla el por lo demás radiante corazón. Una duda lógica, razonable, fundamentada en las recientes experiencias que no invitan precisamente al optimismo. Una duda que, a pesar de todo, no es capaz de frenar lo inevitable. Y es que, cuando se lleva tanto dirigiendo los pasos hacia la absoluta nada, ¿cómo se va a ignorar la oportunidad que enfrente se presenta, por mucho que se sospeche que será una nueva decepción? Pues errante se es siempre, errado sólo hasta que se acierte.

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