Imagina cualquier tipo de sustancia que quieras. Puede ser ilegal, puede no serlo, puede ser consumida de cualquier forma que consideres si tienes la creatividad suficiente. Seguro que alguien, en algún lugar, en algún momento, ha sido capaz de dejarla, de olvidarse de ella, puede que sustituyéndola por otra que considera menos perjudicial, puede que por simple fuerza de voluntad. No importa hasta dónde te haga volar, lo bien que te haga sentir, lo que te desinhiba o su capacidad para hacerte olvidar. Miles de personas en todo el mundo han sido capaces de continuar sus vidas sin ella.
Ahora bien. No he encontrado a nadie, por mucho que haya buscado, que haya superado la adicción por excelencia: la curiosidad. Esa imperante necesidad de confirmar lo que ya tienes por seguro, simplemente para herirte cada vez un poco más. Y, como la droga por antonomasia, cuanto más daño te hace, más la necesitas como remedio, tan útil como solucionar el calentamiento global encendiendo todos los ventiladores del mundo. Pero ahí continuas, asegurándote a ti mismo que esta vez es la buena, que el universo no te va a decepcionar, que por estadística vas a tener que acertar alguna vez. Pero el juego fue creado precisamente para hacerte creer eso, que a la siguiente va la vencida. Y con cada caída, cada vez más fuerte, ves como única salida posible el volver a intentarlo, ya sea por desesperación o porque te corroe la abstinencia tras un tiempo de aguantar la necesidad.
A quién pretendemos engañar. La curiosidad, creadora de tan cruel juego, siempre gana. Y, ya huyas a la vida en soledad o te encierres aislado de todo, compañera incansable, te acompañará. No matará al gato, su mayor fuente de entretenimiento, pero de seguro le hará vivir una vida de perros.

ESTÁS LEYENDO
Sumidero
عشوائيDonde va lo que tiene que salir Donde se escribe aquello que se debió decir