Sumidero

Bola de nieve

Nervioso, abrió los ojos. Se revolvió inconscientemente, aunque no iba a servir de nada. La opresión en su pecho no se debía a algo físico.

Al principio, aquello que rueda colina abajo no son más que unos cuantos copos que, indolentes, han terminado juntándose. Pocos en un inicio, conforme le van dando vueltas el grupo se hace cada vez más grande, hasta que finalmente, imparable, se limita a esperar un obstáculo insalvable contra el que estrellarse.

La bola de nieve que descansaba sobre sus costillas ni era una bola, ni de nieve. Y sin embargo seguía creciendo incontrolable, ¿motivada por qué?

Simple. El darse cuenta. Tarde, como siempre. Efectuar mil simulaciones de aquellos días en su cabeza, solo para darse cuenta de que todo lo hizo mal. Inútil ya, por supuesto. Y sin embargo, inevitable. Abocado a la vaga esperanza de que un temprano verano derrita la creciente mole que en su corazón rueda.

Pobre iluso.

Y es que no hay un solo ser sobre la faz de este mundo que no daría cualquier cosa por la posibilidad de cambiar algún detalle, nimio para un observador ajeno, de vital importancia para aquel que ha vivido las consecuencias. El "y si" domina nuestras vidas como la hoja es dominada por el viento, sabiendo que en cualquier momento la caprichosa brisa puede aumentar su intensidad y llevarla a donde le plazca, inevitable e inalterable. Mecidos por los vaivenes de nuestra existencia, el único pobre consuelo que nos queda es preguntarnos, ¿y si...?

Y mientras el ser humano se regodea en posibilidades imposibles ya, la bola rueda y rueda, incansable, estudiando curiosa a tan extraña criatura, que teniendo la posibilidad de librarse del peso al que esta le somete, lo acepta pareciera de buen grado solo para regodearse en lo que podría haber sido y ya no será.

Digna de estudio, la naturaleza humana, y su capacidad creativa cuando la realidad que vive le disgusta. Y digno de admirar, el peso que soporta con tal de no asumirla.