Aviso para navegantes

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Todo marinero teme por, encima de todas las cosas, la tormenta mar adentro. Repentina, fugaz y destructiva, arrasa con todo a su paso. Sin embargo, aquel marino que ha vivido una inconscientemente se prepara para la siguiente, y hace los arreglos necesarios para sobrevivir las venideras. Así, aunque desagradables, uno se termina acostumbrando a ellas.

Opino que lo peor de la tormenta no es el momento en sí, si no lo que viene después. Y para eso no hay preparación posible. Una vez ha pasado, el marinero, con desaliento, se enfrenta a la calma total. ¿Una situación de ensueño? Todo lo contrario.

Se encuentra con unas condiciones meteorológicas ideales para continuar su viaje, sí, pero las afronta con los restos de los estragos causados por la ya pasada tormenta. Ni él ni su embarcación son los que empezaron el viaje, por muy preparados que salieran de puerto. Han sobrevivido, sí, ¿pero a qué precio? El resto del camino, ideal para un observador lejano, se convierte en un auténtico suplicio, envenenando un momento tan bonito como debería ser un día soleado, con la brisa soplando dulcemente. Porque cuando se vuelvan a dar tal agradables condiciones el marinero, azotado por los recuerdos del sufrimiento por mantenerse a flote en un día aparentemente idílico, será incapaz de disfrutar como solía.

Así que, marinero, si piensas salir de travesía, prepárate. Porque tienes que estar preparado para la tormenta, sí, pero más seguro debes estar de poder vivir con las consecuencias de ésta. 

No importa cuán preparado creas estar, el marinero que salió jamás llega a puerto igual.

Avisado quedas 

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