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Todo. El todo por el todo. Sin dejar nada en la recámara, sin un plan B, sin plantearse que podía salir mal. Tenía bastante, pero nunca bastó, él siempre quiso todo. Y en consecuencia, todo se jugó. Sin un atisbo de duda, sin pensárselo dos veces, sin mirar atrás. Sorpresa, todo lo perdió. ¿Sorpresa? La verdad es que no. Conocía los riesgos. Intuía que saldría mal. Pero no podía vivir con la incógnita de qué habría pasado de no haberlo intentado. Porque qué es el bastante sin el todo, qué es el poco sin el bastante, qué es el nada sin el poco. Ahora, más que nunca, está tranquilo. Sin riesgo, sin preocupaciones, sin peligro a perder vive el que no tiene nada. Nada con lo que jugar, nada con lo que perder. Los rescoldos de una antigua aspiración a tenerlo todo, tal vez. Nada de interés para el juego, sin embargo. ¿Y es que qué valor podrían tener las esperanzas de un ser roto, despojado de todo, para aquellos con bastantes en sus bolsillos? La existencia se hace llevadera cuando es difícil ir a peor. Aún así, esos nada, incautos, que no aprenden a pesar de haber conocido de primera mano los riesgos, continúan esperando a poco, con vistas a jugarse lo poco que consigan buscando un bastante, creyéndose destinados a tenerlo todo algún día. Mente débil, ludópata, odia las reglas y continúa jugando al juego que repudia. La banca, mientras, sonrisa impertérrita, se frota las manos. "Better luck next time"

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